Caso Bárcenas
Ignorar la verdad
Lo que interesa es dar carta de naturaleza a las mentiras porque la verdad no conviene como noticia. Se ha impuesto la máxima de Hearst
En el escándalo Luis Bárcenas parece que la verdad importa poco, ya que algunos prefieren creer al delincuente por intereses meramente partidistas o por antipatía personal. No parece que les importe que un hombre gris y oscuro consiguiera amansar una inmensa fortuna como gerente del PP sin que sea capaz de explicar su origen. Lo que realmente les interesa es dar carta de naturaleza a las mentiras, porque la verdad no les conviene como noticia. No es un buen titular. El presidente del Gobierno ha asegurado que todo es mentira, pero la izquierda prefiere seguir la máxima de Hearst e ignorar la verdad. Rajoy ha tenido una trayectoria intachable a lo largo de su vida. Tras superar la difícil oposición de registrador de la propiedad, una de las más difíciles, y siendo el más joven que lo lograba, asumió enseguida responsabilidades políticas movido por el concepto de servicio público que vivió en casa de sus padres. Es una persona austera, como pueden confirmar todos los que le conocen, y que ha mostrado un gran rigor en todos los cargos que ha ocupado. No importa, porque algunos prefieren creer a un delincuente encarcelado antes que a un presidente del Gobierno que ha tenido una trayectoria intachable a lo largo de su vida. Es algo que no sucede en otras democracias.
La mejor demostración de que Rajoy nunca ha aceptado el chantaje de un gerente desleal es que éste está en la cárcel. Es cierto que confió en Bárcenas porque no había el más mínimo indicio de que hubiera amasado esa inmensa fortuna. Se han dicho muchos despropósitos por aquellos que no quieren que su relato pierda consistencia. Ni tenía poder político ni se paseaba por los ministerios. Era el gerente que dirigía el área administrativa del PP. Cuando concluyó esta etapa, fue nombrado tesorero porque una vez más ningún signo externo hacía suponer que tenía casi 50 millones en el extranjero. No se sabía que contara con varias residencias, porque a nadie explicaba esa inconfesable riqueza que produce indignación a todo el mundo.
Ahora estamos asistiendo a una causa general en la que se quiere destruir la honorabilidad de los dirigentes del PP y cuestionar a un partido a partir de la estrategia de un delincuente. El goteo de filtraciones responde a esos oscuros intereses donde Bárcenas sigue sin explicar su fortuna y sólo busca destruir a Rajoy y a Cospedal porque no quisieron ayudarle. Nadie conoció realmente a Bárcenas, algo que no tiene que sorprendernos porque hay delincuentes que son inteligentes y hábiles manipuladores. Hay y ha habido muchos Bárcenas que engañan a amigos y familiares para conseguir un enriquecimiento ilícito. Todos conocemos o hemos sufrido casos similares en los que alguien ha traicionado nuestra confianza. Es cierto que frívolamente se podrá criticar a Rajoy por no haber sido tan listo como los que le atacan y tendría que haber sometido a Bárcenas a la «máquina de la verdad» aunque no hubiera nada que indicara que le estaba engañando. He de reconocer que confío antes en un presidente del Gobierno honrado y honorable que en un sujeto de la catadura moral de Bárcenas.
Las mentiras del ex tesorero no deberían marcar ni la agenda de los medios de comunicación serios ni la política española. Rubalcaba se ha instalado en una inquietante huida hacia adelante para esconder la crisis interna del PSOE y los escándalos que afectan a su partido. No entiendo que pida la dimisión de Rajoy cuando se mantuvo en silencio durante los años en los que su partido estaba afectado por escándalos gravísimos. No entenderé nunca que crea más a un delincuente que a una persona honrada como Rajoy.
No hay ninguna prueba que corrobore las mentiras de Bárcenas. Las empresas confirman que nunca han dado dinero, los dirigentes del PP niegan tajantemente cualquier percepción de pagos en B y Rajoy ha dado a conocer sus declaraciones de renta y patrimonio, algo que Rubalcaba no ha querido hacer. A los que quieren derribar al Gobierno no les importa. Otro aspecto asombroso en este proceso inquisitorial está en los ataques contra el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. En la entrevista que publicamos deja muy clara su lealtad a Rajoy, con quien le une una sólida relación desde hace más de treinta años. Los amantes de las conspiraciones, que nunca imaginé que hubiera tantos, lo quieren convertir prácticamente en el ideólogo de una campaña para sustituir al presidente del Gobierno. Un despropósito, pero acaso importa la verdad cuando encaja mal en una estrategia. Gallardón también es blanco del odio de Bárcenas.
Los juristas coinciden en que las mentiras de Bárcenas no tienen ninguna validez y que los papeles son una auténtica chapuza. Esto es lo relevante en un Estado de Derecho. No puede ser que los inocentes tengan que probar su inocencia, cuando no hay nada que indique que hicieran algo ilegal o incorrecto. Estamos ante un atropello de la Justicia por intereses inconfesables, tanto de Bárcenas como de aquellos que le están apoyando con un fervor inquietante. Nadie confirma pagos ilegales, pero una vez más no importa, porque se ha llegado a decir que es irrelevante porque seguro que existieron. Es la vieja táctica de extender una mentira e insistir en ella para que parezca una verdad. Los contratos se adjudicaron a empresas solventes e importantes que trabajaban para administraciones de distinto signo político. No hay ni siquiera un atisbo de amiguismo sino procedimientos reglados que se cumplieron escrupulosamente. No existe ningún rastro de esos presuntos pagos o conexión con el PP. Ni cohecho ni delito fiscal. Lo lamentable es que se extienden dudas y rumores, aunque no exista fundamento, perjudicando la honorabilidad de cargos públicos.
El presidente del Gobierno ha dado explicaciones, pero nunca convencerá a los que prefieren creer a Bárcenas. Cualquier cosa que diga este personaje adquiere la categoría de dogma para los que sólo buscan acabar con Rajoy. Me recuerda mucho a las inconsistentes campañas de acoso y derribo que sufrieron los dirigentes de UCD. El PSOE dijo entonces que habría «auditorías de infarto» y la realidad es que no hubo ninguna porque no había nada, al igual que sucede ahora.
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