Aventura
César Pérez de Tudela: «He muerto muchas veces y sigo vivo»
Cree que morir en la cama es un fracaso, una desgracia; él prefiere hacerlo en la montaña. La afición a escalar, explica, le vino de los libros y de una película, «La montaña trágica», pero la verdad es que aquellos ojos jóvenes e inquietos veían en todo la aventura, el descubrimiento. Hizo un curso de escalada en el Frente de Juventudes. No le gustaba el fútbol «porque te ensuciabas los zapatos, te los pisaban». Buscaba otra cosa.
–Estudió Derecho, fue policía y es periodista, escritor, experto en Protección Civil, divulgador de la naturaleza, conferenciante, esquiador, alpinista, organizador de expediciones... Su vida son muchas vidas, ¿no?
–Sí, pero el epicentro es la montaña. He tenido y tengo una vida intensa, pero ahora veo que es corta. Cada año es más corto. El tiempo se esfuma.
–¿Qué le place de verdad?
–Echar la vista atrás y decirme: «César, no has desaprovechado el tiempo ni actuado con indignidad». El mayor placer es superar el miedo. Soy valiente, pero se pierde un poco el valor con los años. No se gana nada con la edad, ni sabiduría. Yo estoy más confuso que antes.
–Pero la montaña es su particular viagra...
–Sí, siempre. La montaña es el pretexto para vivir, contar vivencias y retarme.
Acaba de dar un paso atrás: por el mal estado de su corazón, tan castigado, ha decidido renunciar a los picos más altos. «No quiero morir todavía». Ha sufrido dos infartos escalando, se ha salvado una docena de veces de morir. No presume de récords, sí de ser un superviviente: «He muerto muchas veces y sigo vivo». Estuvo toda una noche en coma, solo, en una tienda, a más de 5.000 metros de altura, medio asfixiado; otra vez cayó 300 metros resbalando, «y es verdad lo que dicen: vi toda mi vida en segundos mientras caía y me reventaba contra las piedras y me gritaba socorro a mí mismo». Cada vez que Dios le salva, peregrina al Valle de los Caídos, agradecido, pero siempre dispuesto a darle más trabajo. Cree en Dios y en la oración, pero el hombre no le inspira mucha confianza.
–«La felicidad», dijo, «es lograr la medida justa entre quien eres y quien quisiste ser...».
–Es así. La felicidad es estar a gusto con lo que eres. Yo lo he logrado. Nunca quise ser rico, ni el lujo, ni el frenesí; siempre quise ser explorador, y es lo que he sido, lo que soy.
–Creo que es un aventurero eternamente insatisfecho...
–Aventurero en el gran sentido de la palabra. Y algo básico: sigo siendo joven, esencialmente joven.
–Me temo que esa vida no es compatible con la felicidad conyugal...
–Lo es: estoy casado y tengo cinco hijos. Pero reconozco que es difícil. Lola es astrofísica, me entiende y no me ha abroncado mucho. Lo único que me recrimina es que pase tanto tiempo fuera de casa. Ahora procuro que mis ausencias no duren más de un mes.
Cree que ha contribuido tanto a la conservación de la naturaleza y al respeto al medio ambiente como Félix Rodríguez de la Fuente. Es un César que ha conocido a sus Brutos por aquello de la envidia. Los mayores de 50 años, dice, aún le recuerdan y le saludan con afecto. Del pasado le gusta recordar que ha sido valiente en circunstancias muy difíciles. La mochila del presente la tiene muy llena: da conferencias, se entrena mucho, va a la montaña, esquía, escribe libros...Tiene unas memorias entregadas a Planeta, –«son más interesantes que las de Bono, de verdad»–.
–Y busca antropófagos...
–Sí, tribus perdidas por ahí que aún son caníbales. Es arriesgado, claro. No son crueles, pero matan al que el chamán indica y se lo comen sin ningún sentido de culpa. Quiero hacer un buen documental. Y también otros sobre los volcanes en activo y las montañas en los desiertos. Estoy lleno de desafíos.
–Recuerdo que fue candidato al Congreso de los Diputados en las primeras elecciones, en el 77. ¿Le sigue tentando la política o ha caído en el desencanto?
–No salí elegido. Iba por AP y Fraga me puso en la lista en el puesto 38. Algo aprendí: que la política no es para mí. La disciplina de voto y todo eso... No, yo no encajaba bien. Sé obedecer, pero no sé mentir. La política, hoy, no es gallarda.
Lo peor de envejecer, me dice, es que se empequeñece el espíritu, llega la resignación y se olvidan los retos. Está convencido de que se revalorizará mucho cuando se muera, «subirá mucho el kilo de César Pérez de Tudela» (risas). Sólo le horroriza convertirse en un anciano inmóvil e inútil: no es un digno final para el tipo al que quisieron cortar los pies congelados y se escapó corriendo del hospital.
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