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Registro cañí al son de «Paquito el Chocolatero»
La «operación Heracles» explotó a primera hora de la mañana como una bomba en racimo. En la Plaza Nueva de Sevilla, dos cuatro por cuatro de la Guardia Civil flanqueban la puerta del edificio Generali antes de la hora de desayuno, tumbados en la acera como si fueran la pareja de leones del Congreso. Agentes de la Guardia Civil vigilaban las entradas y salidas. Seguían a los cámaras de televisión como si lo que quisieran era colarse de gorra en el teatro. De proscenio mediático algo había. En el otro hemisferio de la plaza, en la de San Francisco, era donde sufrían los herejes los rigores de la Inquisición. El día de prendimiento era un día de fiesta grande, con gente arracimada en los balcones para ver al reo. No ha cambiado la curiosidad cañí. A la vez que se producían los registros, los trabajadores municipales se manifestaban frente al Ayuntamiento. A veinticinco metros de donde la Guardia Civil volteaba los colchones del despacho de Uniter, los manifestantes reclamaban soldadas atrasadas. Se arrancó una charanga. Pasodobles toreros y «Paquito El Chocolatero». Si no se nos llega a ir Berlanga hace dos inviernos, deja en el sótano de Somosaguas a las muñecas de tetas de caucho y labios granas y rueda la penúltima.
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