Buenos Aires

El Papa Francisco supera el tirón de Maradona

La Razón
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Va de crónica viajera: me reencontré con el Buenos Aires del tango, la chaucha, la flaca y el dolor por la muerte de Alfredo Alcón, un grande de la escena que aquí en España conocimos bien. Le montaron una capilla ardiente en el Congreso de su país, homenaje impensable en estos pagos donde los cómicos aún parecen de segunda. Hay un centenar de teatros, donde vi que algunos títulos de su cartelera coinciden con los de acá (se me pegó la cantinela). Pepe Soriano protagoniza «La laguna dorada», que así retitulan el gran éxito que en España protagonizó Lola Herrera, que sigue poniendo el «no hay billetes» en el Teatro Bellas Artes. Soriano lo hace junto con Charo López en la avenida Corrientes, justo enfrente de donde triunfa «Más allá del arco iris», la revelación de Natalia Dicenta en el papel de Judy Garland. Triunfante también resulta Pepito Cibrián Campoy en el musical «Priscilla». En su versión imita a la legendaria Mirtha Legrand en el Lola Membrives. No es muy allá, Broadway queda lejos y más parece la versión que vi en Londres. En definitiva, te deja tan gélido como el aire acondicionado fortísimo que ponen en el teatro «cuando ya entramos en el otoñito». «Las tardesitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo», subraya Nati Mistral en su insuperable «Balada para un loco». La avenida Corrientes sigue deslumbrando con sus enormes librerías, sus restaurantes abiertos las 24 horas y una exhibición discográfica que ya sólo mantienen allí. En fechas venideras anuncian conciertos de Rosana, Jarabe de Palo, Estopa y Carmen Flores, quien mantiene el apellido y la raza como Dyango, con gira de despedida acaso similar a la recién iniciada por Karina. Su hija Azahara me detalla que «en Valencia actuaremos en el Palacio de la Música», un feudo donde Mayren Beneyto lucha contracorriente. Y a mí que me habían advertido de que «en Argentina está la vida imposible, por las nubes». Exageran como en casi todo y el turista no sufre la crisis. Habrá que emigrar.

Viví su Semana de Pasión manteniendo la ritual visita a «las siete iglesias» por Viernes Santo. El Jueves tuvieron que trabajar porque la inefable presidenta Cristina Fernández de Kirchner –que cada día se parece más físicamente a Tita Merello– volvió a montar circo en Roma. Me lo refresca un libro que recoge sus actividades desde la imponente Casa Rosada. El título es elocuente: «La dueña», y en su página 193 se recuerda cómo el Papa Francisco la perdonó tras ser éste agraviado desde la presidencia: al elegirlo Papa, Cristina dio marcha atrás, Francisco la invitó a comer en el Vaticano y ella salió llorando supuestamente arrepentida. Un espejismo, los gobernantes son así.

En mi viaje también descubrí que nuestro grupo NH se ha hecho con todo el mercado bonaerense. Tiene nueve hoteles, algunos emblemáticos como el que acogió a nuestros aspirantes olímpicos con el Príncipe a la cabeza. Lo prefirió al Hilton, donde estaban las demás autoridades: «Yo quiero vivir donde los deportistas», pidió Don Felipe, que incluso desayunaba con ellos junto a la alcaldesa Ana Botella y el presidente de Madrid, Ignacio González. Allí se vio también a Dyango, viejo cliente del edificio.

Para los porteños, el Papa Francisco supera a iconos patrios como Mafalda, Carlos Gardel o Maradona. Su figura se repite en cada esquina, también en La Boca, donde los negociantes del lugar aprovechan el tirón turístico ofreciéndote posar con una ficticia figura del Pontífice. Sienten veneración por él, exaltando que «tenemos a una reina –Máxima de Holanda– y a un Papa». Lo que le faltaba a esta hermosa gente que lleva su religiosidad a la mesa ofreciendo por Pascua no sólo el roscón, sino también otros ágapes como «lomo a lo Francisco» y todo un surtido de menús enteramente compuestos de pescado. Me pareció estar en otro mundo como aquel que cantaba Karina en su apuesta eurovisiva.