Europa

Barcelona

Un pasillo al paraíso

LA RAZÓN toma el pulso al paso Castillejos-Ceuta, puerta de entrada a Europa de células de captación y adoctrinamiento yihadistas

Frontera del Tarajal que separa Ceuta de Marruecos
Frontera del Tarajal que separa Ceuta de Marruecoslarazon

Yusef tiene una manía que acabará perjudicándolo. No hace más que darles manotazos a dos abejas que planean sobre el té de un funcionario, mientras espera el salvoconducto que ya ha reclamado tres veces. Las abejas, tras el impacto, se ofuscan unos segundos pero olvidan, condescendientes, y acuden de nuevo en busca del resto de miel del té. Yusef se vuelve y mira así, con un gesto cómplice, como si tuviera razón, «tranquilo», dice. La paciencia de Yusef alcanza el grado divino.

La sede de la comisaría de Castillejos, un pueblo situado a apenas dos kilómetros de Ceuta, es un viejo edificio administrativo del Protectorado, cuyo interior aún conserva yeserías de motivos paganos: uvas, vino, copas y más racimos. Un vergel que podría significar el infierno para algún muyahidín oriundo. Yusef ha perdido su pasaporte, salvoconducto que certifica su condición de vecino y, por ello, un permiso para atravesar diariamente la frontera española en los dos sentidos. Es su vida, como la de las aproximadamente 35.000 almas que transitan diariamente por el puesto fronterizo de El Tarajal con la misión cotidiana del pan nuestro de cada día: abunda la asistencia en los domicilios ceutíes y las chapuzas de toda índole.

Yusef de 31 años, y su familia tienen una antigua relación con Ceuta. Su bisabuelo, Mohamed el Gasauni, peleó en la Península con Franco, asegura Yusef. Su bisabuelo empezó de aguador y terminó de cabo en el tabor de Regulares de Infantería número 3 de Ceuta, dice Yusef, que también ha empezado de repartidor, como su abuelo, pero que ahí sigue. Y gracias a Dios.

Entre el gentío que cruza la frontera a diario, principalmente los vecinos de la comarca de Tetuán, se filtran también los idearios y, cómo no, las tendencias. Hay una extensa área en la que figuran poblaciones como Castillejos, Tetuán y Ceuta, que es una especie de gran metrópoli interconectada no sólo por internet o las redes sociales. El pasillo Castillejos-Ceuta, sin ir más lejos, está marcada con sal por las Fuerzas de Seguridad de los dos países, autores ya de varios golpes conjuntos a las células de captación, adoctrinamiento y facilitación de viajes a zonas de conflicto yihadista. Las directrices corresponden a Al Qaeda o al Estado Islámico, cuya competición por abanderar el terrorismo internacional es el último grito entre los jóvenes desarraigados de esta gran metrópoli norteafricana.

Las fiestas semanales musulmanas, hebreas y cristianas se extienden todo el fin de semana. Viernes, sábado y domingo, respectivamente. Hoy la frontera está fluida en comparación con la jornada común. A la derecha, el Mediterráneo resuella como un plato, a la izquierda una loma empinada coronada por el Hospital Universitario y, más arriba, el barrio de El Príncipe Alfonso, un paisaje urbano víctima del abandono y el caos.

A los vecinos les interesa más el Barcelona, el Madrid o el Ceuta –que pelea por el ascenso a Segunda B– que las tiras cómicas de «Charlie Hebdo» o las muertes. Hay quien mira desconfiado al forastero. «Estamos hartos», replica un hombre que acarrea unas bolsas junto al edificio del Polifuncional. Los medios sólo publican lo malo del barrio, sostienen ardorosamente en «El Príncipe», y la serie televisiva, aseguran, no ha hecho más que estropearlo del todo.

Los niños salen del colegio y el barrio se llena de coches, de gente con niños de la mano, de niños sin manos, de todos los tipos, que vadean la calle sin reparar en una pintada en una pared que dice «Muerte al chivato». Hoy es día de rezo y los devotos salen de orar de la mezquita Sidi Embarek. Fragante y vestido de viernes, Abdeselam Chairi, que camina agarrado, se considera un admirador del Papa Francisco. «El islam es una religión de paz y en su ideario no cabe el uso de las armas. Son unos asesinos. Pero, como el Papa, pienso que en la libertad de expresión no debería caber el insulto obsceno contra lo sagrado», afirma. Para Abdeselam, 73 años, el terrorismo no tiene religión. «Es terrorismo y ya está», zanja, «un problema grave de todos».

El respeto musulmán es reverente y a Abdeselam lo saludan en el barrio como a una eminencia. «Tengo una familia grande», sonríe, pero hablar de Al Qaeda o el Estado Islámico le tuerce el gesto. Está la historia de los dos taxistas, Rachid y Piti, vecinos de «El Príncipe», que hace dos años y medio, un buen día, en un contradiós, salieron a hacer la yihad en Siria, dejando a las familias por un supuesto imperativo divino. Carne de cañón para algún bando de la guerra, mártir y habitante del paraíso para la causa yihadista. «Nadie sabe cómo llegó un día a Turquía y, de ahí, a los campos de entrenamiento sirios», susurra el anciano, invencible ante las cuestas y los ocasionales charcos del camino.

En Ceuta se percibe una cierta inquietud. La Policía niega que haya alarma alguna, aunque de cuando en cuando realiza controles en los alrededores de los barrios conflictivos, cerca de la frontera. Las estimaciones cifran en dos decenas los ceutíes que han viajado en los últimos años a países lejanos a hacer su particular guerra santa, el pasaporte al paraíso que surten los grupos fundamentalistas más belicosos del corredor entre Castillejos y Ceuta.

La actividad en el puesto fronterizo, a esta hora de la tarde, se calma aún más. Yusef vuelve del centro de Ceuta. Hoy ha repartido tomates a no sabe cuántos establecimientos. Vecino de Brarik, en Castillejos, es uno de los más desfavorecidos del pueblo vecino, explica Yusef, adonde más y más gente ha llegado de todo el país atraído por el supuesto «El Dorado del norte».

La mayoría acaba en la calle, a las puertas de Europa, pero sin paraíso. El desarraigo y la errancia, a falta de valores superiores, son su destino. «La gente cada vez es más religiosa. Antes podía verse a la gente tomando alcohol, normal, o vistiendo más como en Europa. Tú aléjate de los barbudos, ¿sabes cómo te digo?», dice Yusef. Antes de cruzar la frontera, compra tabaco en el ultramarino. Dice que tiene varios favores a los que responder en la comisaría, la de los adornos vinícolas en las paredes, ese paraíso híbrido y pagano propio de las fronteras.