Educación

¡Por fin estoy de vacaciones!...y sus hijos también

Testimonio de una profesora realmente agotada

¡Por fin estoy de vacaciones!...y sus hijos también
¡Por fin estoy de vacaciones!...y sus hijos tambiénlarazon

Yolanda Quiralte, profesora y también novelista, narra con sentido del humor cómo las vacaciones (por pequeñas que sean) son absolutamente necesarias para los profesores...por el bien de sus hijos

Voy a confesarlo al principio y así, me ahorro el angustioso trago de contarlo al final no vaya a ser que usted, el que me lee, se quede con ese saborcillo de boca y convoque una huelga para eliminar las vacaciones de los docentes: he llorado cuando se han ido los niños.

Lo curioso del caso, es que, tal y como le he expresado a mi (santa) madre a través de un urgente WhatsApp, no sé bien si mi llanto estaba causado por el alivio, la pena de no ver a mis enanos durante dos semanas, el agotamiento supremo que me invade, el resfriado que tenemos la mitad de los docentes de este país, o que soy idiota. Ella, en su infinita sabiduría (todo el mundo sabe que las madres son sabias y las suegras arpías), me ha dicho que quizá haya llorado por la mezcla « de todo a la vez». Sí, el idiota, también está incluido.

Ironías a un lado, estamos agotados. Vale, usted va a decirme que como cualquier trabajador. Le aseguro que no, que los maestros y profesores lo estamos el doble, o el triple, y va a darse cuenta de que le digo la verdad en cuanto le proponga que se vaya con veinticinco niños de tres años a pasar la tarde a una habitación llena de juguetes. Morirse, no se morirá, pero le aseguro que saldrá de ahí hecho una piltrafa. Multiplique eso por los setenta y cinco días lectivos que ha tenido este trimestre. ¿Prefiere otras etapas educativas? Pues enciérrese con treinta adolescentes de quince... ¿Mejor panorama?

Sí, tiene usted razón en eso de que la enseñanza debe ser una profesión que se escoja por vocación, y mire, por fin estamos de acuerdo. Es un trabajo tan exigente que no logro comprender a los docentes que la escogen «por las vacaciones», como si estas, fueran la panacea a todo. No son tantas, en serio que no. Un mes en verano, agosto para ser más exacta, dos semanas en Navidad y semana y pico en Pascua. En la comunidad desde donde escribo, no ha habido ni un solo puente, y le juro que me hubiera encantado ver alguno, así que llevamos trabajando de tirón desde el mes de Septiembre, al que contemplo ya, como aquel mes perdido en el horizonte en el que conocimos a alumnos nuevos. En mi caso, alumnos con necesidades educativas especiales, de espectro autista y con edades comprendidas entre los tres y los doce años.

Algunos, llegaron al cole por primera vez acompañados de muchos nervios, angustia por parte de los familiares, incertidumbres y hasta negaciones. Hoy, se han marchado a casa llenos de experiencias, muchas risas y reuniones, nuevas habilidades y la satisfacción de haber trabajado a conciencia.

Lo cierto es que intento ponerme intensa porque siento que eso es lo que se espera de una avezada maestra de audición y lenguaje como yo, pero la realidad es que lo que tengo ganas es de contarle es que he querido hacer la croqueta por el pasillo del colegio en cuanto el último niño ha abandonado las instalaciones del centro escolar. De verdad, sin comas, rodando como una albóndiga. Mire usted, en estos meses, me han pegado una gripe, una gastroenteritis y un trancazo del quince. Me han vomitado encima, moqueado y hasta arañado. He llorado al salir de algunas reuniones de padres invadida por la frustración de tener que explicarle a una familia que su niño, autista, no avanza porque está mal medicado, o porque no tiene normas, o por lo que sea. Me he frustrado al ponerme en su piel, al calzar sus propios zapatos, porque tal y como decimos siempre en las entrevistas con las familias de niños especiales: lo nuestro es un matrimonio. Papás y docentes trabajamos juntos por el bien de «nuestros niños».

Me he quedado sin comer, y hasta casi sin dormir porque los maestros «somos así», le damos vueltas a todo hasta encontrar la fórmula que pensamos correcta, y si no lo es, volvemos al insomnio hasta que demos con ella. He hecho informes en casa, muchos, programaciones, recortado, pegado, plastificado y hasta casi cortado un dedo cuando la encuadernadora decidió aliarse en mi contra. He estado muchos fines de semana encerrada en casa hecha un cisco de las cervicales (que me he fastidiado en el colegio) para estar perfecta el lunes y así poder darlo todo. Me he enfadado, frustrado y tirado de los pelos cada vez que uno de mis pequeños repetía una de las conductas que yo quería eliminar y... he saltado como una macaca cuando conseguían un hito nuevo. En resumen: he vivido por y cada uno de mis alumnos, olvidándome en muchas ocasiones, al igual que la mayoría de los docentes, de que tengo vida propia. Porque la tengo, créame una vez más. La tengo... En vacaciones.

Es verdad que el primer trimestre es uno de los más duros y de los que más carga lectiva tiene. A eso, hay que sumarle los inicios. ¿A quién no le cuesta empezar algo? Aún hoy, tras veinte años de profesión docente, no sé, no hallo la fórmula, no comprendo, cómo consiguen los maestros de educación infantil enamorar a sus casi bebés sin perder la calma. De 9 a 10h, rutinas y asamblea, después Juego por Rincones, el «Comeletras» o «El País de las letras», «Los números mágicos», Psicomotricidad, Grafo, Animación Lectora, Música, Religión o Valores éticos, patios, almuerzos, más asambleas, Plástica... ¡Insensatos! Plástica con pinturas, barro o lo que haga falta, y oiga, no se mancha «casi nadie», Relajación y meditación (ya me dirá si esto le parece fácil), Talleres interniveles...

Y al finalizar la jornada con los alumnos, reuniones de Comisión Pedagógica, Claustros, Comisiones, la Revista, Caminos Escolares, Rincón Solidario, el Proyecto de Renovación del Patio, el Plan Lector, la reunión de Plan de Mejora del centro, los cursos de formación, que son muchos y variados y... ¡¡El Inglés!! Sí, por la tarde, cuando ya no puedes con tu alma y justo antes de creer que vas a quedarte dormido en medio de la calle, las clases de inglés, ya que las últimas políticas educativas comienzan a exigirnos un nada desdeñable C1 de este idioma.

Oiga usted, estoy agotada, y si existe un mínimo de reflexión en su interior, sabrá que motivos, me sobran. A mí, y a los miles de profesores y maestros de este país. ¡Y sí, de acuerdo, lo confieso! Me siento cansada como una mona, pero nostálgica por todo lo compartido.

No sé si ha creído en algo de lo que he contado a lo largo de este artículo, pero le aseguro que la verdad más grande, es que ya estoy deseando ver a su hijo o hija otra vez. ¿Por qué? Forman parte de nuestras vidas. Deme usted estas dos semanitas de desconexión, que le prometo volver en enero con las pilas a punto. ¡¡Y sin afonía!!

Feliz Navidad y disfrute de sus hijos. Aunque no quiera leerlo, mi obligación como maestra es señalarle que hay toda una generación de niños, que apenas ven a sus padres... ¡Ay, cómo les echan de menos!

Yolanda Quiralte Gómez es diplomada en Pedagogía Terapéutica y Logopeda en U.E.C.I.L (Unidad Específica de Comunicación y Lenguaje) Escritora, ha publicado siete novelas.