Bruselas
Los amigos ultras
El partido nacionalista flamenco que apoya a Puigdemont está cada vez más atrincherado en la extrema derecha.
El partido nacionalista flamenco que apoya a Puigdemont está cada vez más atrincherado en la extrema derecha.
El nacionalismo catalán siempre estuvo convencido de su intrínseca superioridad cultural (en otros tiempos se decía racial) sobre el resto de los españoles, o, mejor dicho, sobre los españoles. Desde los tiempos prerromanos, en esa parte de la península habían vivido pueblos más cultos, más emprendedores, más ahorradores, sin rastro de contacto, además, con ese submundo de tribus que ya por entonces –antes de los romanos, recuérdese– se complacían en unos rasgos de carácter sureño: parasitario, atrasado, degenerado en una palabra. Así que cuando el martirizado presidente del Gobierno catalán tuvo que pensar en salir de la península para no acabar en un calabozo, tendió, como es lógico, al norte. Ellos, los nacionalistas, habían evolucionado como un grupo naturalmente europeo, y su civilización, la de verdad, no se había mezclado nunca con la de esos españoles que, por si fuera poco, durante tantos siglos habían convivido con musulmanes y judíos.
La elección de Bruselas como lugar de exilio era lógica. Los representantes del pueblo más europeo (por no decir el único europeo) de la península ibérica buscaban refugio en el corazón de Europa. Europa, pensaban ellos, no podría por menos de acudir en ayuda de sus hermanos martirizados.
El caso es que no fueron las instituciones europeas las que se precipitaron a ayudar a aquellos europeos de pura raza ahora perseguidos. Los que se reconocieron en el éxodo atroz de aquel pueblo oprimido fueron otros, más exactamente un grupo que reivindicaba para sí la superioridad de su cultura y de su identidad –la flamenca– en su país y también en Europa.
Se trata del partido Vlaams Belang (Interés Flamenco), heredero de otra organización, el Vlaams Blok (Bloque Flamenco), que había tenido que mudar de nombre (no de siglas, ni de personas, ni en realidad de programa) tras haber sido condenadas, en 2004, algunas de sus asociaciones afines por racismo y verse amenazado él mismo de suspensión.
El cambio de nombre (que no de siglas, VB) no significó una reconversión. El Vlaams Belang se empeñó en seguir alejándose del antisemitismo del que se había acusado a su antecesor, pero su carácter identitario se centró en un explícito antiislamismo, con fuertes notas antiinmigración. De hecho, Vlaams Belang ha aspirado al control de todos aquellos inmigrantes que no estén integrados en la cultura flamenca, lo que llevaría –de ser aplicado el programa– a una suerte de «apartheid» con flamencos e inmigrantes separados (de paso también se escindía la seguridad social de flamencos y valones), reducción de ayudas y derechos sociales e incluso limitaciones al derecho de propiedad, con previsión de planes de repatriación. Los nacionalistas flamencos retomaban la larga tradición de nacionalismo flamenco de tipo étnico, que en los años 30 propugnó un estado pan-neerlandés y se identificó con entusiasmo con las obsesiones racistas del Tercer Reich y los nazis alemanes.
Los nacionalistas flamencos del Vlaams Belang tuvieron éxito en la primera década del presente siglo. Consiguieron un respaldo electoral importante tanto en el Parlamento federal (11,99 % de los votos en 2007) como en el Parlamento Europeo (23,16% en 2004 y 15,88% en 2009) y en las instituciones locales. Desde entonces lleva una vida declinante y se encuentra cada vez más atrincherado en la extrema derecha. En el Parlamento Europeo está integrado en el Movimiento Europa de las Naciones y Libertades en compañía del Frente Nacional francés, la Liga Norte italiana y Amanecer Dorado, de Grecia, con los que comparte un euroescepticismo profundo y la cercanía a un populismo de derechas. Hace escasos meses, el grupo español Vox mantuvo contactos con este Movimiento. Detrás del fiero león de Flandes que, sobre fondo amarillo, ha amenizado las manifestaciones de los nacionalistas catalanes en Bélgica parece que se dibujan otros símbolos, mejor conocidos de los españoles. Los círculos siempre acaban cerrándose.
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