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Los etarras son recibidos como héroes

Plazaola es jaleado en Oñate y los vecinos de «Santi Potros» ven su vuelta a casa como «cosas de la vida». El etarra «Santi Potros» pasea por las calles de Lasarte

Alberto Plazaola
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Plazaola es jaleado en Oñate y los vecinos de «Santi Potros» ven su vuelta a casa como «cosas de la vida»

Mientras uno parece querer pasar desapercibido, otro es recibido como un héroe. Los etarras Alberto Plazaola y Santiago Arrospide Sarasola («Santi Potros»), ya en libertad, se trasladaron ayer a sus localidades de origen después de habérseles recortado la pena. El primero se desplazó a la localidad guipuzcoana de Oñate, mientras que el segundo se marchó a Lasarte, a pocos kilómetros de San Sebastián. Ambos por supuesto, bastiones de Bildu. A Plazaola le recibieron como a un héroe en su pueblo natal, mientras que a Arrospide nadie parecía conocerle –o querer conocerle– en el barrio en el que ha decidido residir y en el que LA RAZÓN estuvo ayer para comprobar cómo es el primer día en libertad de uno de los terroristas más sanguinarios.

Después de haber cumplido veintiocho de los tres mil años de prisión a los que fue condenado, «Santi Potros» se ha mudado a una casa muy transitada, con siete alturas y cuatro pisos en cada una de ellas. Numerosos vecinos entraban y salían ayer, sorprendidos de la notoriedad del que es su nuevo visitante. La vivienda de «Santi Potros» tiene vistas al río Oria, mientras que la fachada principal de la casa da a una plaza en la que ayer jugaban al fútbol varios grupos de niños, totalmente ajenos a las tragedias que dejó atrás el historial sanguinario del etarra Santiago Arrospide Sarasola. Un terrorista que por la mañana aprovechó para pasear por las calles de la localidad como si nada hubiera ocurrido.

Según manifestó a este periódico el administrador del edificio, que vive en el séptimo piso del mismo inmueble, Pilar Arrospide Sarasola es una vecina nueva, que compró la casa hace apenas unos seis meses y que se instaló allí con su marido, José López Cuesta, y con su perro. No se sabe si a «Santi Potros» le molestaba convivir con el animal, pero ayer vimos salir del portal al cuñado de Santiago Arrospide con el perro en una mano y la cama del animal en la otra.

Si algo ha cambiado en el País Vasco desde que la banda terrorista ETA dejó de asesinar es la forma en la que las personas de pueblos como Lasarte, gobernados por los proetarras, tratan a los periodistas. Algunos de ellos nos hablaron con desenfado, comentando jocosos que «no eran la Pantoja», ante la presencia de un fotógrafo por la zona; otros con curiosidad, preguntando el medio para el que iban a hacer sus comentarios. Todos coincidían en dirigirse a nosotros con tranquilidad, lejos del miedo al terrorismo etarra que durante tantos años mantuvo callados a la mayoría de los vecinos de zonas como ésta. En la localidad de Lasarte hablaban ayer de «Santi Potros» como de un personaje público, ajeno a sus vidas. Ya nadie se acuerda, en el pueblo donde nació hace sesenta y ocho años, de Santiago Arrospide Sarasola. Es difícil encontrar en sus calles alguien que jugara con él cuandoeran pequeños o que fuera su compañero de estudios antes de convertirse en el ya famoso «Santi Potros», que se convirtió en el jefe del «aparato militar» de ETA.

Con treinta y siete muertos a sus espaldas, ayer descansaba en el número cinco de la calle Rivera, un lugar que no se corresponde a la idiosincrasia etarra. He visto a otros asesinos, como Josu Uribetxeberria Bolinaga, volver a casas con más categoría que la de sus víctimas, pero el edificio donde se instaló ayer «Santi Potros», al margen de las vistas al río, no era ni mucho menos un lugar discreto ni con encanto.

La vida pasaba por el portal donde había entrado esa misma mañana el terrorista que fue capaz de planear un crimen como el del Hipercor de Barcelona en 1987, en el que murieron 21 personas. Gente con bolsas de la compra, matrimonios con hijos, muchos vecinos que ni apoyaban, ni estaban indignados por la presencia de «Santi Potros». «Cosas que tiene la vida», resumía una de las vecinas.

La única que se escondía ayer era la hermana de Santiago Arrospide Sarasola, Pilar, a la que pregunté, como a otros muchos vecinos, si conocía a la hermana de «Santi Potros» y dijo que no, subiendo las escaleras, mientras que, a esa misma pregunta, su marido, que llegó instantes después, me respondía «Pero si es ella». Era una mujer menuda, de pelo blanco, con un anorak negro. Tiene dos hijas, según algunos de los vecinos, que ya no viven con ella. Nadie la conoce demasiado en el barrio. Ella y su hermano jugaban algún kilómetro más lejos, cerca del hotel Txartel, cuando eran pequeños.

Allí, otra señora recordaba haber ido con ella a la ikastola, pero hace mucho que no la veía. De su hermano nadie parecía recordar nada relacionado con el pueblo. «Santi Potros» dejó Lasarte a los veintitantos años y ha vuelto cuarenta años después. Demasiado tiempo como para que los amigos le visiten en el piso de su hermana y compartan descansillo y ascensor con la gente corriente que vive en el número cinco de la calle Rivera. Allí no había ayer visitantes de la izquierda abertzale, ni carteles de bienvenida, a pesar de que en el pueblo de Lasarte mandan los que apoyan a los terroristas de ETA.