Guerra en Afganistán
Una misión necesaria
Aunque resultaría estúpido y barato no sería extraño que el criminal atentado de Kabul se politizara. Ganas no faltan en las fechas electorales en que andamos. No está claro del todo si el ataque iba esencialmente dirigido contra nuestra representación diplomática, como parece deducirse ahora, o si el objetivo principal era una pensión aneja en la que se hospedaban extranjeros que, tengan la nacionalidad que tengan, son un blanco suculento para los talibanes porque matar extranjeros, sobre todo occidentales, encuentra amplio eco en la prensa internacional.
Si se confirma la tesis del atentado contra España, lo que te viene a la cabeza es la obsesión de los terroristas islámicos con atacarnos en víspera de elecciones. Ocurrió en el 2004 y ocurre ahora. ¿Qué buscan los talibanes ahora y los aparentemente hijos de Al Qaeda hace once años? ¿Influir en las elecciones en uno u otro sentido? ¿Debilitar al Gobierno actual, restándole votos, conscientes de que un grueso sector de nuestra opinión pública es propenso a oir los cantos de sirena de aquellos comentaristas o políticos que señalan que nuestra presencia en Afganistán es un disparate en el que nos jugamos vidas y que hemos ido sólo porque tenemos un Gobierno de la derechona que se pliega a EE UU?
Esta conclusión cegata está llena de demagogia. Los policías y soldados españoles en Afganistán están allí por compromisos obvios y justos. En un país en que son frecuentes los atentados de los talibanes –aquellos que cuando controlaban el país impedían ir a las mujeres a la escuela y prohibieron la televisión– el Gobierno español tiene que destacar un puñado de policías o guardias civiles para que protejan la vida del embajador, blanco potencial enormemente apetecible, y las dependencias de la embajada. Esto lo hace España y todos los países de mediano peso que tienen delegación en Kabul. Es algo corriente en cualquier país del mundo en el que haya violencia, islámica o de otro tipo. A mayor nivel de violencia, más efectivos de seguridad rodean al embajador. Por eso han muerto lamentablemente los dos policías. Tanto los diplomáticos como los demás funcionarios, al igual que los policías, saben que están en una situación delicada y que el peligro es un gaje del oficio.
Nuestros agentes son eficaces y conscientes del riesgo. Lo que nuestras autoridades tienen que hacer, y creo que hacen, es darles la consideración y los emolumentos adecuados, así como prever una pensión pertinente en caso de desgracia de uno u otro tipo; la desgracia nunca es descartable.
En cuanto al argumento de que qué se nos ha perdido a nosotros en Afganistán, seguido del corolario de que el atentado no hubiera ocurrido si España no tuviera tropas allí, resulta pacato e insolidario. Estuve en Afganistán en una misión de Naciones Unidas un año después del atentado de las Torres Gemelas que Bin Laden había cocinado desde aquel territorio con la complacencia del Gobierno talibán. La rápida intervención de EE UU, heridos por las tres mil muertes del 11-S, provocó el derrocamiento de los talibanes, que fueron momentáneamente derrotados aunque daban golpes de mano parecidos al de anteayer.
La decena de embajadores del Consejo de Seguridad recorrimos el país con chalecos antibalas. A mí me escoltó muy eficientemente un destacamento de nuestra Guardia Civil. Vimos varias muestras de la vesania de los talibanes, pero lo que más me impresionó es que en cualquier reunión con mujeres afganas, periodistas que recuperaban sus funciones, jóvenes, amas de casa casi analfabetas... el mensaje era el mismo: «Por favor, los que han acudido aquí para que el país esté tranquilo, americanos o no americanos, no se vayan, por favor, no se vayan. Ahora, pasado algo más de un año, la mitad de las niñas ya han vuelto a la escuela. Dentro de poco lo habrá hecho la mayoría». Era conmovedor.
Afganistán ha celebrado varias elecciones, el primer gobierno fue corrupto pero la gente se expresa con bastante libertad. La ONU bendice la presencia de las tropas extranjeras, americanas, alemanas, británicas, españolas et. El Gobierno desea que continúen allí, podemos colaborar para que aquellas gentes tengan más libertad; las mujeres, una vida más digna; los niños, la capacidad de elegir; el país, la posibilidad de prosperar, etc. De paso, podemos evitar que el país caiga de nuevo bajo la férula de gente que quiere volver a la Edad Media y que no vacilará, como el Estado Islámico, en acoger a fanáticos que quieren hacernos daño por ser infieles. ¿ Podemos tomar las de Villadiego diciendo que eso no es asunto nuestro? A aquellos que se les llena la boca diciendo que hay que aumentar la ayuda al desarrollo yo les diría que, después de lo que vi en Afganistán, ésta es una excelente forma de ayuda al desarrollo.
Pienso que no podíamos salir pitando ni avergonzarnos de estar allí y el Gobierno debería superar el síndrome de Atocha y decirle claramente a los españoles que había riesgos que era preciso correr por solidaridad e incluso por egoísmo.
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