Navarra
«¿Eres mujer de Guardia Civil?»
Las familias de los agentes no encuentran trabajo ni pueden pasear con normalidad: «No nos quieren»
Un año y medio después de los hechos que está juzgando la Audiencia Nacional, la hostilidad sigue presente en Alsasua. A los padres de María José les han puesto pancartas en casa con el lema: El pueblo no perdona».
En el municipio navarro de Alsasua las pintadas te reciben en el primer umbral del pueblo y se repiten en casetas, paredes, casas o cubos de basura donde emulan hasta una bandera de España para luego tacharla. Los visillos y persianas se corren con miradas retadoras detrás de las ventanas.
Después de la agresión a los dos guardias civiles y a sus parejas, el pueblo, hoy gobernado por Geroa Bai, se mueve en la cosigna del «aquí no ha pasado nada» y el «aquí se vive en tranquilidad». Pero no es la realidad. Para los que no son nacionalistas, los que simpatizan con la Guardia Civil, los que visten el uniforme, los que viven en un cuartel bunkerizado con paredes de hormigón a las afueras y para sus familias, el pueblo es territorio hostil. Lo describía en el juicio el sargento que sufrió la agresión, también lo narran los compañeros. «Aún existe un clima de hostilidad hacia la Guardia Civil». Pasear con el uniforme lo llaman «provocación». Pero los agentes hacen su trabajo con aparente normalidad. Si se encuentran a algún miembro de la izquierda abertzale en solitario no hay tanto problema como cuando éstos van en grupo, porque «se crecen» e «intentan envalentonarse» y destacar mostrando que están por encima de los agentes y con ello denotar su radicalización, destaca Antonio García, portavoz de parte de sus compañeros destinados en el cuartel alsasuarra y miembro de la Asociación Española de Guardias Civiles. Destaca que «no hay confrontación directa cuando van de uniforme» porque trabajan el Estado de Derecho y tiene el código penal como garante; «el problema surge cuando van de paisano con sus familias», indica.
Hay numerosos ejemplos que demuestran que no existe esa «normalidad» y que no hay una convivencia en libertad y el acoso a los guardias civiles es constante. Un agente del cuartel, aficionado a las artes marciales, se apuntó al gimnasio del pueblo. Nunca dijo a qué se dedicaba, aunque el monitor lo preguntó en una ocasión. En las primeras sesiones le indicaron, junto al resto de integrantes que asistían a las clases, que ahí se instruía en cómo pinchar y dónde golpear a un guardia civil evitando el chaleco antibalas. A ese gimnasio iba al menos uno de los agresores de Alsasua, el experto en artes marciales que la mujer del sargento agredido describió en el juicio como el hombre que golpeaba con más saña, Ohian Arnanz, para quien la Fiscalía pide 62 años de prisión. Con el tiempo, los abertzales se dieron cuenta de que el agente que iba al gimnasio pertenecía al Instituto Armado y le esperaron a la salida para agredirle, pero el monitor medió al no querer altercados en el gimnasio. Poco después le pincharon las ruedas del coche, se lo rayaron... Dejó de ir al gimnasio y ahora imparte clases de artes marciales a sus compañeros en el cuartel.
Tampoco es fácil ser la pareja de un Guardia Civil en territorio hostil. Las esposas de los agentes les siguen a sus nuevos destinos, con sus familias, dejando su trabajo y sus vidas atrás. La vocación de servicio manda. La mujer de un guardia quiso buscar trabajo en el pueblo y para ello entregó su currículum en un bar que se mostró muy interesado en contratarla. Pero al cabo de unos días le dijeron que lo sentían mucho, pero que habían comprobado que la dirección correspondía al cuartel. «¿Eres mujer de guardia civil? No podemos contratarte», le dijeron. También hacer la compra en el municipio se convierte en una tarea con sobresaltos. Procuran ir a sitios en los que saben que sí les servirán, pero si la cajera abertzale se percata de que puede ser afín a la Guardia Civil o familia pasa de hablar en castellano al euskera. Los agentes aseguran que pueden ir a tomar un café por el pueblo «con normalidad», a unas horas determinadas y a sitios determinados «pero una vez cada seis meses», indica García y recuerda que muchos al final ni lo hacen. «Yo no me iría a tomar una copa por la noche», destaca. Y es que pueden tomar el aperitivo con la familia, pero son los menos.
A los padres de Maria José, la pareja del teniente «le han puesto pancartas con lemas como que ‘‘el pueblo no perdona’’ frente a su casa, frente al portal, la última hace una semana; les han rajado el coche, destrozado una máquina del bar», destacó en el juicio.
Destacan que el problema aumenta cuando es época de fiestas mayores. En otra ocasión se realizó una misa en el municipio por el día del Pilar y la gente de la izquierda abertzale acudió a la puerta para increpar a los participantes al considerar que quienes iban ese día eran afines a la Guardia Civil o agentes. En el pueblo continúan las manifestaciones en favor de los presos de ETA y una batalla por sacar a los agentes del pueblo.
Los agentes que trabajan en otros municipios dicen que lo de Alsausa no es un caso aislado. «No nos quieren», «no es diferente a los pueblos del País Vasco». También en Vera de Bidasoa, se han llegado a hacer plenos con un único orden del día: el rechazo a la Guardia Civil. En Navarra, el efecto contagio llega ya a pueblos del sur donde han aparecido algunas pintadas proetarras y contra la Guardia Civil o incluso contra la policía foral o el acrónimo en euskera de «policías bastardos».
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