Caso Pujol
Pujol a Montilla: «Me ha salido mucho aprendiz de brujo»
En una reunión de los ex presidentes, lamenta las negociaciones de Mas con la CUP.
En una reunión de los ex presidentes, lamenta las negociaciones de Mas con la CUP.
Fue Jordi Pujol quien les dio un rango institucional a las reuniones. Amante de los símbolos que otorga el cargo, tuvo la iniciativa de verse una vez al mes con sus sucesores en la Generalitat pertenecientes a otro partido. Retirado Pascual Maragall de la vida pública por su enfermedad, el único interlocutor era el socialista José Montilla. Fue hace varios meses cuando mantuvieron un último encuentro, en plena ofensiva soberanista de Artur Mas y antes de que estallara el escándalo de las cuentas en Andorra. Según fuentes del entorno pujolista, el ex presidente es muy crítico hacia la deriva de Mas y su antiguo partido. En aquella conversación, el todopoderoso Jordi Pujol i Soley, fundador de Convergencia, se lo dijo a Montilla: «Me ha salido mucho aprendiz de brujo». También le expresó su desconfianza hacia ERC, formación que nunca le gustó y que tantos problemas le ocasionó a Montilla como presidente del tripartito. Desde entonces, los ex presidentes no han vuelto a verse.
Como en la balada de Goethe, que Pujol conoce bien por su dominio del alemán, sus «cahorros» políticos han olvidado las enseñanzas del maestro, provocando una inundación que nadie sabe cómo se detendrá. En conversaciones privadas, Montilla ha confesado que Pujol estaba alarmado por la situación, muy crítico con el recurso presentado por el PP contra el Estatut. «Error tras error, nadie está en su sitio», se lamenta Pujol ante las pocas personas con las que habla. En público no quiere decir nada, pero en su círculo próximo insisten en su desolación. «El simple hecho de que un partido como Convergencia, de larga tradición liberal y europea, esté negociando con otro antisistema le abre las carnes», afirman estas fuentes. Para Pujol, la independencia es un sueño con el que se negocia pero no se aplica. «La independencia se desea como amante pero no como esposa», añaden en un símil que Pujol practicó toda su vida.
«El Estatut hay que reclamarlo y nunca aplicarlo», le dijo un día el ex presidente a Felipe González, el único político que le llamó y defendió públicamente al estallar los escándalos de su familia. Pujol ejerció siempre ese tira y afloja con Madrid que tan buenos créditos le dio, base del poder e influencia del grupo parlamentario de CiU en el Congreso, ahora partido en dos. Aunque públicamente no se manifiestan, la familia está dolida con la tibieza de Mas y los convergentes ante los escándalos que les afectan y, sin embargo, valoran la prudencia y moderación de su antiguo socio Durán i Lleida. Para un hombre como Pujol, el mero hecho de sentarse a hablar con la CUP, una izquierda radical, anticapitalista y antieuropea, «le produce bochorno», aseguran en su entorno.
El ex presidente ha recibido en los últimos días al sector crítico de Convergencia. Algunos se preguntan inquietos cuáles serán los mínimos que exija la CUP para aceptar la investidura de Mas. Aunque Baños y sus huestes insisten en su negativa, nada en política es definitivo. «Que los treinta diputados convergentes traguen con la insumisión y la salida del euro es una locura», dicen. De producirse una alianza con la CUP o una presidencia rotatoria de izquierdas, pronostican una escisión en Convergencia que sería la puntilla final al partido. Admiten que el plebiscito planteado no se ha ganado y recuerdan el caso de Escocia, donde al perder el referéndum el líder independentista dimitió de inmediato: «Aquí Mas se agarra a la silla en manos de la extrema izquierda».
A todos cuantos le han visitado, el ex presidente les ha mostrado su preocupación por que la estabilidad de Cataluña esté en manos de un grupo antitistema. Muy activo intelectualmente, sin parar de leer y escribir, trabaja en su nuevo despacho en el Ensanche izquierdo, cerca de su casa de la infancia. Sin pagar un duro de alquiler, cedido por unos íntimos amigos. «No podíamos permitir que trabajara en una portería», afirman al recordar los meses que pasó en la vivienda de los porteros de su domicilio, tras desalojar el inmueble que le mantenía el Gobierno catalán. El único ex presidente de la Generalitat que mantiene despacho y asignación oficial es Montilla.
Como en una conjura de silencio, ni Pujol ni Montilla han hecho declaraciones públicas sobre el convulso escenario catalán. Las últimas que se recuerdan de Pujol fueron el día de su comparecencia en el Parlament, donde les soltó a todos una bronca de campeonato, bajo la tensión contenida de sus herederos convergentes. Por su parte, Montilla tampoco interviene activamente en la estrategia del PSC y sólo acude a Ferraz a las reuniones del Comité Federal. Quienes sí le visitan en su despacho oficial en Barcelona son algunos alcaldes socialistas, amigos personales. En el Senado hace un trabajo discreto y suele almorzar con otros ex presidentes como el aragonés Marcelino Iglesias, miembro del llamado «clan de los elefantes», como se conoce a los antiguos «barones» autonómicos ahora aparcados en el Senado. A Pujol y su esposa, Marta Ferusola, se les vio el 27-S votando en la zona alta de Barcelona. Acudieron solos, sin escoltas ni la pompa de antaño, y entraron por una discreta puerta trasera. Algunos vecinos se acercaron y ambos saludaron cordialmente a dos apoderados de la mesa electoral: una señora del PP y un joven de Juntos por el Sí. «Nos conocemos hace muchos años», se limitó a decir Ferrusola mientras el ex presidente se negaba a toda declaración. A Pujol se le ve ahora más relajado, compra periódicos, muchos de ellos extranjeros, y acude al peluquero de siempre. Cuando le acompaña Ferrusola hablan con algunos vecinos. «Aquí se les aprecia», aseguran comerciantes.
Sobre los episodios de corrupción y la declaración de Mas ante el TSJC, el ex presidente no abre la boca. Pero a Ferrusola y otros miembros del clan sí les han escuchado decir: «A cada cual le llega lo suyo». Lo que no perdonan, según el entorno pujolista, es la nula defensa de quien fue su gran protector, amigo y estrecho colaborador, el delfín político Oriol Pujol. En su opinión, Mas se ha cargado Convergencia y toda su influencia bajo las faldas de Juntos por el Sí, cesiones a ERC y una izquierda radical. «La burguesía catalana en manos de la chancleta», dicen con sorna.
Mientras, el heredero político de Pujol sigue su desafío como un mártir en rebeldía, a punto de su declaración judicial el 15 de octubre. Las intrigas de Romeva, las presiones de Junqueras y las exigencias de la CUP hacen muy difícil un gobierno estable. Del partido que un día fundó Pujol no queda ni rastro personal y político. La grotesca reclamación de una presidencia coral es la gota que colma el vaso. El horizonte es sombrío, sin descartar unas nuevas elecciones. Si la coalición de izquierdas avanza, los sectores críticos preparan una escisión y un documento muy duro contra Mas. Uno de ellos define la situación como un drama político: «Como los cátaros, vamos hacia el suicidio colectivo».
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