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Que hable la nación

La movilización para el domingo en Madrid ha calado en los ciudadanos / Foto: Jesús G. Feria
La movilización para el domingo en Madrid ha calado en los ciudadanos / Foto: Jesús G. Ferialarazon

Constituye un triste espectáculo ver a todo un gobierno de España adoptar, por pura conveniencia cortoplacista, los esquemas tramposos del separatismo catalán, un movimiento contrario a los principios y horizontes europeos, responsable de un golpe de Estado, y cuyos principales líderes están, o bien huidos de la Justicia, o bien a punto de ser juzgados por gravísimos delitos contra la Constitución y contra el orden público.

Seguir la corriente a quienes abolieron la Constitución en Cataluña, acallaron a la oposición, declararon la independencia, dividieron a la sociedad y provocaron una fuga masiva de empresas, ha conducido al gobierno Sánchez a la insensatez de legitimar una bilateralidad crónica que reduce su importancia y rango hasta colocarlo en pie de igualdad con un gobierno autonómico. O, si se prefiere, ensalzando a un supremacista que solo responde al mando a distancia de su fugado cuate de Waterloo, no menos ajeno que él al principio de realidad.

A esta humillación, que necesariamente deviene colectiva, se une la pretensión de privar de su poder legítimo a los parlamentos nacional y autonómico para entregárselo a una “mesa de partidos” que a nadie representa y que ni siquiera va a contar (bien lo saben desde el principio) con el primer partido de Cataluña. Por estrambótico que parezca, este es el esquema antidemocrático que Sánchez ha adoptado: premiar, priorizar, dotar, agasajar y acariciar a los desleales, interiorizando la lógica separatista. Que nadie se engañe con la reciente escenificación de rupturas; el documento propuesto por el gobierno central va exactamente en la línea descrita. También sabemos que, contra la afirmado en un primer momento por la vicepresidenta Calvo, el aparente desencuentro entre los dos gobiernos no se debe a que aquella se negara a tratar sobre la autodeterminación de Cataluña, sino a la negativa de los separatista a retirar sus enmiendas a la totalidad de los Presupuestos Generales del Estado.

A estas alturas, lo de menos es que Pedro Sánchez caiga una y otra vez en contradicción con sus propias palabras, arrastrando a su segunda por un laberinto de desmentidos y piruetas poco airosas. Lo grave es el deterioro institucional que está dispuesto a asumir, así como la lamentable imagen que transmitimos a la comunidad internacional al abundar en un relato largamente promovido por el separatismo: el de una nación sin Estado que malvive sojuzgada por una madrastra cruel, esa España de la leyenda negra donde perviviría un franquismo apenas maquillado. La figura del mediador o relator resulta particularmente dañina a este respecto, y podría llevar al espectador inadvertido de Londres, Copenhague o Atenas a trazar paralelismos con conflictos étnicos de alguna dictadura africana.

Por mucho que Sánchez esté dispuesto a humillar a España todos los días con tal de prolongar su estancia en la Moncloa, España no está dispuesta a dejarse humillar más. Si el gobierno crea estructuras fantasmales paralelas a las instituciones para complacer a los golpistas, entonces la nación tiene que hacerle saber que la debilidad estructural de su ejecutivo, con todas sus hipotecas políticas, está amenazando al sistema democrático entero, y que eso simplemente no se puede consentir. Sánchez se ha convertido en un peligro, y solo tiene un camino: la convocatoria inmediata de elecciones generales. Es decir, cumplir de una vez con lo que él mismo presentó como objetivo de su moción de censura.

Se lo vamos a recordar este domingo sin distingos partidarios y sin logos. Todos juntos con nuestra bandera, símbolo de lo que somos y de lo que queremos seguir siendo. Hagamos que el débil y temerario presidente interino escuche nuestra voz, clara y firme, alzarse al mediodía desde la plaza de Colón de Madrid.