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La guerra de cifras de la Diada
El conseller de Interior ha cifrado en 1,6 millones de personas el número de participantes en la cadena independentista que recorrió Cataluña de norte a sur a lo largo de cerca de 400 kilómetros.
Sólo los más madrugadores pudieron ver ayer la fachada de la casa familiar donde veranea Artur Mas, en Vilassar de Mar, teñida con pintura roja. Desde primera hora de la mañana un grupo de operarios se afanaba a limpiar el mensaje que dejó algún incívico enfadado con el proyecto soberanista del presidente de la Generalitat, comprometido sí o sí a convocar una consulta que obligue a los catalanes a decidir si quieren o no la independencia de Cataluña. «Se ha acabado la paz social», decía la pintada.
Aunque la frase no deja de ser la ocurrencia de un gamberro, recoge el estado de ánimo de una sociedad catalana más fracturada tras la nueva exhibición independentista que ayer protagonizaron cientos de miles de catalanes recreando una cadena humana de norte a sur del litoral catalán, 400 kilómetros para reivindicar una «Cataluña libre».
Los organizadores, la Asamblea Nacional de Cataluña, pensaron estratégicamente en una cadena humana, más impactante visualmente que la masiva manifestación del pasado 11 de septiembre, pero viable con la mitad de gente, como símbolo para construir el relato histórico del proceso soberanista. Al margen de la cadena humana, la Vía Catalana contaba con muchos otros símbolos pensados para emocionar, para que el portavoz del gobierno catalán, Francesc Homs, tras poner el punto y final a la reivindicación con gritos de «independencia» en la plaza Sant Jaume de Barcelona, exclamara exaltado: «El día de hoy se escribirá en los libros de Historia».
A las 17.14, la hora catalana, un guiño al año en que Barcelona cayó ante las tropas de Felipe V tras catorce años de asedio, repicaron las campanas de la Catedral de Lleida, la única capital de provincia por donde no discurría la Vía Catalana. En ese momento, Mariona Comas, la joven actriz de «Pà Negre», que encabezaba la cadena humana por el sur, en Alcanar, y el filósofo Xavier Rubert de Ventós, de 74 años, desde el extremo norte, «encendieron» la Vía Catalana dando la mano a la persona que tenían al lado. Como si de una corriente se tratara, los 400.000 participantes inscritos oficialmente, 1,6 millones, según los organizadores, fueron entrelazando sus manos uno a uno, hasta que la cadena llegó al centro de la plaza Catalunya de Barcelona, donde estaba Carme Forcadell, la presidenta de la ANC.
En plaza Sant Jaume, donde se encontraba algunas autoridades encabezadas por Homs junto al alcalde de Barcelona, Xavier Trias, la mujer y familia de Artur Mas, concejales del Ayuntamiento como Joan Laporta o consellers como Ferran Mascarell, titular de Cultura, la cadena humana fue caótica. Pero como imperaba la fiesta, nadie le dio importancia. Al margen de que hubiera mucha gente y la cadena pareciera una serpiente, las autoridades, no cumplieron con el horario de los organizadores. A las 17.10 horas tenían ya las manos entrelazadas, ninguno vestía de amarillo, el color asociado a lo nuevo que eligió la ANC para reivindicar la independencia, el carrillón del Palau de la Generalitat sonó mientras en el resto del territorio, los participantes entonaban «Els Segadors», y los sorprendentes «fans» que le salieron al portavoz del Govern acabaron por romper la cadena antes de tiempo. «¿Le puedo hacer una foto con mi hijo?», preguntó una señora a Homs, que se movía por Sant Jaume pletórico después de que unas amigas de sus hijas, adolescentes, gritaran: «Quicu –que es como lo llaman en casa–, guapu!», un piropo reservado a Mas, que pese a haber azuzado la Vía Catalana decidió no participar apelando a su papel institucional.
Barcelona, donde los organizadores dicen que había 500.000 personas, invadida por el amarillo y miles de «estelades» eran el reflejo de lo que entre las 17.14 y las 18.00 ocurría en los 788 tramos de la cadena humana. Familias, muchos niños y gente mayor, como Gloria de 95 años y su biznieto Jan de dos coreaban consignas independentistas y cánticos clásicos como el «se quema Madrid». Las Terres de l'Ebre lograron su objetivo, no dejar un agujero en blanco. Fue una jornada donde imperó el civismo y respeto, pero en todos los ganados siempre hay una oveja negra. En Vinarós (Castellón), detuvieron al ex diputado Alfons López Tena por desacato a la autoridad. Y en el paseo de Gràcia de Barcelona, donde se vio a Pasqual Maragall, una amezana de bomba forzó un desalojo.
La apuesta de la ANC fue inteligente, necesitaba sólo 400.000 personas, la mitad que en la manifetación de 2013 para colgarse la medalla. Aunque finalmente fueran 1.600.000 personas, según los organizadores, la cadena independentista pierde pluralidad: se han caído el PSC, ICV y Unió.
Interior rebaja en más de un millón la euforia soberanista
La apuesta de la ANC de organizar una cadena humana inspirada en la vía báltica era inteligente, con menos personas tenía igual o mayor eco internacional que con la masiva manifestación de hace un año. Necesitaba una tercera parte de asistentes, 400.000 personas para cubrir los 400 kilómetros que separan Alcanar, en el sur de Cataluña, de El Pertús, en el norte. Ese era el número apuntado oficialmente en la Vía Catalana, la cifra necesaria para cubrir los 788 tramos. Pero tanto los organizadores como el conseller de Interior, Ramon Espadaler, afirmaron que acabaron sumándose 1.600.000 personas a la cadena humana. Como sucedió el año pasado, con la manifestación por el centro de Barcelona a favor del derecho a decidir, el Ministerio del Interior rebajó la cifra a unos 400.000 asistentes. Aunque finalmente acabaran siendo 400.000 o 1.600.000 personas, de la cadena humana independentista se han caído el PSC, ICV y Unió, no sólo el PP y Ciutadans, que ya se excluyeron de la manifestación de 2013. Entonces, la marcha sumó muchas sensibilidades con un denominador común, la convocatoria de una consulta soberanista. El objetivo de la cadena humana, en cambio, no es el derecho a decidir, si no la independencia, con consulta o sin ella.
CDC, ERC y la CUP, que representarían sólo 55 de los 135 diputados que hay en el Parlament, se quedaron como los únicos partidos patrocinadores.
Los indicadores de éxito o fracaso en esta ocasión no han sido cuántas personas había, sino si se lograba dibujar una cadena humana de 400 kilómetros. Se logró, gracias al despliegue propagandístico del Govern.
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