Jesús María Amilibia

Asunción Balaguer: «Nunca he sido una viuda triste, soy una vieja alegre»

Asunción Balaguer: «Nunca he sido una viuda triste, soy una vieja alegre»
Asunción Balaguer: «Nunca he sido una viuda triste, soy una vieja alegre»larazon

No es verdad en todos los casos que al final siempre se vuelva a los principios, pero lo cierto es que Asunción Balaguer hace en su última etapa lo que otras en la primera: desnudarse. Bueno, la verdad es que sólo enseña los hombros y un poco de pierna, pero en «Las chicas del calendario» ella y todas las demás cómicas representan la desnudez, hacen que se desnudan. «Voy de mal en peor», dice riendo Asunción, la actriz que en un principio fue púdica por aquello de la educación recibida, y luego muy liberal de la mano de Paco Rabal, aquel esposo que le dio tan intensa y tensa vida.

–Se casó con Paco en el 51 e interrumpió su carrera de actriz al poco...

–Bueno, yo estaba contratada en Barcelona y luego trabajé en la compañía de Tamayo. Tuve a Teresa y a Benito y luego me retiré. Vi que hacía más falta en casa que en los escenarios. Paco viajaba mucho y los niños no podían estar solos. Él nunca me pidió que lo dejara. Fue decisión mía.

–Ahora, muchas mujeres anteponen la libertad, su trabajo, a la familia...

–Hacen lo que sienten y hacen bien, quizá. Para mí la familia ha sido siempre lo más importante. Me ha gustado cuidar la casa, tenerla bonita, cocinar... Paco me decía que la comida tenía que hacerla yo, porque la hacía con amor y eso se notaba. Así que cocinaba yo.

–Nunca fue una mujer ambiciosa, creo.

–No, no lo fui. Pero la vida me ha dado cosas sin yo pedirlas. Paco entregaba todo el dinero en casa y lo manejaba yo. A veces andábamos muy prietos, nos faltaba dinero, pero yo no le decía nada para que no sufriera.

Retomó su carrera al morir Paco. «Sí, fue como una resurrección: volver a reencontrarme con los compañeros, con la gente joven... Y desde entonces no he parado; es como vivir una segunda vida». Han hecho un documental sobre ella: «Una mujer sin sombra». Asunción aún echa de menos la sombra de Paco. «Cuando no me siento bien, le digo: Paco, ayúdame, que estoy aquí sola. Y creo que me ayuda».

–Los que vivíamos la noche con Paco la veíamos como la abnegada Asunción, la sufrida Asunción, la paciente Asunción...

–Una santa, creíais que era una santa. Pero no, yo nunca he sido una santa. Paciente, sí. Y lista: supe ver que cuando Paco llegaba a casa después de sus aventuras, era feliz. Yo me enfadaba, pero sólo un rato. Paco me dio mucha vida, gracias a él conocí a grandes hombres: poetas, escritores, periodistas, pintores... Los traía a casa y estábamos charlando hasta el amanecer. Aprendí de ellos. Era gente muy alegre. Creo que entonces vivíamos con más alegría.

Le caía muy bien Ángel González, el poeta. «Buñuel era muy educado y dulce, nos impresionaba; Alberti era como un niño; una noche, Paco y él se la pasaron cantando canciones verdes, Alberti de Cádiz y Paco de Murcia; qué risas». Asunción reconoce que se entiende mejor con los hombres, «quizá porque he tenido cuatro hermanos mayores».

–Fue al programa de Anne Germain, la vidente, y le dijo que Paco estaba en el cielo rodeado de ángeles...

–Sí, qué risa. Fui porque me pagaron y con el dinero puede hacer regalos a mis nietos. Paco nunca quiso ir al cielo. Él siempre decía: «Yo quiero ir al infierno, con las putas y los borrachos».

Su madre fumaba puros, pero ella ha sido, es, una mujer sin vicios. «Sólo los pasteles y el chocolate con churros de San Ginés». De su pasado no le gustaría borrar casi nada, tal vez aquel accidente de coche de Paco, cuando se le rajó la cara como a un torero. «Lo pasamos mal, también económicamente, porque Paco se quedó sin trabajo y estábamos haciéndonos la casa en Ciudad Lineal. Nuria Espert nos ayudó».

–Dijo una vez que era una viuda alegre...

–Nunca he sido una viuda triste. Yo diría que soy una vieja alegre. Me divierte todo. Los recuerdos, también, los buenos y los menos buenos.

–Tiene 87 años. ¿Qué tal envejece?

–Creo que muy bien. Se murió Paco y empecé a ir más a la peluquería, a vestirme de otra manera. Casi nunca voy de negro. Voy como las jóvenes. Lo malo de envejecer es pensar que te queda menos, sentir lo rápido que pasa el tiempo. Sólo tengo miedo a quedarme lisiada y tonta, a no poder valerme. No merece la pena vivir como un mueble. Creo que en esa situación, me suicidaría.

–«Ya no me queda más que desear que les vaya bien a todos y morir tranquila», ha dicho.

–Eso es lo que quiero. No le tengo nada de miedo a la muerte, a veces hasta la deseo.

Hemos quedado para comer sus judías con butifarra.