Artistas
Una celestina llamada Pastora Vega
Es buena época para resucitar muertos y hacerlos más fantasmales. El tiempo lo propicia, como los «panellets» catalanes que algunos evitan, no se contagien de independentismo, y optan por los ya variados buñuelos rellenos de todo: crema de limón, chocolate, base de café, todo tipo de mermeladas y el consabido merengue. Lo espolvorean con azúcar glas, y a chuparse los dedos como en Alcalá siguen haciendo fieles a la tradición que allí mantienen, respetan y sacan adelante. Así demuestran que don Juan sigue vivo. Años atrás se representaba en más de un teatro y el barcelonés Alejandro Ulloa fue con Mario Cabré y Enrique Guitart, uno de sus encarnadores de mayor brío. Dicenta, Lemos y Rabal, y Carlos Larrañaga lo encarnó varias veces. Era el más galán de todos y tal papel consagraba o jubilaba a un actor mientras doña Inés, su enamorada bobona, era señal de que pasaba el tiempo y las «grandes» escénicas se consideraban jóvenes hasta que dejaban de encarnarla. Era el mayor disgusto que podían darles, hacerles notar que «non ho l'eta». Gustavo Pérez Puig lo mantuvo inamovible cada 1 de noviembre en el Teatro Español que, como el María Guerrero, debería sostenerlo por decreto manteniendo lo tradicional dentro de las artes escénicas. Dalí decoró más de uno para Luis Escobar, que sabía de qué iba y alternaba en las novicias: desde María Dolores Pradera –que aún no vuelve a sus conciertos porque no supera el picor de garganta– y Elvira Noriega hasta María Jesús Valdés. Ellas fueron las mejores doña Inés.
El montaje alcalaíno ofrece más atractivo en los personajes secundarios que en la pareja protagonista, con Rebeca Hernando y Jesús Noguero, que lo harán muy bien porque es piedra de toque. Pero lo sorprendente o casi escandaloso es ver a JuanRibó encarnando a don Gonzalo de Ulloa y a Pastora Vega intrigando como la Brígida, siempre interpretado por actrices características donde marcaron huella López Heredia, Carmen Seco –tan maestra de una generación actoral encabezada por María Fernanda D'Ocón y Fernán Gómez– o Milagros Leal, madre de la recientemente fallecida Amparo Soler Leal. Encomendarles la Brígida era certificar su jubilación, un soponcio mal digerido que les permitía alardear de buen hacer interpretativo.
TVE, siempre tan distante de lo que quiere el público –mientras gastan lo de todos nosotros–, siempre la incluía como plato fuerte de estas fechas, y el Teatro Español, con Pérez Puig y Juan Carlos Naya haciendo el don Juan juvenil –el otro solían encasquetárselo a Miguel Gallardo, que prepara rentrée benéfica de «Don Mendo» para la Casa del Actor con Naya, Carmen Morales y María Kosty, que reemplaza a Bárbara Rey–. El público respondía a esta programación que permitía acercar o descubrir los ripios de Zorrilla, tan ligados a difuntos como éstos –Sofía Mazagatos, Amador Mohedano o el ex de Belén Esteban– que ahora sacan del olvido, porque es momento de espectros, resurrecciones y de dar actualidad a lo difunto. Es otra manera de celebrar los muertos, sacarlos del olvido. Ya lo subrayó Ricardo León en un poema único: «Muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía».
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