ETA
«Tenéis valor para ir armados, pero no para que vuestros hijos vean las barbaridades que hacéis»
Los familiares de las víctimas relatan su drama ante el tribunal francés. «Es como si te faltaran las piernas y tienes que seguir adelante», dice la madre de Trapero
«Tenía dos hijos. Ahora sólo uno. El otro está en el recuerdo». José Centeno, padre de uno de los dos guardias civiles asesinados a manos de ETA en 2007 en Capbreton, no pierde la entereza y apenas le tiembla la voz a la hora de recordar ante el Tribunal Criminal de París a su hijo Raúl.
«Tenía dos hijos. Ahora sólo uno. El otro está en el recuerdo». José Centeno, padre de uno de los dos guardias civiles asesinados a manos de ETA en 2007 en Capbreton, no pierde la entereza y apenas le tiembla la voz a la hora de recordar ante el Tribunal Criminal de París a su hijo Raúl. Tampoco se desmorona cuando pasa por delante del banquillo de los acusados. Al contrario, clava su mirada en cada uno de los seis etarras que comparecen inculpados en este juicio por asesinato con premeditación.
Dos de los presuntos autores del crimen, Mikel Carrera Sarobe, «Ata», y Asier Bengoa le aguantan la mirada, desafiantes. También Garikoitz Aspiazu, «Txeroki», mientras el resto pronto vuelven la cara, bajan los ojos o prefieren esquivar.
En este segundo día de juicio, los testimonios de los familiares de los dos agentes de la Benemérita asesinados constituyen el momento más emotivo y, quizá, el más tenso. «Tanto Raúl como Fernando (Trapero) eran jóvenes con porvenir e ilusiones por delante y que estos terroristas rompieron ese día con un cruel asesinato», cuenta José Centeno, que recuerda la «sangre fría» con la que los tres etarras irrumpieron en el coche de ambos guardias civiles y les dispararon, «rematándole con dos tiros en el caso de Raúl, mi hijo».
Desde aquel funesto día, hace algo más de cinco años, todos en su familia reciben asistencia psiquiátrica, «pero ellos están con asistencia carcelaria», añade en alusión a los seis acusados de ETA presentes, a los que sólo desea «que terminen sus vidas aquí en las cárceles de Francia», y a quienes en un momento se dirige para reprocharles su cobardía. «Tanto valor que tenéis cuando vais armados, o los insultos ayer de vuestros familiares en los pasillos (...) pero hoy no hay valor para que traigan a sus hijos y que vean lo que se ha expuesto en esta sala; para que vean lo que hacen sus padres», concluye José Centeno, refiriéndose a los informes forenses y los detalles de las autopsias que ayer precedieron los testimonios de la acusación.
Ante el atril, Blanca Bayón, que lleva una camiseta con la foto de su hijo y la inscripción: «Justicia y memoria», anuncia que desea expresarse «como madre» antes de describir a Raúl como un chico «como todos: alegre, normal, deportista...». «Pero desde que lo asesinaron, mi vida cambió. Es como si te faltaran las piernas y tienes que seguir adelante; pero a base de medicación y de tratar de estar sereno» relata conteniendo la emoción pero sin ocultar cierta ira. «Estoy llena de rabia y eso es lo que consiguen con esa lucha que ellos llaman», asegura, deseando para los asesinos de su hijo la máxima pena –la cadena perpetua– «y que se pudran en la cárcel». «No merecen ni el aire que respiran», afirma Blanca Bayón que explica a la presidenta del Tribunal que su familia ya no es la misma –su hijo mayor, Sergio, también recibe tratamiento psiquiátrico–, ni su vida es la misma desde aquel día.
Visiblemente muy afectado, el padre de Fernando Trapero, en su turno, advierte a la Corte de que le faltan las fuerzas para poder expresarse. Su hijo tenía 23 años y estaba a punto de casarse. Ser guardia civil «era la ilusión de su vida». «Pero todo eso se acabó», zanja. Sabía que desde hacía un año trabajaba en los dispositivos franco-españoles de la lucha contra ETA, pero sin más detalles. «Mi hijo me decía: "Padre, cuanto menos sepas mejor vivirás". No quería que la familia sufriera», explica, mientras en los monitores se proyecta una foto del fallecido Fernando Trapero. Su única hija, María Belén Trapero, y hermana del agente de la Benemérita asesinado, toma la palabra para expresar el «indescriptible» dolor que supone levantarse cada día, «ver el sufrimiento de tus padres y no poder hacer nada». «Sólo pido justicia», asegura.
Por la mañana, dedicada a testimonios policiales, uno de los agentes antiterroristas que dirigió la investigación afirmaba que el asesinato fue un acto «pensado, llevado a término y asumido». El capitán David Cruiziat aseguró que los tres etarras que están siendo juzgados como autores de ese crimen, Mikel Carrera Sarobe, Saioa Sánchez Iturregui y Asier Bengoa López de Armentia, fueron «voluntariamente» a por los guardias civiles. A lo que Bengoa replicó no haber estado «nunca» en Capbreton, por lo que «es imposible que tomara parte en los hechos», espetó.
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