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Navidad

Cómo fue el parto de María

Una médico de familia e IBCLC imagina el suceso que transformaría la humanidad

Natividad de Tintoretto
Natividad de Tintorettolarazon

Un concierto de Navidad. Un coro iluminado en el auditorio oscuro, se abren las gargantas y empiezan a cantar:

O magnum mysterium,

et admirabile sacramentum,

ut animalia viderent Dominum natum,

jacentem in praesepio!

Beata Virgo, cujus viscera

meruerunt portare

Dominum Christum.

Alleluia.

Cierro los ojos y me dejo empapar, desbordar, por la música que llena el espacio. O magnum mysterium, que de un conjunto de átomos que forma unas células que forman un órgano fonador dentro de unos cuerpos humanos brote algo tan intenso y sublime, infinitamente más que la suma de lo físico que lo sostiene, y a la vez imposible sin cuerpo.

Y esto me remite al misterio del nacimiento de Jesús, algo tan intenso y sublime, infinitamente más que la suma de lo físico que lo sostiene, y a la vez imposible sin cuerpo.

Veo aMaría, Beata Virgo, cujus viscera meruerunt portare Dominum Christum, sudorosa, ojos cerrados, caminando con balanceo de parturienta, agarrando con fuerza el brazo de la esposa del cabrero, partera del pueblecito de Belén. En la noche, la respiración profunda de María y el susurro de las pezuñas de las cabras en la paja del suelo se entremezclan. Termina la contracción y María se detiene, escucha. Al otro lado de la puerta, en el corral, José recita con quietud y firmeza el salmo “...Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. Tú extendiste el cielo como un toldo y construiste tu mansión sobre las aguas. Las nubes te sirven de carruaje y avanzas en alas del viento...”

Ilustración hecha por Laura Baeza

Otra contracción, más paseo, más balanceo, respiración profunda. No hay miedo físico en esta hija de Israel que ha estado presente en los partos de sus primas, de sus vecinas, de sus amigas. No hay miedo espiritual en esta Virgen, pues virgen es quien se ha entregado por entero al Señor, cuerpo y alma, y confía. María siente con cada contracción como su hijo gira, desciende, se coloca, en ese baile ancestral, y sin embargo nuevo cada vez, del deslizamiento hacia la vida. Se sienta en el borde del pesebre y la matrona se arrodilla frente a ella, adoración a la madre que permanece con los ojos cerrados, en su ensueño de parto, a través del cual oye la voz de su esposo, “...Desde lo alto riegas las montañas, y la tierra se sacia con el fruto de tus obras.”

Un gemido profundo, un pujo intenso y María abre repentinamente los ojos. Un bebé que se desliza desde su cuerpo a la sábana de lino que sostiene la partera. Un suspiro intenso de gozo al ver a su hijo, una sonrisa, una carcajada ¡o magnum mysterium! Al mundo le ha nacido un hombre nuevo, más grande que la suma de todas sus células, más grande que la suma de todos los hombres... y tan pequeño que María lo toma entre sus brazos, lo mira, lo huele, lo besa, se ríe de nuevo echando la cabeza atrás, ajena a la partera que corta el cordón.

Y fuera, la sonrisa en la voz de José, que canta “¡Aleluya! ¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! ¡Dad gracias al Dios de los Dioses, porque es eterno su amor!”

La partera sonríe y susurra también un salmo de agradecimiento, mientras ayuda a la Virgen a recostarse en una manta sobre la paja. María, absorta, ofrece el pecho al niño, que lo busca con concentración y lo encuentra con certeza. La succión vigorosa pronto hace que se libere la placenta, y durante un momento la joven despega los ojos de su hijo y alumbra el tejido que la partera recoge, asintiendo. Todo está bien. La mujer les cubre a ambos y sube por la escala de madera a la parte superior de la casita; va a coger la sal fina para rociar de forma ritual el cuerpo del recién nacido. Desde un hueco, sus propios hijos se asoman al misterio del nacimiento que ha ocurrido en su casa, bajo sus pies.

La puerta del establo se abre tímidamente y José asoma la cabeza. María alza la vista, sonríe, invita con los ojos llenos de infinito. José se acerca, venerando con la lentitud de cada paso, abrazando desde la distancia, amando con la compañía firme, ofreciendo en sus manos fuertes una humilde paternidad. Y María lo besa con la mirada. Ambos se vuelven hacia el hijo que ha nacido en Belén para el mundo entero. María ríe de alegría y el niño Jesús, recostado sobre ella, es mecido mientras toma el pecho.

O magnum mysterium. Feliz Navidad.

Carmela Baeza, médico de familia, IBCLC