Historia

Ronda

La impuntualidad de Preysler

Isabel Preysler y Tamara Falcó a su llegada a la boda
Isabel Preysler y Tamara Falcó a su llegada a la bodalarazon

La boda valenciana de Porcelanosa sólo pasará a los anales por el Elie Saab de la contrayente y lo variado de la concurrencia. No dejaron de censurar el consabido retraso de Isabel Preysler, que, en vez de acudir a las 17:45 pactadas para no alterar el protocolo, apareció a las 18:35; cuando la Duquesa de Alba (y ahí no se duda de su grandeza y personalidad) se había sentado 30 minutos antes protegida por un Alfonso Díez que rechaza ser llamado señor Duque. Ya ayer reseñé cómo los toreros postineros recibieron diferentes gritos entusiastas: desde el «maestro» dedicado a Curro Romero, que en 1959 (cuando los toros eran fiesta nacional representativa y no lo de ahora, tan polémico) tomó en Valencia la alternativa que le dieron Gregorio Sánchez y Jaime Ostos; al «guapo, guapo», dirigido a Manzanares y el «torero, torero» aplicado a Cayetano Rivera, que consultó con el de Camas su posible vuelta.

Juntos y sin testigos acapararon la atención previa a la cena en una carpa habilitada sobre unas terrazas, ya desfasadas, de arquitectura futurista pero sin futuro, magna obra del discutido Santiago Calatrava. «Los tiempos están mal, Cayetano, ya lo sabes. Tómate tu tiempo y torea sólo para matar el gusanillo», le aconsejó desde su gran sabiduría el gran Curro. «Sí, quizá lo haga alguna vez en Ronda o por Jerez, maestro». «Europa está contra nosotros, los empresarios pagan poco y qué decirte de las ganaderías», concretó Curro en una casi denuncia de los otros males que afligen a algo tan representativo de España, mientras Carmen Martínez-Bordiú sólo apareció en la cena acompañada de José Campos y juntos posaron para la exclusiva de «¡Hola!», que podría haber pagado el alquiler del fantasmagórico escenario en el que cantaron –es un decir– Carlos Baute y Julio José Iglesias, que también puso el cazo con su esposa Charisse, que no acudió a la iglesia de Villareal donde Doña Cayetana, incómoda, no entendía el porqué de la demora en comenzar la boda. Poco cambió en el cóctel posterior lo visto en el templo, salvo María Colonques, la imponente novia, que abandonó el largo velo y se soltó la melena con un par de recogidos laterales, y la tranquilidad de su padre, Manuel, muy adelgazado y sin tupé, tras seis meses dedicados a organizar el enlace de su única hija. Lo cuidó todo: desde que su preferida Isabel estuviera cuidada por José Pascual, casi lacayo, hasta que Tamarita formase pareja –serían perfectos– con Kike Solís Tello mientras mamá la compartió con José Bono. Entre los presentes, Jaime Peñafiel –compañero del alma, compañero– comentó que Doña Cayetana «vestida y peinada así, recuerda a la goyesca condesa de Chinchón». Isabel, por su parte, saludó a la estupenda Carmen Tello comentándole: «¡Qué hijos tan guapos tienes!». Era la primera vez que coincidían y supo estar a la altura incluso a pesar del retraso. Eso no está hecho para ella.