Valencia

MARÍA FERNANDA D'OCÓ...

MARÍA FERNANDA D'OCÓN / ACTRIZ

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Ella misma reconoce que lo suyo es raro: no quería ser cantante, pero iba a clases de música y fue sobresaliente en solfeo; no quería ser actriz, pero iba a clases de declamación, y también ahí destacaba. La profesora, Carmen Seco, le dijo: «No puedes ser actriz apellidándote Conejos». Y María Fernanda, nada tímida, respondió: «Es que no quiero ser actriz; yo quiero casarme, ser ama de casa y tener hijos». No debió de convencer a Carmen, que le preguntó por el resto de sus apellidos. El quinto era D'Ocón, por un bisabuelo irlandés. «D'Ocón está mejor», dijo la profesora. Y así nació, para gloria de la escena española de los siglos XX y XXI, María Fernanda D'Ocón, que en ese momento (16 años) no quería ser actriz.

–Aún alegué –recuerda– que era difícil de escribir. Y la profesora me dijo: «Si llegas a ser una gran actriz, lo escribirán bien». Pero yo veía eso imposible: sólo quería ser ama de casa y tener hijos. Sólo eso.

–Y no ha sido ni buena ama de casa ni madre...

–Cierto. Con 17 años, Mario Antolín, quien luego sería mi marido, me empujó al teatro en el TEU. Y fui primera actriz desde el principio, siempre he sido primera actriz: diez años en el María Guerrero y luego con mi propia compañía.

–Una gran actriz que nunca tuvo esa vocación.

–Nunca, ni ahora. Concha Velasco sí es un caso de vocación: ella quería ser artista desde niña. Pero, en fin, creo que se puede ser una buena profesional sin vocación inicial. Luego empecé a amar la profesión.

Como Pablo en su caída del caballo camino de Damasco, María Fernanda tuvo la gran revelación en la segunda representación de «Misericordia», de Galdós, en el María Guerrero. «Estaba de rodillas en el escenario y en ese momento percibí que Dios me había concedido un don, un poder que no le había agradecido nunca: el don de interpretar. Sentí entonces el enorme poder del actor en el escenario, el poder por el que secuestras los sentimientos del público durante un buen rato, lo hipnotizas y la magia que tú emites domina todo el teatro». Es perfeccionista. No tiene pudor, es muy extrovertida y goza de gran facilidad para comunicar, dice. Nunca hizo un desnudo, «no me hubiera gustado nada, mayormente por estética; ya le digo: soy una actriz rara».

–Me dijo una vez que el teatro era el 40 por ciento de su vida; el 60 restante es su vida personal...

–Mimo más mi vida personal, sí. El teatro me ha mimado a mí, no yo a él. Es injusto lo mío. La mayoría de las actrices tienen que trabajar tanto...Yo, no. Se me ha regalado mucho porque funciono. Soy una muy buena actriz.

–Hizo mucho teatro, pero poco cine: nueve películas en 40 años.

–Yo no he interesado al cine y el cine no me ha interesado a mí. Mi posición en el teatro era privilegiada y no me apetecía perseguir a nadie por un papel. Malcriada, no estoy acostumbrada a perseguir. Nunca he tenido necesidades económicas. Y eso da libertad

Lista, liberal y creyente. Cree que el teatro le enseñó a comunicar su yo positivo a la gente: «Me gusta encantar, voy por la calle sonriendo, cariñosa, y la gente me devuelve la sonrisa y el cariño; me miran con amor y yo devuelvo ese amor; eso lo aporto al teatro y llega, funciona; creo que soy una hechizadora nata. Me gusta gustar». Está sola, pero no le place la soledad, por eso sale mucho de casa, «viajar es lo que más me gusta del mundo». Echa de menos no haber tenido hijos. En su Valencia natal ya hay una calle con su nombre. «Pero, ¿para esto no hay que morirse?», preguntó en la inauguración. Así que está viviendo, eso le parece, lo que sólo tienen los muertos.

–Cuando terminó la serie de televisión «Dime que me quieres» se dijo que no haría ninguna más...

–Es que no me gusta madrugar tanto, ja, ja, ja. No soy una pija, pero las series no son compatibles con mi manera de vivir ahora. Me levanto a las 9:30, veo las noticias y me voy a andar una hora. También nado. Y salgo a comer con amigos, no sé cocinar nada. Voy a conciertos, conferencias, viajo mucho. Llevo una vida a la carta.

No echa de menos el teatro, «podría no volver a hacer nada y ser feliz. Ahora hay gente en el teatro que no sabe quién es la D'Ocón; no estoy en el mercado, no hago nada por estarlo». No es desdén, es que ella es así. Dice que envejece bien, se siente estupenda, «y ante el espejo me veo ''bonica'', como decimos en Valencia». Teme la decrepitud del cuerpo. No tiene achaques, ni vicios, ni perrito que le ladre. «Sé que más tarde –ahora sólo tiene 75 años– estaré sola ante el peligro; ya pensaré qué hago cuando llegue el momento». Se desborda con el amigo. Ah, la voz, la mirada subyugante y la vehemencia de María Fernanda. Y no quería ser actriz.