Política

El desafío independentista

Paseo antes del cerco

Foto: Shooting
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10 h. Paseo por algunas calles de Barcelona, por ese lado del Ensanche (derecha) que conserva su mejor modernismo, de sólidos edificios, algunos muy historiados con gárgolas asomando en los dinteles y dragones en los picaportes. Observo sin comprenderlo del todo cómo es posible que en un ambiente tan civilizado y de discretísima opulencia cuelguen de los balcones banderas que proclaman la división de Cataluña, incluso trozos de plástico amarillo a falta de bombonas de butano y jaulas con jilgueros. Son pocos, pero escogidos. Precisamente ellos, que tanto han necesitado a la otra parte, al menos para que les bajen la basura a la calle. Creo que ese es el gran misterio de lo que está pasando en esta ciudad, protocapital del futuro Estado taumatúrgico, donde nunca pasa nada aunque esté pasando de todo.

11h. Se idealiza en exceso a la burguesía –en Cataluña y en toda España, la burguesía sólo es la “burguesía catalana”-, pero no se tiene en cuenta el dato biológico de que quienes construyeron las casas donde ellos habitaron, ahora habitan otros, no exactamente iguales aunque compartan la sangre, sean herederos previo pago de sucesiones, descendientes o fondos de inversión. Es decir una “postburguesía” a la que le corresponde su “postcatalanismo” que poco tiene que ver con el de sus antepasados. Esa nueva élite que ha tomado el mando y que algunos han denominado como la “CUP de derechas” es más atrevida en las formas y llegan hasta a significarse públicamente, que ya es decir, colgado estandartes realmente de mal gusto –con lo que cuidaron la estética sus abuelos- tras sus ventanas de doble cristal y celosía. De ahí que todo parezca lo que no es, que haya escenas y escenarios que son un verdadero juego óptico, un trampantojo, hacer ver algo distinto a lo que es. Por ejemplo: un grupo de los CDR formados por personas que podrían ser amigos y amigas de un gimnasio, con sus cabelleras plateadas peinadas al estilo que impuso la madre Ferrusola, tan machihembrado, camisetas amarillas, collar y calzado deportivo un poquito alzado. ¿Qué puede hacer el Estado ante ellos? Nada.

En una mesa petitoria de la Asamblea Nacional Catalana (en Rambla Cataluña con Aragón) venden merchandising, que, en su caso, suena mal y lo vulgariza, porque todo parece productos curativos y de herbolario. ¿Qué puede hacer el Estado? Nada. El nacionalismo catalán es muy viejo: el más puro ha tomado el poder.

12 h. Monumento de Rafael de Casanovas. Es extraño que a esa hora todavía no hayan montado el patíbulo; a eso se parece el escenario donde se sienta la cobla (orquestina sardanística) y enseña los calcetines, que durante todo el día interpretará “Els Segadors” a determinadas comitivas, a las que la gente aclama, mientras que a otras se las insulta, aunque sin música. Mañana volveré a primera hora cumpliendo una tradición: comprobar este grotesco termómetro que da cuenta de la degeneración de esta celebración, única en el mundo en la que se escupe a quien lleva flores si así lo cree la muchedumbre.

Paso por el Centro de Cultura y Memoria, en el Borne, dedicado al asedio de 1714 –la culpa la tienen los huesos hallados, como siempre-, con su mástil con el que se elimina la proporción aurea y se adopta la chato sistema métrico decimal del nacionalismo: el mástil de la bandera debe medir 17 metros y 14 centímetros y lo ideal seria que el Barça marcara sus goles en el minuto 17 y 14 segundos. Deben dar gracias -dice John Elliot- de caer en esa fecha ante las tropas Felipe V porque pasados los años Cataluña puedo desarrollar su cultura y su lengua. De haber formado parte de Francia, Cataluña habría desaparecido y, por consiguiente, no hubiera habido ni “proceso”, ni TV3 y Torra seguiría trabajando en una compañía de seguros.

19 h. Asistir a una marcha de antorchas (ya forma parte del calendario festivo del nacionalismo: Marxa de Torxes) es una experiencia inolvidable, terrorífica. Lo tiene todo: la luz crepuscular de las sombras, el olor a petroleo, el paso lento de los antorchados y cabizbajos, como feligreses, que musitan canciones de una tristeza sobrecogedora. Se internaron por el Raval, que precisamente es un lugar que no necesita más fuego, salieron a las Ramblas ante la mirada alucinada de los turistas sorprendidos de la variedad de diversiones que ofrece la ciudad y llegaron al Fossar de las Moreras. La Zona Cero. Mañana [por hoy] llegarán a la ciudad los de los pueblos a llenar las calles.