Política
«House of Cards» a la madrileña... y las guerras sucias en política
Estamos asistiendo -¡y lo que nos queda!- a un auténtico recital de puñaladas que dejarían como un mero aficionado a cualquier protagonista de ‘Juego de Tronos’
¿Hay alguien que quiere arruinar la carrera política de Pablo Casado? El ‘Casadogate’, es el enésimo presunto escándalo que ‘oscuros’ poderes... ¿o no tan oscuros? han hecho estallar en plena cara del joven y bravo político del PP y, de paso, en la de todos los madrileños justo en plenas fiestas de San Isidro, ha vuelto a mostrar tras el ‘Mastergate’ que, en pleno corazón político de la capital de España, se asiste a una nueva y cruel entrega de una suerte de ‘House of Cards’.... A la madrileña.
Estamos, eso sí, ante una versión algo más casera y menos ‘glamourosa’ que la exitosa serie norteamericana y en la que, disfrazados de ‘chulapos y chulapas’, sus protagonistas se mueven entre la ‘Pradera de Cibeles’ y la Puerta del Sol al son de un chotis de Agustín Lara mientras comen rosquillas ‘listas’ y ‘tontas’.
En política, no todo vale
No está en mi ánimo el quitar hierro a los sucesivos escándalos -del Máster a las cremas- que han terminado por forzar la dimisión de Cristina Cifuentes y, mucho menos, meterme en el despiece académico y diseccionar si los estudios de Pablo Casado han sido más o menos ortodoxos. Lo mío, como he repetido ya en mis intervenciones televisivas, es el análisis de la comunicación y gestión de crisis y lo que sí percibo con nitidez es que, esta última, ha sido excelentemente bien conducida por un Casado que ha dado todas las explicaciones posibles, casi hasta quedarse sin voz. Pero tengo aún más claro que estamos asistiendo -¡y lo que nos queda!- a un auténtico recital de puñaladas que dejarían como un mero aficionado a cualquier protagonista de ‘Juego de Tronos’.
Puñaladas que nos colocan, una vez más, frente a la recurrente pregunta de si en política hay guerras sucias o lo sucio es, justamente, la política.
Consumo muchas horas cada día explicando la necesidad de mantener siempre el ‘fair play’, como pilar clave del comportamiento del buen político. Sin embargo, es evidente que sería una gran ingenuidad concluir que la política es un campo apto para cuerpos y corazones débiles.
Dicho lo cual y sin restar un ápice de relevancia a cualquier tipo de escándalo de corrupción, títulos presuntamente regalados o cursos de postgrado otorgados con trato de favor a autoridades púbicas, no me cansaré de insistir en que hay que evitar que el panorama político se convierta en el ‘Far West’, con responsables de partidos e instituciones que, en vez de velar y desvelarse por el interés de los ciudadanos, inviertan la mayor parte de su tiempo en planear golpes contra el adversario o trazar estrategias para defenderse de los recibidos. Un lodazal en el que el estiércol de unos pocos hunda el juego limpio de la mayoría.
Es cierto que en la política, al igual que en la empresa al más alto nivel, se mantiene vigente el principio de que ‘a quién no le guste el calor, que no se meta en la cocina’... pero me niego a asumir que solo pueda aspirar a este noble oficio aquel que esté dispuesto a quemarse.
En los últimos tiempos, la guerra sucia utilizada para eliminar, desprestigiar o debilitar al contrincante se ha convertido en pan de cada día, en países relativamente democráticos pero también en democracias supuestamente desarrolladas. La política en la que creo y que debería reinaren sociedades avanzadas como la nuestra, es la política que sirve, sobre todo, para lograr el bienestar de los ciudadanos, para construir un futuro mejor y por supuesto para velar por objetivos sociales positivos. Es decir, la política debe estar siempre al servicio de la comunidad. Que lejos estamos de conseguirlo, ¿verdad?.
Pero insisto, ni siquiera los países más avanzados se libran de esta gangrena. Recuérdense los últimos meses de la aún reciente contienda electoral norteamericana donde las informaciones sobre Hillary Clinton, los correos intervenidos a su jefe de Campaña, John Podesta, y trapos sucios de diverso pelaje fueron decisivos para inclinar la balanza del lado de Donald Trump.
Los ‘dossieres’ de la vergüenza... y de la basura
En España, el gusto por los ‘dossieres’ infectados de calumnias o medias verdades es también un clásico. Desde los años ochenta, estos se han convertido en un producto típico que, como un sucio Guadiana, aparecen y desaparecen en los medios a conveniencia de intereses que los ciudadanos nunca llegan a conocer. Desde el famoso ‘Informe Veritas’, elaborado por un grupo de policías fuera de control de los responsables de Interior de la época y con el que se pretendía atentar contra la honorabilidad del juez Garzón, entonces en las listas del PSOE de Felipe González hasta el ‘Informe Crillón’, elaborado, según se denunció entonces, por encargo del que fuera vicepresidente del Gobierno, Narcis Serra y que tenía por objeto hundir la reputación del entonces banquero Mario Conde, des que se decía que ansiaba entrar en la política española con las más altas ambiciones. Todo valía en aquella España... y todo parece seguir valiendo. Las cosas no parecen haber cambiado en exceso.
¡Ay de los tramposos... y de los calumniadores!
Vivimos meses, años ya, muy difíciles, complejos... y competitivos. En la política y en la vida. Conviene no olvidar que aquella, al final, es una proyección de esta y que, como en un juego de fractales, donde las figuras son idénticas así te aproximes más o menos, nuestros responsables públicos no son ni mejores ni peores tal vez que una buena parte de los ciudadanos a los que representan. Pero sí deben ser más ejemplares. Porque están en el escaparate y porque su responsabilidad -al igual que el esfuerzo requerido- es de primera magnitud, pero las recompensas y prebendas de las que gozan son también generosas. Y así como debemos seguir siendo exigentes con ellos, tenemos también la obligación de denunciar con rotundidad que estamos asistiendo a maniobras muy feas... y que, lamentablemente, es muy posible que de aquí a las próximas convocatorias electorales, falten aún más entregas de este castizo ‘House of Cards’.
Por todo lo expuesto, me permito en este punto dar un aviso a navegantes: aquellos que gustan de practicar el juego sucio, de ‘entrar con los tacos por delante’, como se dice en fútbol, de embarrar el terreno de juego para extraer una ventaja que en circunstancias normales no lograrían nunca... ¡que tengan cuidado! Los que se manejan con comodidad en el campo de las triquiñuelas emocionales, del marketing barato de las ‘fake news’... ¡que se anden con ojo! Porque la basura en política suele tener un ‘efecto boomerang’: la mierda, antes o después, acaba por estallar en la propia cara de quien primero la lanza contra el adversario. Es más urgente que nunca diferenciar claramente qué es un discurso contra la mentira, la corrupción o el autoritarismo y qué es la guerra sucia electoral. Estamos en un nuevo escenario en que estas prácticas no tienen visos de amainar sino de arreciar. Un tiempo nuevo marcado por el dominio de los ’hackers’, de las cuentas falsas o ‘bots’ en las redes sociales y de los impostores que, cual ‘flautistas de Hamelín’ tratarán de obtener ventaja del caos que parece rodearnos y de un exceso de información que, paradójicamente, nos está confundiendo más en cualquier otra época de la historia. Se trata de una amenaza totalitaria en toda regla. Y el envite es muy serio: está en juego la democracia, nuestro sistema de valores... y nuestra libertad.
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