Cádiz
Subastas Segre vende por 40.000 euros el reloj de Franco
Las tertulias televisivas echan humo con el tema. Lo mismo da que sean ligeras o de hondura política. El caso es sacarle punta a la que parece evidente decepción causada por el reportaje de Don Juan Carlos, que parecía rejuvenecido y en plena forma en el penúltimo «¡Hola!». Verle en la Pascua Militar, animado, pero todavía convaleciente, y con problemas de lectura, provocó un cierto desasosiego porque todos creímos en la mejoría casi milagrosa. A fin de cuentas, «¡Hola!» es como el BOE del género desde que en 1942 lo fundó Antonio Sánchez-Gómez, a la sazón director de La Prensa barcelonesa, donde yo empecé. Por eso conozco la historia y cómo se portó con su socio José A. Irurozqui. En cuanto a la recuperación del Rey, desencantó que la realidad no superase el pixelado rejuvenecedor tan generador de optimismo. Repasando el reportaje, soprende la permanente mirada, entre asustada y perpleja, del Príncipe Felipe. Habla más que mil palabras. Gestos que lo dicen todo y resultan muy elocuentes. Hay que ir piano piano, como ya anticipó el doctor Cabanela. Él conoce el terreno que pisa y el denso proceso total de la rehabilitación. En ocasiones, ciertas imágenes no corresponden con lo real, o disfrazan, mejorando, lo que no deja de resultar falsa ilusión. El fin de la tregua pascual permitió finalmente investigar de dónde procedía el importante reloj que el presidente portugués Américo Thomaz regaló a Franco cuando lo visitó oficialmente en 1962. Ya detallamos cómo era y es el Vacheron-Constantin vendido por Subastas Segre en su última venta rematadora del año. Obra insigne de los joyeros lisboetas Leitao con una significada inscripción: «Ao Generalísimo don Francisco Franco recordaçao afectuosa de Américo Thomaz, 21,XI,61». Incluía gemelos y botonadura para la camisa del esmoquin, accesorios hoy casi en desuso. En un elaborado trabajo, casi barroco, al auténtico estilo luso, reproduciendo hojas de laurel en oro amarillo, animado en el centro por una chispa de rubí. Lo tasaron en 25.000 euros, poco para semejante joya y su valor histórico, y subió hasta 40.000, algunos dicen que acaso pagados por Luismi, el chatarrero de Carmen Martínez-Bordiú, gran admirador del caudillo y su tiempo, que casi tiene un minimuseo, donde podría figurar «la nietísima», tan liberada sentimentalmente tras su abrupta ruptura con José Campos. No es de las que aguante gaitas ni servidumbres: rompe y ya está. Lo hizo con el duque de Cádiz, el anticuario Rossi, el italiano Federicci, y ya no digamos Jaime Rivera, su primer novio oficial bendecido por el Régimen, ¡qué tiempos aquellos!
Intrigaba la procedencia y tiraban a dar sin saber mucho. Verde y con asas: Lourdes Cavero es, además de esposa del presidente Ignacio González, dueña de Subastas Segre, la firma que se hizo con la pieza. Ella comparte vecindad con Carmen Franco, que vive bajo su ático de Estepona. Todo pudo surgir de un comentario, un «tengo algo de mi padre que no sirve para nada...». Acordaron y llegó el golpe de martillo. Un acertijo que parece resuelto.
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