Casas reales
La virtud de saber esperar
No hace mucho tiempo un periodista preguntó a Carlos, príncipe de Gales, si se consideraba un hombre paciente. Él, sorprendido ante algo de respuesta tan evidente, le contestó: «¿Usted qué cree?». Lo mismo se le podría haber preguntado al rey Eduardo VII, su tatarabuelo, que esperó pacientemente la desaparición de su longeva madre, la reina Victoria, hasta subir al trono cuando él ya tenía sesenta años, avanzada edad para entonces. Sin embargo, aquel monarca dio nombre a toda una época, la Eduardiana, en los nueve años que le tocó reinar. Una era en la que florecieron escritores como el divertidísimo y agudo Wodehouse, el intimista y sensible Forster o el gran autor de ciencia ficción Wells; músicos como Elgar, cuya «Pompa y Circunstancia» es un símbolo de lo británico, o políticos como Chamberlain y Lloyd George. El príncipe Carlos es un personaje que no sólo es único por su cuna, sino que su personalidad tiene una serie de facetas que lo harían interesante aunque no fuera quien es.
Sabedor de que uno de los primeros deberes de los príncipes es dar ejemplo y preocuparse de los demás, fundó ya en 1976 el The Prince's Trust, que se ocupa de gente joven con problemas de todo tipo, además de ser patrono e impulsor de más de una quincena de organizaciones caritativas, de las que es presidente, y de más de veinte dedicadas a la promoción artística. No en vano es un amante de la acuarela, que practica con regularidad, y de la arquitectura, siendo un adalid de la conservación del patrimonio histórico-artístico. Sus opiniones en este campo han demostrado siempre una notable carencia de prejuicios, sin miedo al qué dirán o a ser políticamente incorrecto. Amante de la naturaleza, de la medicina natural y acérrimo protector del medio ambiente, es además un firme luchador contra el racismo.
Aunque de generaciones diferentes, se le compara con Don Felipe y algunos dicen que Carlos ha sido opacado por su madre, lo mismo que el Príncipe de Asturias por su padre. No opino igual. Cada generación tiene su afán y cada persona sus virtudes. Se habla también de si reinará él o de si cederá la corona a su hijo Guillermo. Plantear eso es desconocer el ancestral y regular devenir de la monarquía británica, con pocas excepciones, e ignorar el sentido de responsabilidad de Carlos como príncipe heredero. Ningún buen hijo quiere que su madre fallezca. No lo desea Carlos para Isabel II, pero estoy seguro de que cuando reciba la corona de San Eduardo estará a la altura de lo que se espera de él: un rey moderno amante de la tradición, la conjunción perfecta.
*Doctor en Historia Académico Correspondiente de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía
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