Podemos
Iglesias evidencia que no puede ser presidente
Pintó una España apocalíptica y aunque tendió la mano al PSOE para «echar a Rajoy» sus socios le recriminaron no pactar tras el 20-D.
Pintó una España apocalíptica y aunque tendió la mano al PSOE para «echar a Rajoy» sus socios le recriminaron no pactar tras el 20-D
Pablo Iglesias vio como la dinámica que se creó ayer en el debate del Congreso de los Diputados le negaba uno de los principales objetivos estratégicos que se había propuesto para la moción de censura: proyectar una imagen de sí mismo solvente y «presidenciable». Tras más de doce horas de debate, quedó clara la soledad política desde la que Podemos ha afrontado esta arriesgada aventura. La crítica casi unánime de todos los grupos parlamentarios que tomaron la palabra en la Cámara Baja, también los de izquierda, materializó el temido «efecto boomerang» y convirtió la moción en un examen al liderazgo del propio Iglesias que, finalmente, resultó demoledor.
Su maratoniana intervención inicial –que se extendió a lo largo de casi tres horas– sirvió para describir un panorama lúgubre de la nación, una suerte de «España negra» que difícilmente puede considerarse un reflejo imparcial de la realidad. En este sentido, el primer capítulo del discurso, dedicado a los ataques al PP, resultó reiterativo teniendo en cuenta que la portavoz de Unidos Podemos, Irene Montero, había dedicado las dos primeras horas del debate a realizar la misma crítica. La intervención de Iglesias apenas aportó nada nuevo ayer y no supo transmitir en una longitud de onda distinta que hiciera su mensaje más atractivo a un sector del electorado situado más cerca del centro político. Y no fue porque no lo intentara. En un discurso de tres horas hubo tiempo para todo: una pormenorizada explicación del último siglo de historia española, los cinco «vectores de cambio» en los que Podemos cifra su modelo para transformar la economía, propuestas importadas de la «vía portuguesa» y la lista de los presuntos logros de los ayuntamientos en los que su partido gobierna en coalición con otras formaciones de extrema izquierda.
El Pablo Iglesias que ocupó ayer la tribuna de oradores de la Cámara Baja fue el Iglesias de siempre, no sólo por gestos ya inevitables como la mano en el bolsillo, sino sobre todo por las largas disertaciones históricas más propias de un aula universitaria que de la sede de la soberanía nacional. El tono analítico y la profusión de datos económicos resultó farragosa por momentos.
Donde sí hubo un cambio sustancial –si no en el fondo, al menos en la forma– fue en la manera de abordar la relación con el Partido Socialista. A pesar de que el líder de Podemos acusó a la anterior dirección de «faltar a su palabra y obligar a sus militantes a darles una lección», Iglesias admitió que «hoy la situación ha cambiado» e hizo autocrítica al admitir que «es cierto que fuimos muy vehementes pero el tiempo nos ha dado la razón». El cambió en el tono se hizo patente cuando dijo a la bancada socialista: «Quiero pedirles desde el respeto que se pongan de acuerdo con nosotros. Ojalá nos pongamos de acuerdo más temprano que tarde». Pero los que sospechaban un cambio de actitud real de Iglesias en referencia a futuros pactos vieron defraudadas sus esperanzas: «Pero seamos francos entre nosotros: no nos digan que sea con la muleta naranja», en referencia a cualquier pacto con Ciudadanos.
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