Lucha contra ETA
«Pues no sé de qué atentado me habla. ¡Aquí en Mondragón ha habido tantos!»
Los vecinos evitan hablar del etarra Bolinaga o de sus víctimas en el pueblo como si cualquier cosa que digan pudiera llegar a oídos de los terroristas
Los vecinos de Mondragón, el pueblo en el que fue asesinado Antonio Ramos, evitan hablar del etarra Bolinaga o de sus víctimas, como si cualquier cosa que digan pudiera llegar a oídos de los terroristas.
Desde la calle en la que vive en Mondragón Josu Uribetxeberria Bolinaga puede verse, abajo a la derecha, el barrio obrero de San Andrés, donde el etarra que mató a dos guardias civiles en su mismo pueblo, y a otro en la localidad vecina de Oñate, presuntamente acabó también con la vida de Antonio Ramos Ramírez. De este último guardia civil, asesinado hace veintiocho años, nadie se acuerda ya en Mondragón. «Pues no sé de qué atentado me habla. ¡Aquí ha habido tantos!», manifestó a LA RAZÓN una vecina de la calle Doctor Báñez, donde el 8 de junio de 1986, a las once y diez de la noche, el cabo primero Antonio Ramos –que entonces tenía 32 años, una mujer embarazada y un hijo– fue acribillado a balazos en el momento en el que entraba en su coche, un Talbot-Horizon matrícula de San Sebastián.
El sumario de aquel atentado fue archivado, como el de tantos otros perpetrados por ETA, sin identificar a los responsables directos del mismo. Ahora Josu Uribetxeberria está en prisión domiciliaria por los indicios que le relacionan con el asesinato del guardia civil Antonio Ramos y no por los otros tres crímenes y un secuestro por los que fue condenado a 210 años de cárcel. Han pasado casi tres décadas desde que el arma con el que el etarra Bolinaga disparó en diciembre de 1986 en Mondragón contra el guardia civil Mario Leal Vaquero fuera utilizada, seis meses después y en el mismo pueblo, en el atentado contra el también guardia civil Antonio Ramos Ramírez. Demasiado tiempo, aunque el ambiente en el barrio de San Andrés no ha cambiado mucho desde entonces. El bar Urretxu, del que salió el cabo primero Antonio Ramos antes de ser asesinado, se llamó después de unos años bar San Andrés y ahora está cerrado. El local permanece vacío, rodeado, a la derecha, por el Bar Nuevo y, a la izquierda, por el Toki-Eder, con esa costumbre tan vasca de ubicar varios bares en la misma calle para facilitar el recorrido de los «txikiteros».
Es poco después de medio día y grupos de hombres entran en los bares de la calle Doctor Báñez, mientras que algunas mujeres se dirigen a sus casas con barras de pan asomando de bolsas de la compra. No se nota que es día de labor, porque debe de haber ahora bastante paro en el barrio de San Andrés, después de la crisis de Fagor. Hace sol y la luz desvela de forma implacable las grietas de las casas de un barrio que se construyó para los inmigrantes que llegaron al pueblo para trabajar en las fábricas de Mondragón Corporación Corporativa.
Allí no viven los etarras, sino sus víctimas, la última, el concejal socialista Isaías Carrasco, asesinado en marzo de 2008 en la calle Navas de Tolosa, la misma en la que aparcaron veintidós años antes los miembros del comando Bellotxa para huir tras disparar, en la perpendicular Doctor Báñez, al guardia civil Antonio Ramos. Todo se mueve en muy poco espacio en Mondragón. En una enorme torre, desde la que se divisa tanto el impresionante paisaje de la comarca guipuzcoana del Alto Deba como las humildes casas del barrio de San Andrés, vive un hermano del etarra Bolinaga.
En esas calles, los vecinos se paran amables a ver qué quieren preguntarles los desconocidos y se marchan nerviosos, mirando hacia todas partes, contestando que ellos no saben nada en cuanto se les habla del etarra Bolinaga o de sus víctimas en el pueblo, como si intuyeran que cualquier cosa que digan o hagan puede llegar a oídos de los terroristas. Estos últimos y quienes los apoyan campan a sus anchas en Mondragón. «Con los que han vuelto con lo de la «Parot» y el regreso de los exiliados sin causas pendientes podemos hacer un equipo de fútbol», nos dijo el más osado de los vecinos con los que hablamos.
Es muy fácil identificar a los que van a contestar con miedo de los que imponen su ley en Mondragón. Su estética es completamente diferente –a pesar de que hay una forma general de vestir e interactuar en Mondragón, donde no existen las corbatas y la ropa de monte es el uniforme de los poderosos–, pero sobre todo es diferente la mirada. Quienes protegen a los etarras miran desafiantes a quienes se identifican como periodistas y nos recriminan nuestro trabajo. Los demás bajan los ojos y quieren desaparecer antes de que los vean hablando con nosotros. Por si acaso, porque ETA ya no mata, pero tampoco ha desaparecido, y eso lo tienen muy claro en Mondragón, donde siguen siendo los dueños de la calle y los que mandan en el Ayuntamiento.
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