Historia
Álvaro Bultó, el temor a la Prensa de la Infanta Cristina
Mientras los municipios madrileños siguen remisos o quizá olvidaron sus ya añejas proclamaciones de que rotularían calles con los universales nombres de Rocío Jurado y Sara Montiel, Barcelona vuelve a demostrar que es un archivo de reconocimiento y cortesía. Cervantes ya lo glosó cuando aquello era una balsa de aceite y no el atizado avispero político de ahora. Y mientras Luis del Olmo e Iñaki Gabilondo ensayan gira en tanda de charlas, shows, conferencias o reencuentros –que de todo habrá–, formando tándem en un reclamo revividor de medio siglo de radio única –cada uno en su estilo, claro, desde RNE, la Cope o la SER, ¡qué de mañanas gloriosas ofrecieron!–, Barcelona remata un próximo tributo a Álvaro Bultó. Desapareció en plena gloria y juventud, cuando todo prometía. Como aventurero no dejó de experimentar deportes, peligros y emociones, de ahí su trágica desaparición, que todavía lloran. Era cordial y de una calidez contagiosa, incluso cuando a lo largo de tres años fue novio de la Infanta Cristina y ella trabajaba en La Caixa de Vía Layetana. Coincidíamos en una tocinería inmediata, donde compraba butifarras y chorizos. Ahí empezó el principio del fin, cuando Urdangarín no existía y ella vivía despreocupada en la parte alta, que siempre le tiró, compartiendo piso con Vicky Fumadó, su compi de aventuras náuticas. Es amiga leal, entrañable y siempre dispuesta. Lo que se espera.
El «glamour» de Gstaad
Una madrugada, tras un desfile en los jardines del Hotel Juan Carlos, Álvaro desveló aspectos casi desoladores de tal amor:«Cristina vivía aterrada con la Prensa, cualquier cosa le producía pavor. Una tarde que estábamos solos en aquel piso alquilado, le pasé el brazo por la cintura. Se encalabrinó dando un respingo: "¡Suelta, que esto está lleno de periodistas!", protestó incómoda. "Pero mujer, Cristina, tranquilízate, que estamos en un cuarto piso y no pueden vernos". Replicó miedosa que "la altura es lo de menos, ¡trepan, Álvaro, trepan!"». Ante semejante miedo esquivador de testimonio, supongo lo que debe estar pensando con el constante acoso actual. Su declaración palmesana sigue en todas la bocas. Le buscan los flecos como a la boda de Casiraghi en Gstaad, donde Valentino, que supervisó el traje casamentero hecho por sus herederos dio cenas caseras de hasta treinta invitados. Naty Abascal, recién llegada del frío que atemperó con un abrigo largo en opulento y manchado lince firmado por Nelsy Chelala –a quien ya nadie discute su primacía creadora–, me aporta aspectos inéditos del evento. «La iglesia estaba con el techo cubierto de glicinas blancas, buen complemento a la nieve exterior. Hacía frío, pero menos que en Madrid. Una delicia, no te hablan de la crisis y las angustias económicas. Aquello es otro mundo con "glamour"y lujo de sesión continua. Sólo se han difundido fotos parciales de lo espectacular que resultó todo».
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