Terrorismo

«Le cogió de la cabeza y le disparó a bocajarro»

Los jueces instructores destacan que uno de los agentes fue rematado al intentar salir del coche pese a estar desarmado

La Razón
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Fue una fatídica coincidencia. Los guardias civiles Fernando Trapero y Raúl Centeno, que formaban parte de un dispositivo conjunto con las Fuerzas de Seguridad francesas, destinado a la localización de miembros de ETA, entraron en la cafetería «Les Écureuils» para desayunar antes de comenzar su trabajo. Desconocían que en el interior estaban tres terroristas.

La empleada de la cafetería describe con todo detalle lo que ocurrió: «Vi entrar, alrededor de las 8,40-8,45 a dos hombres y a una mujer. Uno de los dos hombres, el único de los tres que habló conmigo, me pidió dos chocolates, un café y un croissant. No hablaba bien francés y le hice repetir la palabra chocolate ya que pronunció chocolate, como los españoles. El grupo se fue a sentar a una mesa, la última de un total de tres mesas, en la sala principal de la cafetería, que estaba vacía». «La mujer tenía entre 25-30 años de edad, de 1,65 aproximadamente de estatura, rubia o castaña de media melena recogida con una pinza en la parte posterior de la cabeza. Los dos hombres también tenían unos 25-30 años, pero no puedo hacer ninguna descripción de ellos. Cuando volví a la barra, después de servirles, dos jóvenes entraron en la cafetería. Me pidieron dos cafés. De nuevo, se trataba de españoles, lo que me resultó curioso considerando la clientela habitual del establecimiento a esa hora y en aquella época del año. Los dos se instalaron igualmente en la sala principal, al lado del primer grupo de tres personas». «Hacia las 9,15, uno de ellos se dirigió hacia la barra para pagar los dos cafés, después salieron de la cafetería. Unos cinco minutos más tarde, el hombre del grupo de los tres españoles acudió igualmente a la barra a pagar la cuenta y abandonaron igualmente el local. Poco después, cuando estaba limpiando las dos mesas, recibí la llamada del gasolinero de la estación de servicio Lecrerc, y me dijo que había oído un disparo procedente de un vehículo de color gris». Después se producirían más disparos, dos más según la versión que se ha mantenido hasta ahora y tres, según los forenses que examinaron los cadáveres de los guardias civiles. En su escrito de imputación, los jueces franceses Laurence Le Vert e Yves Jannier sostienen que el autor de los disparos, por su preminencia dentro de ETA, fue Miguel Carrera, que tomó la decisión sobre la marcha. Algunos expertos creen que los etarras se sintieron vigilados por los agentes. Lo que está claro es que los identificaron como españoles y los siguieron hasta su automóvil, un coche camuflado perteneciente a las Fuerzas de Seguridad galas. Al parecer, en ese momento Trapero y Centeno habían activado los sistemas de transmisión, necesarios para trabajar en un operativo y eso facilitó su identificación por los etarras. Un testigo de los hechos explicó que había oído un segundo disparo y vio a un hombre que presionaba «con la mano izquierda en la parte superior del cuerpo (de uno de los agentes), probablemente en la cabeza o en la parte superior de la espalda, e hizo un movimiento con su mano derecha en dirección a la parte posterior de su cabeza. Fue entonces cuando oí una segunda detonación, 10 o 15 segundos después de la primera y vi una pequeña nube de humo salir del vehículo. (Le acababa de disparar a bocajarro). Vi entonces el cuerpo de la víctima caer (...) y resonó un claxon». «El copiloto estaba mal, tenía un agujero en la cabeza (...) el segundo disparo se realizó en el interior del vehículo. Pensé que la víctima todavía estaba viva puesto que vi su espalda en posición horizontal a la altura del salpicadero y sus pies en el suelo».

En el escrito de los jueces, recuerdan el comunicado de ETA en el que se decía que se había tratado de «un enfrentamiento armado» con las fuerzas del orden que tenían «la intención de matar a militantes de ETA», cuando era patente, agregan los magistrados, que ninguno de los guardias estaba armado y que el autor de los disparos sabía, al rematar a Centeno, que no tenía ningún medio para defenderse cuando, en un último reflejo de supervivencia, había conseguido salir del coche.