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Artificios de exclusiva

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Desmenuzan lo que no tiene desperdicio, aunque al final sí hubo muchas sobras. El bodorrio entre Víctor Janeiro y Beatriz Trapote fue como para hacer ropavieja con ellas. La historia no la salvan lo novios, sino la cada día más estupenda Carmen Bazán, auténtico nexo familiar del acontecimiento, incluso estando todos sus miembros dispersos. Ella aportó lo que el enlace no tenía y se la vio no sólo magnífica bajo su mantilla blanca tradicional –opino que hay que reintroducirla–, sino solventando situaciones casi circenses. La imagen de ella apoyando la cabeza sobre el novio enterneció a los asistentes. Éste destacó casi exclusivamente por los botones de la chaquetilla y su habitual arrogancia, mientras que Campanario mostraba el inhiesto plumerío de su atuendo, impropio para una boda de mañana en la que las pamelas se imponen –que para eso han sido inventadas, aunque la concurrencia lo desconozca–. Para próximos enlaces, informo: los tocados se usan desde media tarde y cuando uno asiste a una boda al aire libre con fondo rústico pierden su sentido. No fue el caso de Lidia Lozano, acaso excesiva por la luminosidad de su vestido, acorde con su permanente actitud de júbilo. Ahí quedarán para la posteridad las fotografías de Soraya Arnelas con traje largo –¡Dios mío, por la mañana!– o las de María Jiménez con «leggins» y casi el mismo aspecto cansino que aquella vez que montó una buena en el Rocío. Componen todo un zoo nacional de usos y costumbres, salvo la excepción ajustadísima de Carmen Janeiro y las permanentes pero forzadas sonrisas del deshecho clan, que aparentaban cordialidad porque así lo exige el reportaje proveedor de buena pasta. No fallaron Mary Carmen con Nicol y María Jesús y su acordeón, que ya es uno de sus animales de batalla. Para darle más morbo a la cosa y dotarlo de un interés que no ofrecía la concurrencia, Víctor y Beatriz esbozaron un baile patético al estilo «¡Mira quien baila!» que se tomaron muy en serio –¿peligrará la exclusiva con mis comentarios?–, rematador de la carcajada general ante semejante esperpento montado siempre con la vista puesta en el dinero. ¿Quién podría imaginar que Campanario bailaría y cantaría sevillanas con la novia –a la que, por cierto, me cuentan que Álvaro Luis ha despedido de su legendario programa «Caliente y frío»– o que Jesulín no iba a tener vergüenza de interpretar su oprobioso «Toa, toa, toa»? Qué diferencia con los recientes enlaces de la heredera de Porcelanosa, la de Perera y Vero Capea o la de Lara, que fue un prólogo a lo que se avecinaba con el quince aniversario de LA RAZÓN, poderío de asistentes desplegados. Destacó el bronceado de Paco Camps y Eduardo Zaplana, como la eterna juventud capilar de J.J. Lucas. No es un bodón desatinado el de Janeiro, al menos en imágenes e intenciones ocultas. Se ve que no dejaron nada a la improvisación. Ni siquiera el desfasado comunicado enviado, ya que sabían la que se avecinaba: además de los comentarios jocosos, mordaces y desatados, e hipótesis de cómo se han repartido la exclusiva –dicen que al cincuenta por ciento–. Todo concluyó como en las películas románticas, con la pareja iniciando su luna de miel. No se lo pierdan. Me agradecerán el consejo.