Cataluña
Pedro Sánchez, el «guapo»
El título original de la novela de Boris Vian es todavía más terriblemente elocuente que la traducción española, «Que se mueran los feos», luego convertida en canción por Los Sirex: «Et on tuera tous les affreux», cuyo significado literal es «Y mataremos a todos los horribles...» lo que casi estaban dispuestos a hacer en el tórrido domingo de primarias los partidarios de Pedro Sánchez Pérez-Castejón (Madrid, 1972), por atinado mote «el guapo». Si los feos hubiesen de desaparecer de los carteles electorales del PSOE, como pretendía el zapaterismo enjuto y fotogénico, nadie habría albergado la más mínima duda sobre la identidad del próximo secretario general. Por eso, un dirigente de la sólo en teoría neutral federación socialista andaluza cerró un mitin de la campaña interna exclamando, sí, «que se mueran los feos». O que pierdan las primarias.
Alfonso Lazo, catedrático de Historia Contemporánea por cuya aula pasó Felipe González y diputado del PSOE en el Congreso en 1977 y 1996, lo ha explicado en un reciente artículo de prensa: Madina y Sánchez «carecen de ideología y de proyecto pero tienen un discurso reconocible; el mismísimo discurso de Zapatero: mucha ingeniería social que no cuesta un euro y nada explica acerca de cómo salir de la crisis y paliar el desempleo; muchos ensayos con champán en vez de con gaseosa, mucho feminismo que rompa la igualdad ante la Ley. La política como imagen proyectada a los ciudadanos. Así que se escoge a la ministra de Defensa por estar embaraza de ocho meses, para que pase revista a la tropa en formación con su barriga. Y se busca una ministra de Cultura que sea una "muchacha glamurosa", al decir del presidente del Gobierno».
En semejante feria de vanidades, la imagen no lo es todo, pero a Pedro Sánchez lo ha ayudado bastante. Josep Pla, ya anciano, soportaba el lugar común de un político en ejercicio, que lo aleccionaba con esa obviedad de que «el dinero no da la felicidad». «Ya, pero tampoco es serio obstáculo», respondía socarrón. Si bastase con una buena planta, sería tan sencillo como promocionar a Jon Kortajarena... Pero no. El diputado madrileño ha debido además construirse una biografía en tiempo récord, empeño en el que no ha contribuido su condición de diputado silente y reciente, apenas dos interinidades en sustitución de Solbes primero y de Cristina Narbona después. Un culiparlante discreto sin otra cualidad que su activismo en las redes sociales, ese patético vecindario para inteligencias raquíticas, y una minuciosa transparencia ideológica que le ahorra el enojoso trabajo de pensar. Un día habló sobre la fiscalidad en Cataluña y subió el pan. Nunca más.
Pese a que una plaza de profesor universitario barniza su condición de político profesional («yo sólo vivo de esto desde hace poco más de un año», presumió durante la campaña), los hechos son tozudos: Pedro Sánchez gravita alrededor del PSOE desde que en el último lustro del siglo pasado, aún veinteañero, asesoraba al grupo socialista en el Parlamento Europeo y nunca ha dejado de zascandilear alrededor del partido. Ha sido un fijo discontinuo de la política a quien el retroceso electoral de su partido en Madrid, en cuyo ayuntamiento ejerció de concejal en la oposición, dejó en ocasiones sin sueldo institucional. La nueva ola de dirigentes se llena la boca con la palabra renovación pero todos han sido amamantados en la vieja «partitocracia» de disciplina férrea y listas cerradas. También Pedro Sánchez, quien a contra estilo ha debido renunciar a sus aristas más progres para ocupar la centralidad, tal y como le han exigido los barones regionales (Andalucía, Valencia...) que lo han aupado hasta la Secretaría General.
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