España
Literatura, chocolate y jazz
Reconozco sin ningun pudor que, personalmente, el hecho de que hayan imputado a la Infanta Cristina me ha parecido reconfortante y muy beneficioso para la institución monárquica, que cuanto más quería evitarlo, más conseguía ponerse a la opinión pública en contra. Esta imputación es un paso lógico, lo que se hace con cualquier ciudadano en una situación similar y, si la Justicia es «igual para todos», se trata de demostrarlo y predicar con el ejemplo. No hay que rasgarse las vestiduras por ello, es un ejercicio democrático y de normalidad. Y, si este elemento tóxico para la Monarquía que se llama Urdangarín no ha tenido ningún problema a la hora de hacer, presuntamente, toda serie de trapicheos y llevarse el dinero público –contando milongas de fundaciones benéficas sin ánimo de lucro para así evadir y blanquear dinero con una trama de sociedades interpuestas en las que participaba su mujer–, tendrán que asumir las consecuencias ambos. ¿O no?
Menos mal que –exceptuando las galernas que azotaban el norte de España– pudimos pasar la noche de Reyes sin sobresaltos, dejando aflorar ese niño que todos llevamos dentro –y que ojalá nunca se vaya de nosotros– viendo la maravillosa cabalgata y, sobre todo, las caras de los niños llenos de emoción y asombro. Nada me haría más feliz que ser un Rey Mago para vivir con ellos esos momentos y hacerles soñar. Esta tradición tan nuestra debemos potenciarla y no dejarnos nunca seducir por ese viejito del norte de Europa que baja por la chimenea y se llama Papá Noel. Desde luego, no se puede comparar con la magia y la belleza que despiertan esos Reyes Magos y astrónomos que llegan guiados por una estrella. De niña pensaba que habían estado con el Niño Jesús, la Virgen y San José y me entraba un arrebato de amor, emoción y respeto inmenso por ellos. Además, son inmortales, ¿qué más podemos pedir?
Esa misma noche Alicia Viladomat dio una cena en su casa muy agradable que ya se ha convertido en una tradición cada año. Como mi merienda del día de Reyes, con chocolate, roscón y mucho champán, para brindar porque hemos podido sobrevivir a tanto festejo y comilona compartiendo una tarde con mis amigos entre risas y chascarrillos.
El resto de la semana lo he pasado organizando agenda y reuniones y también disfrutando de los cafés antiguos de Madrid, como el Gijón, el Central –donde podrán escuchar un buenísimo jazz todas las noches– y el Comercial, local con el mejor chocolate con churros y reconocido por sus premios literarios. El ambiente de los cafés es único: lees, observas, escuchas, charlas a veces de teatro, otras de cine, o de música... Es un tiempo de sosiego y paz en medio de la ciudad, envueltos por esa belleza decimonónica de su decoración y la mística de compartir una mesa en la que se sentaron grandes hombres y mujeres de la literatura española. Se lo recomiendo.
Y así me he plantado en el sábado, procurando aterrizar suavemente en este comienzo de año que siempre me inquieta por lo que nos queda por delante. Pero nosotros podemos con todo después de haber superado y sufrido el fatídico 2013.
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