Buenos Aires
Alberto Cortez: «La vejez es la más dura de las dictaduras, todo son problemas»
Es un poeta que canta a los poetas y, sobre todo, que nos ha dado una antología de canciones que sin duda nos sobrevivirán: «En un rincón del alma», «Callejero», «Mi árbol y yo», «Distancia», «Castillos en el aire», «El abuelo», «A partir de mañana», «Te llegará una rosa»... En una gran encuesta hecha en América, «Cuando un amigo se va» fue elegida una de las tres mejores canciones en castellano del siglo XX. Alberto Cortez es la emoción, un tipo vestido de negro con aspecto de boxeador no sonado que te sacude el alma con su gran voz y sus crónicas de lo cotidiano.
–Fue precoz: a los doce años ya componía...
–Sí, hice una canción, «Un cigarrillo, la lluvia y tú» que a mi madre le pareció pornográfica. Cuando llegué a Madrid me llevaron a comer paella al Riscal y allí tocaba el piano Bola de Nieve. Me senté con él y canté esa canción. Luego la grabé con Waldo de los Ríos.
A los 17 años le invitaron a formar parte de «Los andariegos», pero su padre no se lo permitió porque había sacado malas notas. «Era mi gran amigo, pero decía que primero tenía que acabar los estudios». Con 18, cantaba en las boites de Buenos Aires para pagarse los estudios de Derecho, «pero visitaba más el piano del aula magna que los libros».
–Gran cambio: de la Argentina profunda a cantar para las «señoritas de compañía» y sus clientes en la capital...
–Sí, yo entonces tenía muy buena pinta, y las enamoraba con facilidad. Las chicas les decían a los clientes: dale una buena propina al pibe, que está estudiando. Y me daban. Por allí dejé la virginidad, pero son más graves las virginidades que luego vamos perdiendo por el camino.
Viaja con un grupo folklórico argentino a Europa. Fracasan en Alemania, pero su primer disco, con «Sucu Sucu» y «Las palmeras», es un gran éxito en todo el mundo, «hay hasta una versión cantada por Nat King Cole». Ya canta solo. En Los Ángeles le proponen convertirlo en el nuevo «latin lover» de Hollywood. Alberto rechaza el proyecto... por razones morales. «Tenía que pagar con carne, y no estaba dispuesto; nunca lo estuve». Y el 22 de abril de 1967, ofrece un recital en el Teatro de la Zarzuela (Madrid) en el que canta a Yupanqui, a Neruda...
–Ahí nació un nuevo Alberto. Aquello fue un desafío, porque entonces mencionar a Yupanqui o Neruda, considerados muy rojos, era nombrar al diablo, sacar peaje para el paredón. Poco después, en el mismo teatro, canté a Lope, Góngora, Machado... Encendí la lámpara, se abrió un nuevo camino. Después Serrat cantaría también a Machado en un trabajo maravilloso. Bajamos al poeta de las estanterías.
–Pero en el 70 estaba haciendo la mili en Argentina con 30 años...
–Regresé a mi tierra y me trincaron. Menos mal que un buen coronel me tomó de ayudante y me permitía salir a cantar.
Su primer concierto en el Luna Park fue un fracaso. «Me bajé del escenario con la idea de no volver a cantar en Argentina, pero volví, claro». En el 96, sufre un ataque cerebral en Mar del Plata. Secuelas: no puede volver a acompañarse con su guitarra. «Aquella fue terrible, estuve a un paso de la muerte». Hace poco se resbaló y dio un culazo en el baño: dos vértebras dañadas, dos meses alejado de los escenarios. Hace rehabilitación para recuperar masa muscular. El 2 de marzo ya estará cantando en México.
–Diría que es el último representante de una forma de entender y hacer la canción, de un estilo...
–Yo no lo puedo decir: parecería que estuviera firmando mi sentencia de muerte. Yo sólo pido que se me tenga en cuenta. Fui un pionero.
–Dice que España, ahora, es el paraíso del rock...
–No soy enemigo de nada ni de nadie, pero parece que sólo se contrata a rockeros. Todo es rock. Tendrían que abrir un poco el abanico, ¿no?
Hablamos de vicios. Dejó el cigarrillo hace 25 años, «y también he logrado quitarme la obsesión del sexo de la cabeza; aún ejerzo cuando se puede, pero ya no es una obsesión». Me dice que envejece mal: «La vejez es la más dura de las dictaduras, todo son problemas y cada vez son más grandes; pero seguimos con la luz encendida». Teme depender de los otros y al dolor. Es nostálgico porque tiene buenos recuerdos. Su futuro, siempre, es el trabajo, «porque, mire, en ninguna parte como en el escenario». Lo he visto retratado por Oswaldo Guayasamín en la Capilla del Hombre, en Quito. Ha cantado para más de 300.000 personas en el Zócalo de México D. F. más de una vez. Tiene el Grammy Latino a la Excelencia.
–Si pudiera viajar al pasado, a su pasado, ¿qué cambiaría?
–Eliminaría el resbalón en el baño y los kilos de más.
Llegó a pesar 150 kilos. Ha perdido casi 60. No ha perdido nada más.
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