Fiscalía General del Estado
Entre Platón y Garzón: El fiscal que quería ser profesor
Nunca le sedujo la política pero el destino quiso ubicarle en el ojo del huracán del Ministerio Público. Acababa de presentar su tesis académica hace unas semanas
Nunca le sedujo la política pero el destino quiso ubicarle en el ojo del huracán del Ministerio Público. Acababa de presentar su tesis académica hace unas semanas.
Acababa de cumplir su gran sueño: leer la tesis doctoral que culminaba su carrera profesional en la Universidad Autónoma de Madrid. José Manuel Maza Martín, un jurista de pies a cabeza, tenía en la docencia su gran pasión. «Era como su segunda vida», confiesan ahora algunos de sus alumnos que le tuvieron de profesor de Derecho Penal durante diez años. Era, según ellos y otros compañeros del cuerpo docente, un hombre afable, cercano y gran conversador. En estos círculos se movía con gusto, satisfecho, y a la salida de clase solía acudir a un local cercano a la facultad para intercambiar opiniones. «Ya soy Doctor en Derecho», les dijo exultante a un grupo de amigos hace semanas tras cerrar con brillante nota la tesis académica. Nunca le sedujo la política, pero el destino quiso ubicarle en el ojo del huracán del Ministerio Público en pleno conflicto soberanista con Cataluña. El pulso y sus convicciones no le temblaron.
Al margen del Derecho, que jalonó su vida, Maza era un hombre extremadamente culto, apasionado de la filosofía griega y la historia medieval. Compaginó sus estudios de leyes en la Universidad Complutense de Madrid con las carreras de Filosofía, Historia y un máster en Criminología. Erudito de las lenguas clásicas, dominaba el latín y el griego, que le servía para adentrarse en las obras de su autor favorito, Platón. Maza era un ferviente seguidor de los diálogos platónicos, algunos de los cuales como la Apología de Sócrates o Lisis, dedicado a la amistad, había leído en griego original. Era también un experto medievalista, buen conocedor del arte neogótico, neomudéjar y variedades artísticas de la época. Investigó durante años esa fascinante Edad Media protagonizada por templarios, rosacruces y otras enigmáticas corrientes históricas.
Empezó su carrera desde abajo, siendo juez de distrito para llegar luego a la Audiencia Provincial de Madrid y el TS, donde logró su plaza fija en la Sala de lo Penal. Aunque de ideología conservadora, nunca le atrajo la política y mantuvo buena relación con otros magistrados de cariz progresista. Fue combativo contra Baltasar Garzón ante su inhabilitación y pasó un mal trago al ver el cese de quien él había nombrado, su amigo Luis Moix, como fiscal Anticorrupción por el tema de unas cuentas en el extranjero. Era firme, riguroso y con mano de hierro cuando hacía falta. Bien lo demostró en sus querellas contra los separatistas catalanes y sin pelos en la lengua frente a quienes se saltaban la Constitución. Respetaba las normas por encima de todo.
Muy celoso de su vida privada, separado de su esposa, sentía pasión por su único hijo varón, con quien celebró hace días su tesis doctoral en un conocido restaurante cercano al Congreso de los Diputados. Había fijado su residencia habitual en Segovia, ciudad que le entusiasmaba, y por cuyos pinares de La Granja, Valsaín o la Boca del Asno hacía senderismo los fines de semana. Su voz y físico potentes contrastaban con una cierta fragilidad de salud, que le llevaba a controlar periódicamente la diabetes que padecía hace años con una dieta adecuada. Pero nadie en su entorno pudo vaticinar el fatal desenlace de Buenos Aires, a donde había viajado con ilusión para una Cumbre Internacional de Ministerios Públicos y cuya intervención preparaba con esmero desde hace semanas.
Maza no deja enemigos ni cadáveres en el camino. Compañeros de la judicatura de diferente signo le reconocen su buen carácter y rigor jurídico. Sometido a gran tensión en los últimos meses por el desafío catalán, estaba a punto de cumplir un año como fiscal general del Estado, lo que el destino le ha impedido culminar. Era metódico en sus costumbres, disciplinado y con enorme refugio en la lectura y la música. En sus ratos libres trabajaba en un ensayo sobre Platón y los monarcas de la Europa Medieval. El aire puro de las cumbres segovianas le servía también de terapia para liberar presiones. Era un servidor del Estado en grado puro.
Como todos los años, antes de Navidad había quedado con un grupo de profesores y alumnos para celebrar el cierre del año. Ya no podrá hacerlo. En las aulas de la Universidad Autónoma le recuerdan como un excelente compañero, profesor ilustrado y muy cercano. Es lo que hubiera querido dijeran de él en este momento. Maza se ha ido, allende el Atlántico, con una densa biblioteca a sus espaldas. La ingente cantidad de libros bien colocados en las estanterías de su casa segoviana, y la hoja de servicios de su carrera judicial.
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