Historia
La pasión de La Pasionaria por Francisco Antón, el amante al que depuró
Dolores Ibárruri se enamoró de un joven, 17 años menor que ella, del que se vengó cuando se enamoró de otra mujer. Hoy se cumplen 30 años de la muerte de uno de los mitos del comunismo español.
La venganza por desamor es un clásico de la literatura universal. Está en la esencia del ser humano, incluso entre los poderosos. Es algo intemporal, eterno, que surca historias mundanas, y otras que no lo son tanto, como es la de Dolores Ibárruri, La Pasionaria, con Francisco Antón.
Ella se convirtió rápidamente en un mito. No en vano todo el aparato propagandístico del PCE, incluso el soviético, se pusieron a elaborar desde 1936 la imagen de La Pasionaria como símbolo de la revolución, madre de obreros. Centrada en la llegada del “paraíso” no podía tener debilidades humanas, y menos aún “burguesas”, como el sexo. Santiago Carrillo insistió en que era una mujer que solo tenía una pasión: el comunismo. El puritanismo en la moral comunista era, y es, muy fuerte. Sin embargo, Irene Falcón, la que fue su secretaria durante muchos años, reconoció el lado humano de la política, su debilidad por un hombre: Francisco Antón.
Ibárruri tuvo seis hijos con Julián Ruiz, un minero sin instrucción que no quiso seguirla en su carrera. Cuando La Pasionaria llegó a Madrid en 1930 se le abrió todo un mundo. Era igual que cuando los inmigrantes llegaban a Argentina, por ejemplo, que al encontrarse lejos de su tierra se reinventaban y acaban formando otra familia. Dolores, ya la guerra iniciada, encontró en la capital a Francisco Antón, un veinteañero.
Paco Antón se enamoró del mito, de aquella mujer fuerte que visitaba el frente, arengaba a los milicianos y parecía sortear las balas. Dolores no pudo resistirse. Era un muchacho joven, 17 años menor que ella, moreno y atractivo. En aquel Madrid dominado por los comunistas y sitiado por los golpistas, todo parecía una aventura. Se fueron a vivir juntos. Aquello fue un pequeño escándalo para los puritanos comunistas y sus enemigos personales. No obstante, a esas alturas el mito era intocable.
Todo el mundo conocía la relación. De hecho, La Pasionaria visitó a Indalecio Prieto, a la sazón ministro de Defensa, para pedirle que sacaran a Paco Antón del frente. Que muriera cualquier otro menos su amor, debió pensar. Lamentablemente no tuvo la misma suerte uno de los hijos de Ibarruri, que murió en Stalingrado.
Al finalizar la guerra española los soviéticos sacaron a La Pasionaria del país y se la llevaron a Moscú. Antón, sin embargo, fue recluido en un campo de concentración francés, en Le Vernet. No hay coincidencia en cómo salió el amante de aquella prisión. Enrique Líster escribió que Pasionaria intermedió con Stalin –“Si Julieta no puede vivir sin su Romero, habrá que traerle a su Romeo”-, pero Irene Falcón lo niega.
No importaba nada frente al amor. Ni el acuerdo Ribbentrop-Molotov que permitía el reparto de Polonia entre la URSS y la Alemania de Hitler, ni la liquidación social de la élite polaca que la Pasionaria justificó, ni las purgas. Tampoco importó el suicidio de José Díaz, el secretario general del PCE. Ese olor a sangre no debilitó la pasión entre Dolores y Paco.
Pero el amor a veces termina, y Antón se enamoró de otra mujer, una tal Carmen Rodríguez. ¿Cómo decir a la recién elegida secretaria general de tu partido, y a las órdenes del asesino Stalin, que ya no la quería? Antón lo hizo. Tuvo que ser una escena dramática, quizá de una de esas obras de teatro burguesas, de amores despechados, de señoritas plantadas en el altar, que tanto despreciaba la moral comunista. Y es que el ser humano no deja de sentir lo que es por mucho que finja encarnar la revolución.
La respuesta de Dolores no fue normal. Hay quien viste la reacción como algo novelesco, incluso como la demostración de la ruptura de un molde machista de la existencia. Lo cierto es que, dejando el género aparte, constituyó uno de los actos más abyectos que podían imaginarse. Antón era el segundo de La Pasionaria en el PCE, una costumbre, la de ser pareja, que parecer perdurar en la izquierda. Dolores le denunció como espía del imperialismo, y su ex amante pasó un calvario de torturas y encarcelamientos durante tres años. La resistencia de Antón sí era amor, y no el de La Pasionaria. No renunció a Carmen, y guardó la compostura. Impertérrito, fue enviado a Varsovia, a una fábrica donde se dejaba doce horas de trabajo al día. A la salida podía seguir viendo a su mujer, Carmen, y a sus dos hijas, una de ellas con síndrome de Down.
Carrillo, que quizá sintió empatía por Francisco Antón, le rehabilitó en 1964. Le integró en el Comité Central, y le mandó a Checoslovaquia. Aún se encontró con La Pasionaria en otras ocasiones, pero solo oficiales. Demasiada cárcel y trabajo forzado acabaron muy pronto con la vida de Antón, quien falleció en París el 14 de enero de 1976.
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