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Los Larrañaga se olvidaron de su hermana pequeña

La Razón
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Difícil se lo han puesto los Premios Forqué a los ya cercanos Goya. Como ya sucede en Los Ángeles entre los Globos y los Oscar. Son anticipo y aval, en ocasiones descorazonador, de lo que está por venir. Ahí está si no «Agosto» de la espléndida Meryl Streep, la única que sostiene el recuerdo de las que fueron grandísimas del celuloide en la onda de Bette Davis o Crawford. Aquel cine exigía grandes damas y Meryl continúa la saga con una versatilidad infrecuente. No es lo de su compañera de reparto Julia Roberts, acaso la peor vestida de la gala.

Wert, en los premios patrios, fue nuevamente abroncado. Concurrencia a la altura de estos premios ya casi legendarios, Verónica Forqué evocaba sus comienzos enfundada en una especie de bata-quimono en terciopelo de seda. Le daba aire modernista y rejuvenecedor ante el ímpetu de Marián Álvarez, escogida mejor actriz por «La herida», también la película destacada. Pedro Almodóvar cedió protagonismo a su hermano Agustín, distinguido como productor de una veintena de películas, tras su meritoriaje con Trueba. Exhibición y repaso: ampulosa en abrigo negro hasta los pies la siempre imponente Terele Pávez, destacada en «Las brujas de Zugarramurdi», otra impactante cinta de Álex de la Iglesia. Relumbre en la renacida Silvia Abascal, que se lo toma con calma, «a ver si reaparezco este año». Impecable bajo un esmoquin de chaqueta corta muy distante de los alardes hollywoodienses a veces horteras. Destacó con su Dior Juana Acosta y se montó pique entre un como opacado, pero risueño, Miguel Ángel Silvestre, con solapas en terciopelo, y Miguel Ángel Muñoz, abrigado por una franela gris de Armani. Fue el preferido de nuestros galanes, entre los que sobresalió Hugo Silva tras afeitarse la barba. Quedó rejuvenecido «por exigencias del guión», mientras Lluís Homar confirmaba su «rentrée» en los escenarios madrileños formando pareja con Josep María Pou. Es otro barcelonés de los que hacen época, como en tiempos mejores para la escena Espert o Guillén Cuervo.

Reencuentro del famoso casero, que tampoco está mal a la vista de lo atisbado en los Globos. Macarena Gómez lució piernas bajo un largo blazer cruzado casi vestido y reveló que empieza la octava temporada de la imparable «La que se avecina». No hay química entre la histriónica Antonia San Juan y Fernando Tejero, tienen sus más. La espléndida Ana Escribano descubría cómo está con sus «hijastros» el clan Larrañaga. «Pese a lo que se ha aireado, de que cuando murió Carlos nuestra hija sería una hermana más, no dan señales de vida. Nos ignoran, pasan de nosotros. Fue un alarde gratuito rematador de otras muchas cosas como impedirnos ir a verlo o enterrarlo en la Costa del Sol, ¡con lo que Carlos detestaba la playa...! Suerte que no necesitamos de ellos, aviados estaríamos», largó sin descomponerse bajo negros rebordados de The Name. Realzaban su rubia melena. Anda enamorada y ante ella adelantaron que sigue en pie la serie sobre Sara Montiel: barajan a Jennifer Lopez o a Ana de Armas como protagonista, depende del presupuesto. Plasmará hasta sus 27 años, cuando el éxito imperecedero de «El último cuplé», más real que la promesa de Ana Botella de poner su nombre a una calle madrileña. Qué olvidadizos son estos políticos. Ya parecen los de la despegada «extraña familia».