La Habana
Víctor Ullate : «Tres veces creí que había llegado mi hora»
Bailarín y coreógrafo
A pesar de sus diez operaciones en la rodilla derecha, de sus dos infartos, de sus innumerables anginas de pecho, de los trombos que acaba de padecer y de superar en la pierna y en un pulmón, me dice que en la vida ha gozado más que ha sufrido. Es un auténtico superviviente que conoce la cara de la muerte y que ha logrado mantener durante 25 años su ballet. También un carpintero capaz de construir sus propias repisas cuando vivía en Bruselas y bailaba en el ballet de Bejart. Cree en la reencarnación: «Pienso que algo de nosotros, energía o lo que sea, no muere, sigue aquí».
–Y acaba de presentar su libro de memorias «La vida y la danza» (La Esfera de los Libros). No sé qué ha hecho mejor, si bailar o vivir...
–Creo que he sabido bailar mejor que vivir. Me he entregado más a la danza que a la vida. La danza es absorbente, es una amante que no admite competencias. Bailar es una filosofía de vida. Bailar te transporta a otra dimensión. Es algo mágico: en el escenario, te sientes como Alicia cuando atraviesa el espejo, viajas a otro mundo.
–Se lesionó la rodilla en La Habana en el 68 y le dijeron que nunca podría volver a bailar...
–Sí, pero no quise creerlo, me negué a aceptarlo. El destino nunca ha podido conmigo. Me hicieron un montón de operaciones, pero me curó la fe en mí mismo, creer que era posible volver. Y volví.
Volvió después de tres años de recuperación muy duros, «pero he vivido momentos peores». Se refiere a su cese como director del Ballet Nacional, «me encontré un 23-F en la puta calle, sin apoyo institucional, sin dinero, sin apoyo de mis bailarines. "No queremos divos", me dijeron los nuevos jefes. Fíjese, si yo no tengo nada de divo, es cosa sabida. Lo llevé muy mal, tuve que irme a trabajar fuera. Este país te puede sacrificar de la manera más cruel; bueno, más que el país, las instituciones».
–Y así llegaron los infartos...
–Me dieron dos casi seguidos. Y anginas de pecho por doquier, tantas que ni me acuerdo. Soy propenso a sufrir del corazón por parte de madre; tengo la sangre espesa.
–Ahora, otra operación de rodilla, trombos en una pierna y en los pulmones...
–Llevo diez operaciones de rodilla. Y los trombos se produjeron por la altura, en Perú. He estado una semana sin moverme, hasta que se deshicieron dos de los coágulos. Ahora no puedo viajar en avión.
–En usted, estar a punto de morir debe de ser una costumbre...
–Tres veces creí que había llegado mi hora. A eso no se acostumbra uno nunca, pero conozco la cara de la muerte y sé, eso sí, que hay que recibirla con paz, con serenidad. Yo no pienso mucho en ella.
–«Y si me muero, me dijo una vez, que sea haciendo lo que me gusta...»
–Claro. No sé prescindir de lo que me gusta. Ahora toca enseñar, que me gusta tanto como bailar.
Se cumplen 25 años del Víctor Ullate Ballet de la Comunidad de Madrid y no hay dinero para celebrarlo. Gracias al Ayuntamiento de Zaragoza, estrenará allí el «Bolero de Ravel», tres representaciones en el Teatro Principal. Y luego, fía su continuidad a la generosidad de la Comunidad de Madrid. Y a que la crisis no se alargue demasiado.
–¿Y qué tal envejece?
–Sin cabrearme. Creo que a pesar de mis achaques, estoy bien de aspecto. Eso es de agradecer. Lo peor es que se pierde energía, oído, vista... Pero se gana paciencia, uno se hace más sufrido, y se vive con más entusiasmo los días buenos, porque es el tiempo de aprovechar lo que queda.
–Dice en su libro que supo qué era el verdadero amor cuando conoció a Eduardo Lao, su pareja desde hace 30 años...
–Es una verdad como un templo. Casi toda mi vida he estado solo, dedicado al trabajo. Eduardo ha sido, desde el primer momento, mi gran apoyo. El ballet sigue gracias a él. Mima mi trabajo, el ballet y a mí.
–No sé si le ha costado mucho decirlo públicamente...
–No me ha costado nada. Los que me conocen saben que mi pareja es Eduardo desde hace muchos años. Es un gran artista.
–Alguien habrá dicho que ya era hora de que saliera del armario...
–Supongo que alguien lo habrá dicho, pero me importa un pito lo que digan los demás.
No quisiera borrar nada de su pasado, «porque todo, lo bueno y lo malo, es un necesario proceso de aprendizaje». Cree que el pasado está muerto y el futuro es el presente. La filosofía budista le ha ayudado mucho a valorar el momento, a disfrutar de sus hijos, de sus nietos y del placer que corresponde a cada época: «Ahora toca enseñar, y eso hago».
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