Teatro

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Paca Gabaldón: «Me rebelé para matar a la mujer florero que fui»

Imagen de Archivo de Paca Gabaldón
Imagen de Archivo de Paca Gabaldónlarazon

Su infancia y adolescencia dan para una novela que ella nunca escribirá a no ser que encuentre pronto un negro (negro literario, claro). Su madre, bailarina clásica, siempre de gira, se separó –entonces no había divorcio– y la tutela de la Paca niña se la dieron a sus abuelos paternos. En una de sus visitas, la bailarina viajera les dijo a los abuelos que iba a comprarle unos zapatitos a la nena, y madre e hija se fueron corriendo a comprarlos, sí, pero a América. Era ilegal, y su madre estuvo en busca y captura, pero a Paca le pareció y le sigue pareciendo muy bien aquel gesto valiente y rebelde de su madre, aquella especie de secuestro materno.

–Y la vida de trotamundos –cuenta Paca– por Turquía, Italia, Argentina, Chile, Perú, etc., marcó mi infancia para bien y para mal. Me enseñó a adaptarme a todo y me dio una madurez temprana. A los once años yo era como la madre de mi madre. Pero también pasé momentos de soledad.

–Y la primera película a los 15 en Perú...

–Sí, «Ganarás el pan...» Y de protagonista, un debut a lo «Lolita». También fue una profecía: a partir de entonces me gané el pan como actriz.

Llegó a España con 17 años y toda la hermosura del mundo. Pero la novela continúa: venía de paso, iba a recorrer Europa con una amiga, y la obligaron a quedarse con su familia: era una menor huida y estaba reclamada. Presentó musicales en TVE, «aunque nunca me gustó presentar, no tengo un personaje que me cubra y me siento desnuda», y enseguida la requirió la gran pantalla: decían que era la cara europea del cine español, mayormente por sus rasgos fuertes y a la vez dulces, por su corte eslavo, dice ella.

–Y como no le gustaba presentar, volvió a TVE con José Antonio Plaza y aquellas «625 líneas», y luego con Kiko Ledgard y sus «300 millones»...

–Me gustaba aún menos el cine que se estaba haciendo, en el que sólo importaba el físico. Me sentía mujer florero. Es lo que fui una temporada. Tenía que aprovechar para aprender y ganar algo, me decían. Y eso hice.

–Y en el 77 llega su gran transición: pasa de Mary Francis a Paca Gabaldón. Algo más que un cambio de nombre, ¿no?

–Me rebelé contra mi primera etapa, así maté a la mujer florero que fui. Fíjese cuántos «floreros» de entonces han desaparecido en el camino. Yo sigo aquí. He logrado parte de lo que pretendía: que me vieran como actriz.

Se cargó a la Francis, que nada tenía que ver con la mula, pero no era una chica ambiciosa, «nunca lo he sido porque me han podido el pudor y la rebeldía; si hubiera sido ambiciosa, quizá habría sido la número uno, tenía todas las posibilidades; pero elegí ser una curranta de base sin agobios; quiero decir que nunca me mataré a trabajar como Concha Velasco; ahora no aceptaría una serie de televisión porque estoy haciendo teatro». Siempre fue, creo que lo sigue siendo, una romántica empedernida que cuando agarraba un novio a gusto, se perdía con él por alguna isla paradisiaca y al mundo, que le dieran por saco. También sigue siendo rebelde.

–Pretendía ser dueña de sus decisiones con aquel cambio. ¿Lo consiguió?

–Eso nunca se consigue del todo, pero sí en gran parte. Ya no hago trabajos alimenticios. No me hace falta. He sido previsora y heredé algo.

–No le gusta que la llamen para hablar de los tiempos del destape...

–No, porque no me considero representativa de esa etapa, aunque me incluyan en ella. Todas, todas, enseñamos algo durante aquellos años.

–En el cine comenzó de protagonista y ahora hace papeles pequeños. Se diría que ha hecho una carrera al revés...

–Cierto. Es por la edad, esa terrible forma de discriminación. Hoy sólo quieren adolescentes, actores muy jóvenes. Es la dictadura de la juventud. Las actrices maduras están en casa, paradas. Es injusto. Y si te conservas bien, peor: no te ubican en ningún lado. Me falta una película importante que quede ahí, porque el teatro se evapora. A pesar de eso, prefiero el teatro: es la verdad para el actor, la medida exacta de lo que eres.

Vive sola y tiene un nieto de 4 años. Sufrió un parón de casi un lustro por un lupus (infección de la piel) que le afectó a la cara, la cabeza, los brazos y el escote, «y no podía trabajar en el cine ni en la televisión porque la cámara veía las manchas rojas; para una actriz era trágico; me salvó de la depresión el teatro». Ahora está en el Muñoz Seca interpretando en «Testigo de cargo» el papel que en el cine hizo Marlene Dietrich. «Es difícil emular a un mito, pero me salen bien los papeles de mujer dura y fría». No es su esencia: se declara demasiado tierna. Envejece bien porque no pretende estar igual de guapa que antes. «Llegué a odiar que me dijeran qué guapa eres, me aburría el piropo; admiro los rostros que dicen cosas; eso quería llegar a ser y eso soy». No le preocupa la arruga.