Fin de ETA

En el pueblo de «Bittori» aún vive la serpiente

El miedo impera en Hernani, el otrora macabro laboratorio etarra, donde la defensa a los presos encarcelados es la prioridad: «Lo que hicieron fue por la dignidad del País Vasco»

En el pueblo de «Bittori» aún vive la serpiente
En el pueblo de «Bittori» aún vive la serpientelarazon

El miedo impera en Hernani, el otrora macabro laboratorio etarra, donde la defensa a los presos encarcelados es la prioridad: «Lo que hicieron fue por la dignidad del País Vasco»

Bittori se cansó de vivir con la cabeza gacha en San Sebastián y decidió regresar en 2011 a su pueblo natal tras un exilio forzado impuesto por el terror de ETA. Se marchó sola tras el asesinato de su marido, el Txato. Allí lloró recordando cada segundo la noche que los terroristas cosieron a balazos a su esposo bajo la lluvia en la puerta de su casa. Pero esta valiente mujer dijo basta y, a pesar de la insistencia de sus dos hijos para que no volviera al pueblo, lo hizo. No le importaban las miradas de esas vecinas que la espiaban desde las ventanas y aseguraban que su regreso era una provocación. ¿A quién provocaba Bittori? Ella no había hecho nada. Es más, era una víctima más de la barbarie etarra. Su hogar estaba en el pueblo que le vio nacer, donde crió a sus hijos y donde mucho, mucho tiempo atrás fue feliz. Quien no haya leído el libro «Patria», de Fernando Aramburu, bien podría pensar que ésta es una de las miles de historias reales que han desgarrado a la sociedad vasca tras casi 60 años de terror. Y, aunque el autor haya asegurado que los personajes son ficticios y no identifique el pueblo en el que se desarrolla el «best seller», todas las miradas se posan en Hernani, una localidad cercana al mar y sumergida entre las afiladas montañas de Guipúzcoa donde miles de «Bittoris» siguen llorando en silencio.

Un lugar que se convirtió en el bastión abertzale, que dio cobijo a etarras que hicieron de este enclave un laboratorio mortal para desarrollar sus macabros planes. La sangre corrió por sus calles con la misma intensidad que las lágrimas de quienes sufrieron su zarpazo. Allí se instaló durante décadas el silencio, la sospecha, la extorsión y la desconfianza. Se aplastó la tolerancia y se expulsó a quienes no se sumaban a la hoja de ruta del grupo terrorista. Historias como las de Bittori siguen vivas y se reproducen en cada esquina. El silencio sigue reinando en esta población que roza los 20.000 habitantes y que ayer amanecía impasible ante el anuncio de la disolución de ETA.

En la Plaza del Ayuntamiento ondea una inmensa ikurriña. En otra esquina y a una escala notablemente menor lo hacen la de España y la Unión Europa. En la parte del asta donde está colgada la enseña vasca, un cartel que exige el regreso de los presos-terroristas sirve de guía a sus habitantes. En el caso antiguo, las pintadas contra España y a favor de los terroristas encarcelados se repiten con frecuencia. Al igual que el mutismo de sus habitantes. El miedo sigue presente. Las «Bittoris» callan. Los «Joxe Mari» (etarra que participó en la muerte de ficticio Txato) campan a sus anchas con la cabeza alta. Frente al bar que lleva el mismo nombre de este personaje de «Patria», a muy pocos metros de la Plaza Mayor y donde fue asesinado hace tres décadas su dueño, Ainhoa atiende a LA RAZÓN. Para ella, el anuncio de la disolución de ETA es algo que «tiene sentido» aunque le resta importancia. «En su día puede que tuvieran razón, pero no ahora. Está claro que a nadie le gusta que haya muertos, pero tampoco está bien que nos pisoteen. Tenemos dignidad. Por eso se hizo todo aquello», apunta esta mujer de 45 que tiene dos hijos y reconoce que no ha leído «Patria», aunque le suena haber visto la película (que no existe). Aquí todos miden sus palabras con malabarismos dialécticos. Nadie quiere decir nada que pueda molestar a sus vecinos, padres y madres de etarras que aún siguen siendo homenajeados. Así ocurre por ejemplo en la Taberna Zinkoenea donde un cartel con una veintena de caras de presos de ETA preside el comedor. Es la hora de los informativos y nadie presta atención a la televisión. Tampoco quieren comentar si les parece bien o mal el desarme. Su cara es de asombro e indignación cuando se les pregunta por ello. «Estamos comiendo, no es momento para hablar de eso», dice un grupo de hombres mayores con cara de desprecio. Aunque la mayoría insiste en que Hernani es un pueblo «tranquilo» y que todos pueden decir lo que piensan, la realidad es muy diferente. ¿Por qué hay carteles de apoyo a los presos y no de las víctimas de ETA? «Perdona, los miembros de ETA son también víctimas del GAL, de la Policía y la Guardia Civil», responde Ainhoa indignada. Un argumento que cala con la misma intensidad que la humedad norteña. Un ADN que va impreso en la historia de los lugareños como Jesús, que regenta la cafetería Gudari Okindega, flanqueada por careles de «Julen Libre». «Lo que tienen que hacer es traer aquí a nuestra gente (presos) porque no es justo lo que hacen desde el Estado español. Tengo una amiga que tiene que irse hasta Algeciras para ver a su hijo (etarra) y una vez allí sólo tiene 40 minutos para hablar con él. El Gobierno español debe dar su brazo a torcer y ceder. Pero vamos, que nadie se piense que esto es el Oeste y vamos todos con pistola», dice el hombre de 48 años al que según cuenta le llaman «el etarrita». Más contenida es la argumentación de Txema quien además predice que «esto no ha acabado todavía». «Si no se acercan los presos, creo que la situación volverá a empeorar, no quiero decir que vuelva a haber muertes, pero el ambiente será muy malo. Tiene que haber concesiones por pate el Gobierno o el conflicto volverá», asevera. Este padre de familia de 54 años, además, reconoce que en Hernani todavía «hay mucho miedo a decir lo que se piensa, así como mucho recelo y resentimiento entre los vecinos», asegura bajando la voz mientras mira a su alrededor. «Puede que en casa, con tu mujer y tus hijos lo comentes, pero en el bar no hablamos de si ETA se desarma o se disuelve, nunca sabes quién puede estar al lado», lamenta. Y es que durante años se marcó con la letra escarlata a los «traidores» que apostaban por una vía de protesta pacífica. A los que no se amenazaba con el «impuesto revolucionario» para financiar la lucha armada, se le llenaba la fachada de su vivienda con pintadas lapidarias. Se rompieron familias, se cortaron relaciones de amistad y se mató a vecinos y amigos. Bien lo sabe Bittori que tuvo que ver cómo el hijo de su otrora mejor amiga, dictaba la sentencia de muerte de su esposo. «Mire ahora la han cogido con Hernani, antes fue Rentería y mañana será otro pueblo. Esto es fruto de la fobia de los españoles contra los vascos», apunta Txelena. Él, que dice estar felizmente jubilado a sus 72 años, «ha vivido demasiadas injusticias». «Todo esto tiene una explicación histórica. Como los partidos políticos no conseguían nada fue necesario que se formase ETA, había que presionar. No quiero justificar la violencia, pero...», dice al tiempo que niega cualquier choque «intrafamiliar». «Bueno, había ''cosillas'', pero si no se hablaba del tema no pasaba nada. Yo no creo que se hayan roto familias», asevera.

En Hernani, además de exhibir con orgullo a los etarras encarcelados se han sumado también a la defensa de los artífices del «procés» catalán. Así, las ikurriñas se mezclan con esteladas y las fotografías de terroristas hacen lo propio con las de «los jordis». Es más, por la vía principal cuelgan banderines con la enseña independentista a modo de celebración. «En Cataluña también se han violado los derechos humanos y así lo ha dicho la ONU», afirma convencido Txelena. Una mujer que espera el autobús rehúye las preguntas y mira a su acompañante como pidiendo permiso para hablar con este diario. «Yo sólo puedo decir que en este pueblo lo primero son los presos, el resto sólo se habla en casa», sentencia. Su compañero dice con mirada penetrante que «ese tipo de cosas no se hablan con desconocidos, hay que tener confianza y saber quien es tu interlocutor». Se suben al autobús mientras sonríen. A pocos metros, se encuentra el popular frontón de Hernani que hace años se convirtió en punto de encuentra de los abertzale y la kale borroka. Allí las pintadas proetarras eran síntoma de que la violencia seguía su curso. Cuando en 1998 se clausuró por orden judicial el periódico «Egin», afín a la banda terrorista, el recinto deportivo amaneció completamente empapelado con hojas del rotativo. Hoy, el frontón está «limpio», sin embargo en los laterales aparecen otro tipo de carteles y pintadas reclamando el acercamiento de presos que dejan claro cual es la prioridad en el pueblo. El espíritu de ETA sigue vivo en Hernani pese a que la banda terrorista haya anunciado su final.

¿Nadie ha leído «Patria» en Hernani?

Pese a que «Patria» ya supera los 700.000 ejemplares vendidos en España, en Hernani parecen poco interesados en esta novela ambientada en su tierra. «Yo empecé a leerlo pero me cansé cuando estaba en el segundo capítulo», dice Cristina, la única que afirma conocer el libro. En Elkar, la librería más conocida del pueblo no exhiben este volumen en el escaparate y en su interior, nadie ofrece datos de venta del «best seller». «No facilitamos esa información. Supone entrar en valoraciones», asegura Gexan a este diario.