José María Marco
La resurrección... política
El pasado mes de diciembre, el PSOE presentó en el Congreso una proposición de ley para revisar y profundizar la ley de Memoria Histórica promulgada bajo el gobierno de Zapatero diez años antes. El texto acentúa los aspectos más ideológicos y doctrinarios de aquella norma y sepulta, bajo una serie de propuestas como la Comisión de la Verdad (sic) en el Congreso, sus propuestas más positivas, referidas en particular al desenterramiento de restos de personas sepultadas en fosas comunes. Es un texto de un dogmatismo profundo, que rescata del pasado la dictadura y la figura de Franco, y los convierte en elementos centrales del debate político e ideológico actual, a 43 años de la muerte del dictador y a 82 del desencadenamiento de la Guerra Civil.
En el gesto de resucitar a Franco, hay un gesto de oportunidad política. Hace poco tiempo el PSOE parecía estar a punto de perder, a manos de los podemitas, la hegemonía en la izquierda. Pedro Sánchez se ha empeñado en recuperarla con una apuesta por volver a hacerse, aunque no sea ya en régimen de monopolio, con las señas de identidad de la izquierda española. Entre ellas figura el «antifranquismo», sea lo que sea esto. También entraña una intuición electoral fundada en la convicción de que la aplastante e indiscutida dominación de la izquierda en la cultura oficial y en todos los grados de la enseñanza ha generado una expectativa.
También hay, claro está, una maniobra partidista. Como es tradicional, al PP se le endilga la condición de partido predemocrático, vamos a decirlo así. La novedad estriba en que ahora también van a caer bajo el oprobio los miembros y, sin duda los votantes, de Cs. Lo único que ha venido justificando la identificación del PP con la dictadura de Franco ha sido la cortedad de los populares a la hora de desmarcarse del antiguo régimen y gestionar un asunto delicado como es el de la memoria. La voluntad de resellar con el mismo marchamo a Cs, un partido de claro matiz generacional, es doblar una apuesta ya de por sí arriesgada. Habrá quien se lo crea pero también abre una oportunidad al PP y a Cs para cerrar heridas y demostrar su designio modernizador de afirmación de la ciudadanía constitucional, fuera de cualquier memoria guerracivilista. La vuelta del pasado y el intento de resucitar las almas muertas suscitan equívocos e ironías que convendría explorar, sin merma de la seriedad del asunto.
La maniobra del PSOE sólo se entiende si se tiene en cuenta el trasfondo histórico sobre el que se ha construído la «memoria histórica» de nuestra democracia constitucional. Muy abierta en el primer momento y dispuesta a cualquier revisión crítica al tiempo que empeñada en no incurrir en los monstruosos errores y crímenes del pasado, se fue cerrando a medida que se fue consolidando el nuevo régimen. Así es como lo que fue disponibilidad autocrítica dejó paso a una férrea construcción ideológica, con la Segunda República como mito fundador de la Monarquía parlamentaria.
El mito consolidaba la hiperlegitimidad de la izquierda y le concedía una superioridad moral con excelentes réditos políticos. Quienes lo hemos vivido sabemos hasta dónde se llegó durante mucho tiempo. Cualquier intento de poner en duda ese consenso, porque es necesario hablar en estos términos, condenaba a quien lo hacía al silencio y a la expulsión del debate público. Entonces no hacían falta Leyes de Memoria Histórica. Esta se aplicaba espontáneamente, aunque no con buena conciencia y a rajatabla, sin apelación posible.
Hoy la situación ha cambiado. La izquierda ha entrado en una crisis profunda, quizás terminal, de la que es el síntoma la aparición de populismos, neocomunistas en nuestro país, como Podemos. Al mismo tiempo, se ha empezado a resquebrajar el mito de la Segunda República y se ha vuelto a hablar y a escribir de los años republicanos y de la Guerra con una libertad renovada. Por lo mismo, la hiperlegitimidad de la izquierda ha dejado de cotizar entre los valores políticos. En vez de responder a la nueva situación con un planteamiento distinto, la izquierda –enferma de nostalgia– se empeña en recuperar sus antiguos dominios. Una de las formas de hacerlo es, muy literalmente, sacar a Franco del sepulcro para condenar como cómplices a los que no se avienen a la versión izquierdista de lo ocurrido. Versión que, de prosperar la propuesta socialista, defenderá en las Cortes la Comisión de la Verdad. El totalitarismo, que los españoles conocieron tan de cerca en los años 30 y 40 –y en los dos bandos– vuelve por sus fueros.
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