El desafío independentista
La recuperación es lo primero
Existen cuestiones políticas ante las que es complicado abstraer la sensibilidad social del sentido económico. El movimiento en favor de la independencia en Cataluña y las reacciones suscitadas por el mismo son un caso actual de innegable relevancia. Es necesario y sano no someter la libertad individual, las creencias o los valores exclusivamente al dictado de los principios económicos. Sin embargo, no parece lógico obviar el sentido económico si es posible evitarlo, en particular, en un momento de crisis como el actual, y en el que hay algunos signos de recuperación que debemos reforzar al máximo.
Eso sí, no podemos olvidar de dónde venimos, de qué situación hemos empezado a salir. Venimos de un entorno en el que se establecieron considerables dudas sobre la estabilidad fiscal y financiera de España y en el que aún los retos son de importantes proporciones. Un contexto en el que se ha seguido muy de cerca la capacidad del Estado español para controlar las cuentas públicas en sus distintos niveles administrativos territoriales. Y antes y ahora Cataluña tiene un papel crucial cuantitativo y cualitativo en el escrutinio que sobre la consolidación fiscal de España se hace desde el exterior. La deuda no es una broma, es un elemento fundamental para determinar la seriedad de un país, más aún cuando quieren consolidarse reformas estructurales y apostar por un mayor peso de la competitividad y del sector exterior como ejes de crecimiento importantes para nuestra economía.
Cualquiera que lea estos días la Prensa internacional o mantenga un contacto con analistas foráneos sabe que la «cuestión catalana» interesa y preocupa fuera de nuestras fronteras. Mucho. La imagen es de clara división y las fuentes de inestabilidad política terminan cotizando mal estos días en los mercados financieros. A uno le da por pensar, en todo caso, que estas cuestiones podrían debatirse y negociarse de forma mucho más racional de lo que se están llevando, sin menoscabo de elevar los riesgos reputacionales territoriales. Palabras como «ruptura», «negación», «totalidad» o «insumisión» pueden generar una muy mala digestión por parte de los mercados. Tampoco parecen acertados, por falta de rigor y de la necesaria sinceridad, los diagnósticos que establecen que el problema de la deuda en Cataluña es la herencia de otros problemas anteriores. En parte sí y en parte no.
En todos los niveles territoriales el problema del endeudamiento ha sido generalizado en los últimos años, por mucho que unos hayan lidiado mejor que otros con el mismo y lo que los hechos han demostrado una y otra vez es que las soluciones para dar viabilidad financiera a cualquier territorio sólo son posibles en un marco de cohesión. En el exterior, se considera al Estado un paraguas de sus territorios y nosotros debemos esforzarnos dentro del país porque sostener todos ese paraguas con la misma fuerza, cuestiones de identidad política al margen, aunque sean (que lo son) cruciales.
Está claro que los mercados no deben mandar en todo pero no se pueden obviar. Desde un prisma puramente económico, llegados al punto que hemos alcanzado, algún tipo de solución es necesaria. Algunas reclamaciones de Cataluña desde un punto de vista económico -sobre todo fiscal- tienen su razón de ser y debe hablarse sobre ellas. Los acuerdos son posibles y es necesario avanzar en los mismos.
Lo que ocurre es que las razones que muchas veces se aducen para que esas conversaciones se produzcan parecen estar muy mal llevadas y traídas. En ocasiones parece más importante tratar de saldar cuentas históricas en cuestiones tan metodológicamente manejables como las balanzas fiscales que darle un verdadero sentido práctico -incluso moderno si se quiere- a la resolución de estos problemas. En todo caso, no olvidemos que estamos en un contexto de crisis y cambiar el modelo de financiación autonómica requerirá esfuerzos importantes por parte de todos por la escasez de recursos actuales en todas las comunidades autónomas.
Por lo tanto, incluso aunque dentro de las negociaciones que puedan abrirse entre el Gobierno central y Cataluña pueda haber cuestiones de futuro de mayor o menor naturaleza política, económica o fiscal, existe un marco de corresponsabilidad actual sobre el que no debe perderse la vista y que debe ser ahora la prioridad número uno, porque el esfuerzo debe ser impulsar al máximo la recuperación con una imagen de integración en los objetivos generales de consolidación fiscal. No se puede obviar que Cataluña puede precisar cambios en esa estructura económico-fiscal, pero tampoco que la prioridad es la recuperación y que no parece sensato sacrificar ésta con disputas que enmascaren los esfuerzos de todos que son necesarios para lograrla.
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