Felipe VI
Felipe VI y el orgullo de ser español
Sus referencias y alusiones a lo que nos une adquieren una fuerza singular
Quizá nadie imaginaba que el discurso de Navidad de Felipe VI iba a tener la trascendencia política que ya está teniendo. No es para menos. En España, cuando los partidos políticos fallan –ha ocurrido ya alguna vez en la reciente historia democrática– todo el mundo gira la cabeza y pone la vista en el Jefe del Estado, aun a sabiendas que su papel es el que le otorga la Constitución, y no el que algunos querrían. Pero cuando vemos que algún partido político propone un «independiente» como presidente del Gobierno y otro se propone pactar con los que precisamente quieren destruir el Estado, es lógico que la figura institucional del Monarca recuerde algo tan sencillo y solemne como el imperio de la ley y la Constitución. Y es lo que ha hecho.
Por lo demás, el discurso se construyó como se hace siempre, al menos desde que Felipe de Borbón es Rey. Él sugiere los temas que deben incluirse necesariamente; y con esas pautas primeras, el Jefe de la Casa, el Secretario y el Jefe de Relaciones con los Medios de Comunicación, se elabora un esqueleto que luego retocará a mano el propio Rey y verá también la Reina. Como siempre –y esta vez no fue una excepción– el texto final fue enviado a Moncloa para que, desde la Presidencia del Gobierno –aunque estuviera en funciones– se sugirieran modificaciones o matices. Pero que nadie se engañe. El discurso es el discurso del Rey y no el de La Moncloa. Y en este punto también sigue los mismos patrones que las felicitaciones navideñas televisadas de otras monarquías parlamentarias de Europa.
Pero éste ha sido un discurso diferente. Hay una idea de fondo, un hilo conductor que recorre todo el mensaje. No son varias ideas. Es una sola. Tampoco son ideas nuevas. Don Felipe las ha repetido una y otra vez en sus últimos viajes, pero tanto el lugar donde se grabó el mensaje –el Palacio Real– como las circunstancias políticas nacionales han configurado una de las piezas más importantes pronunciados hasta la fecha por el Rey. Sus referencias a la nación española, «una gran nación», su defensa de los valores constitucionales, y las alusiones a todo lo que nos une, adquieren una fuerza singular. Y algo más: el orgullo de ser español. Un orgullo legítimo que llene de esperanza el futuro incierto en el que ahora vivimos. Este mensaje de esperanza se traduce en frases rotundas: «Tengamos fe y creamos en nuestro país. España tiene una resistencia a la adversidad, una capacidad de superación y una fuerza interior mucho mayor de lo que a veces pensamos». Pero esa esperanza y fortaleza no es algo imaginado en la historia de una nación; Don Felipe dice que «la fortaleza de España está en nosotros mismos; está en nuestro coraje, en nuestro carácter y en nuestro talento. Está también, por qué no decirlo, en nuestra forma de vivir y de entender la vida». Es quizá esta apelación al pasado, pero sustentándolo en las ideas y en los ciudadanos actuales lo que convierte las tradicionales palabras de felicitación navideña en algo nuevo, trascendental, y diferente.
No se trata únicamente de que a Don Felipe le hagan mejores discursos. Lo que el Rey nos transmitió en Navidad es la realidad de un pasado, pero también de un futuro. Todo depende de nosotros. No necesitó citar a Kennedy porque España ya existía antes. Y muchos españoles se enfrentaron con imaginación y audacia a mayores problemas que los que ahora nos parecen insalvables. Un gran discurso. El mejor. ¡Hasta ahora!
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