Sevilla
Pero, ¿dónde está Aznar?
En el PP piden que «dé la cara y no lecciones de ética» ante los casos de corrupción que se produjeron en su etapa al frente del partido y que ahora lo están minando.
En el PP piden que «dé la cara y no lecciones de ética» ante los casos de corrupción que se produjeron en su etapa al frente del partido y que ahora lo están minando.
El enojo ya no se oculta. El varapalo de la Gürtel ha desatado una tormenta de críticas contra el ex presidente José María Aznar, a quien el Gobierno y la actual cúpula del PP sitúan como responsable de aquellos años, ahora aciagos y negros. La pasada semana, en los pasillos del Congreso, varios ministros y diputados lanzaban una dura advertencia: «Que dé la cara y no tantas lecciones de ética». En efecto, Aznar nunca ha estado quieto y ha trasladado en muchos foros políticos y económicos su malestar contra Mariano Rajoy y el devenir del partido que él refundó en Sevilla. Sus coqueteos con Albert Rivera, que en el PP dan por seguros, su total alejamiento del líder que él mismo designó, y el pavoroso silencio ante los malos momentos que juzgan su etapa como presidente hacen estallar a los populares. Aunque Rajoy mantiene una discreta prudencia, en Moncloa y Génova no disimulan el enfado. La frase más lapidaria la pronunció un dirigente del PP con peso: «En la boda de su hija casi todos sus invitados robaban, menos los camareros».
Hay un antes y un después de la boda de El Escorial. La frase recorría los pasillos del Congreso y revela claramente el cierre definitivo de toda una etapa en el PP. Como una losa implacable, la sombra de Correa, o «El Bigotes», esos desalmados que pasearon su palmito en el enlace de la hija de José María Aznar, son ahora una herencia lastrada que unos magistrados de la Audiencia Nacional han clavado en el cuello de Rajoy. «Nos estamos tragando sus marrones, la porquería de sus protegidos», aseguran varios ministros y dirigentes que nunca estuvieron en primera fila durante la época aznarista.
La detención de Eduardo Zaplana ha sido otro acicate envenenado, máxime cuando todos recuerdan la estrecha amistad entre el matrimonio Aznar y la pareja Zaplana-Rosa Barceló, cimentada cuando el ex presidente y Ana Botella veraneaban en una casa playera de Oropesa y Eduardo se desvivía por atenderles. Eran años de barcos, partidas de pádel y cenas compartidas, en las que tampoco faltaba otro caído en desgracia, el entonces todopoderoso presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra.
«Desleal y escondido». Es lo menos que dicen ahora los actuales dirigentes del PP de quien les gobernó con mano de hierro. Los nombres de sus antiguos íntimos amigos revolotean por todos los despachos. «Uno se pegó un tiro y otros están en la cárcel», aluden a Miguel Blesa, el gran amigo y compañero a quien Aznar nombró presidente de Caja Madrid que pisó la prisión y acabó suicidándose con una escopeta de caza en una finca cordobesa. Ni siquiera entonces, el matrimonio Aznar-Botella apareció para dar el pésame a su exesposa Concha e hija, antes en su círculo más cercano. Similar actitud con toda la lista de «gürtelianos» sentados en el banquillo desfilantes por la alfombra roja de la boda en El Escorial a punto de cumplirse quince años.
Hasta Francisco Correa reconoció haber pagado una parte de aquel festín llamado el de «la tercera infanta». Hoy produce sonrojo contemplar las imágenes de un evento del que muy pocos siguen intactos. Tal vez, el único, una gallego imperturbable llamado Mariano Rajoy que atraviesa una encrucijada política dispuesto a plantar batalla con resistencia numantina. «Mientras Rajoy da la cara, Aznar se esconde», sentencian en Moncloa y Génova tras reiterar que en los años juzgados el máximo responsable era el expresidente del Gobierno y el partido.
Pero, ¿dónde está Aznar? Es la gran pregunta que todos se hacen ahora, asombrados de que tampoco ningún juez le haya llamado a declarar. Rodrigo Rato, Paco Álvarez Cascos, Ángel Acebes y hasta la recién llegada María Dolores de Cospedal pasaron por las arcas caudinas de los tribunales, pero nunca José María Aznar. En su despacho de FAES, la cantera ideológica que dirige ya sin ningún vínculo con el PP, mantienen un sepulcral silencio. Aseguran que el expresidente viaja mucho fuera de España dados sus contactos internacionales, sobre todo en Estados Unidos dónde está ligado a la Universidad de Gerogetown, a varias fundaciones de su amigo el expresidente norteamericano George Bush, y a un prestigioso bufete de abogados cercano al partido republicano. En la esfera privada, el matrimonio Aznar-Botella viaja a menudo a Londres para visitar a su hija Ana y su yerno Alejandro Agag, entonces muy amigo de los «gürtelianos», que residen con sus cinco hijos en la capital británica. Para el descanso, ocupan su lujosa residencia en Marbella, todo un casoplón en la urbanización de Guadalmina dónde ondea una enorme bandera española y por cuyos alrededores se le ve paseando a sus perros.
Pero ni un gesto, ni un apoyo en público a quienes fueron sus grandes amigos y colaboradores. Desde aquella fría carta enviada a Rajoy, en la que se desenganchaba del PP, José María Aznar está «missing» algo muy criticado por sus sucesores. «Todo este contubernio es suyo», insisten. Particularmente sangrante ven su comportamiento con Miguel Blesa y Eduardo Zaplana, dos de sus mejores amigos. A los dos les entregó mucho poder en la economía y la política, abandonándoles a su suerte. Si el primero se pegó un tiro, nunca aclarado, Zaplana vive ahora un calvario judicial inédito y un linchamiento desproporcionado en circunstancias personales muy difíciles. Muchos que todo le deben se han apresurado a lanzarse como sanguijuelas contra un hombre que fue un extraordinario político, un auténtico triunfador para el PP y un gran amigo de sus amigos, sin ni siquiera concederle el derecho de la presunción de inocencia. «Su íntimo era Aznar, no Mariano», dicen en el entorno de Rajoy, aunque éste le nombró portavoz en el Congreso y siempre mantuvieron una buena relación.
La historia del primer partido nacional de España se cimenta bajo tres líderes que lo gobernaron con mano de hierro: Manuel Fraga, José María Aznar y Mariano Rajoy. Pero solo uno, Rajoy, logró vencer las luchas cainitas de la derecha española por encima de intrigas, presiones y, hasta la fecha, la corrupción: «Mariano ha visto caer, uno a uno, a los dioses del PP». En este análisis coinciden veteranos dirigentes y los ya instalados en la actual cúpula. Fraga creó el PP, Aznar lo refundó y Rajoy lo ha moldeado a su medida. Con más apoyos que nunca, liberado tras el desplante de su predecesor como presidente de honor, cargo que se ha permitido dejar vacante con toda holgura, el gallego ha sorteado riscos, patadas y dentelladas.
Minutos después de saborear la aprobación de los Presupuestos, la sentencia de la Gürtel y la moción de censura de Pedro Sánchez le han amargado el trago. Rara vez pierde los nervios, pero ministros que asistían el pasado viernes a la reunión del Consejo coinciden: «Nunca le hemos visto tan enfadado»
El dieciocho Congreso Nacional del PP, el último celebrado, reveló las claves del poder «marianista» en España y cerró la puerta a los dioses políticos del «azanarismo». Ni uno solo de ellos, con excepción de Javier Arenas, un superviviente de libro, aparece hoy en la dirección del partido. Rato, Álvarez Cascos, Mayor Oreja, Acebes, Ruiz Gallardón, Trillo, Isabel Tocino o Zaplana, son figuras hoy taladradas por su propio destino. Desaparecidos el patrón, Manuel Fraga, y la malograda Rita Barberá, el «marianismo» ha reinado sin oposición alguna. Si, como un día dijo Abel Matutes, otro histórico del PP, Aznar logró embridar a la vieja guardia y enfilar la rancia derecha española hacia el centro político, Mariano Rajoy, su compañero de filas desde el principio, remató la faena. Nunca desde la creación del partido, un líder ha tenido tantos apoyos y menos contestación interna.
Pero el lastre de la corrupción, ese vocablo envenenado de la «trama Gürtel», que los actuales dirigentes ubican en la etapa de Aznar, ha trastocado las fichas. Y muchos se preguntan por qué el expresidente «se va de rositas». Le acusan de un impresentable silencio que hace daño al partido y de coquetear «por lo bajines» con Albert Rivera y Ciudadanos. «Está moviendo hilos para ayudarles», acusan. Por el contrario, en el entorno aznarista y de FAES lo niegan y les devuelven la pelota. «Ya está bien que cuando les vienen mal dadas le echen toda la culpa a Aznar», replican. Aducen que el expresidente está ya desvinculado del partido, dedicado a sus conferencias y reflexiones en el exterior, que fue muy generoso con el propio Rajoy hasta que éste prescindió de sus antiguos colaboradores y que ha llevado al PP por una senda que a él no le gusta. En FAES preparan ahora los tradicionales cursos de verano en la sierra madrileña, dónde ya no aparece ningún actual dirigente popular.
El uno de abril de 1990, José María Aznar clausuraba el IX Congreso Nacional del PP investido como nuevo jefe de la derecha española. Veintisiete años después, en la Caja Mágica, sede del último Congreso del PP, no hubo una sola mención a su persona. Dicen que aquí, y tras la salida de su mujer Ana Botella de la Alcaldía de Madrid, empezó el desencuentro. Aznar se sintió olvidado y criticó que a Botella «la dejaron sola» en sus últimos días en el Ayuntamiento. Los «pesos pesados» del partido comparan ambas etapas y personajes. Aznar y Rajoy son dos líderes iguales y muy distintos. Les asemeja su control del aparato y capacidad de aguante. Les diferencia por completo su carácter y maneras de ejercer el poder.«Aznar era bronco y distante, Mariano cercano y socarrón», dice un dirigente que trabajó con ambos. Aznar fulminó a la «vieja guardia» fraguista en medio de convulsas conspiraciones, mientras Rajoy ha enterrado «la mosca cojonera del aznarismo» sin pestañear. La palabra unidad invadió ese dieciocho Congreso y la conclusión fue unánime entre sus cuadros. Ahora, la sombra de la corrupción y la moción de Pedro Sánchez pueden cambiar la historia.
Compañeros de viaje durante muchos años ven ahora como el PP se desangra a manos de la «Gürtel», «Lezo» o «Púnica», y nombres de quienes tuvieron mucho poder y hoy son proscritos. «Aznar se subió a la chepa tras el paseíllo de El Escorial, ahí empieza todo», opinan muchos populares. Rajoy nunca tuvo aires de grandeza, pero muchos le censuran una cierta tibieza ante casos que se veían venir. Rajoy entró en el «sanedrín» de Génova y dirigió la campaña electoral que llevaría al PP a su primera victoria. Ahora, el mazazo de la sentencia «Gürtel» y otros que vendrán ponen todo del revés. El resultado de la moción de Sánchez marcará los acontecimientos, aunque todos en el PP admiten que «ya nada será igual».
Dicen que la carta de Aznar dejando todo vínculo con el partido le dejó frío, pero que su silencio de ahora le disgusta. Nunca lo dirá en público, pero en su entorno están que trinan. Si Mariano no ha dejado la barca, Aznar parece que nunca fue capitán. Y tal vez esto sea lo más hiriente para cuántos han pisado la cárcel, los tribunales y los actuales gestores del PP, que advierten: «Atentos, esto acaba de empezar».
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