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10 razones para no cerrar el Ministerio de Cultura

10 razones para no cerrar el Ministerio de Cultura
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Nadie duda de que en cualquier gobierno que se precie debe existir un ministerio de Hacienda, de Defensa o de Obras Públicas. Que exista uno de Cultura es opinable. Sin ir más lejos: el pasado 16 de junio, el parlamento español votó una interpelación por la que, bajo un espíritu ahorrativo para tiempos de crisis, defendía la supresión del Ministerio de Cultura. La propuesta era de ERC y fue apoyada por los grupos nacionalistas cumpliendo una vieja reivindicación, y, extrañamente, por el PP. Cultura tiene un presupuesto de 888 millones y el total del Gobierno es 7.051,9 millones. En España, desde el primer gobierno democrático en 1977, ha habido doce ministros de Cultura (el primero fue el desaparecido Íñigo Cavero), un número que, aunque es un ministerio «maría», según sus detractores, demuestra una cierta estabilidad. Y una cierta complicidad entre todos los ex ministros. Soledad Becerril fue la primera mujer que llegó al Gobierno de España desde tiempos de la República, y lo hizo para hacerse cargo de Cultura. «Ha cumplido una función importantísima, unas veces como ministerio solo y otras unido a Educación. Porque, ¿cómo habría salido adelante algo tan básico como la Ley de Patrimonio Histórico que preparé yo y luego aprobó Javier Solana?». El nombramiento de Solana en 1982 tras la victoria del PSOE le dio valor político al Ministerio. Sobre si se ha producido con el tiempo una pérdida de peso político, cree que «depende mucho de cada ministro, no tanto del paso del tiempo. Igualmente, también influye el papel que ha dado cada Gobierno a estos ministerios». Quién iba a decir que el responsable de la seguridad en Europa tiene recuerdos para su etapa en Cultura: «Como aportaciones concretas, subrayaría tres inolvidables: el acuerdo para la instalación de la colección Thyssen en España, la restauración de ¿Las Meninas¿ y el plan general de los auditorios». También fue ministro de Educación y es «muy partidario de una cultura estrechamente vinculada a la enseñanza». La llegada de Jorge Semprún en 1988 supuso un cambio: era un intelectual sin experiencia en gestión cuyo nombramiento, además, fue criticado porque residía en París. «Mi nombramiento fue en sí un gesto político», admite. «No tengo una razón clarísima para defender la continuidad del Ministerio de Cultura, pero sí tengo claro que debe haber una acción política en torno a la cultura». Recuerda, respecto a la propuesta del Parlamento español de suprimir el Ministerio, que «también cuando yo llegué se lo quería cargar Pujol». «Me tocó descentralizar la cultura y entiendo que ésta debe servir para vertebrar el Estado», concluye Semprún. Sobre esta cuestión, Carmen Alborch, que relevó a Jordi Solé Tura (enfermo de alzhéimer y para quien todos los ex ministros han tenido palabras de cariño) en 1996, recuerda que el traspaso de competencias a las autonomías fue un tema capital para lo que hoy es el departamento: «Pujol pensaba que no debía existir». «Mi etapa fue dura porque coincidió con el último Gobierno de Felipe González y aunque en la gestión de Cultura no se notaba, el ambiente político estaba muy enrarecido», afirma. La clave está en el consenso que han marcado las políticas de cultura con todos los gobiernos: «El patrimonio cultural no se debe utilizar como arma arrojadiza. Sobre temas como el Prado, el consenso era clarísimo, pero recuerdo que Cortés, que era el portavoz de Cultura del PP, me daba caña en temas de cine. A la larga, la crispación depende de las personas». Con la victoria de José María Aznar en 1996 se produjo un cambio importante: Cultura compartiría ministerio con Educación, incluso con Deporte. Este fue el caso de Esperanza Aguirre. «Ha habido un ejercicio de responsabilidad por parte de los grandes partidos políticos», sin embargo, llama la atención sobre actitudes dirigistas en la cultura. Aguirre cree que un político «nunca debe intervenir en esos procesos creativos con censuras o adoctrinamientos y, mucho menos, ser el portavoz de unas determinadas opciones estéticas o ideológicas. La creación cultural tiene que ser siempre libre y plural». Y concluye: «A mí no me cabe la menor duda de que la mejor política cultural es una buena política educativa» La era digital de la política Mariano Rajoy, que llegó al Ministerio de Educación y Cultura en 1999, cree que es un departamento que ha perdido peso político, pero porque «en general el Gobierno ha perdido peso y en relación con la cultura prima más el interés político que la promoción y difusión de las actividades culturales». Rajoy, un «peso pesado» de la política, que ha pasado por Administraciones Públicas, Interior y Vicepresidencia, tiene un buen recuerdo de esa etapa: «Fue apasionante. Impulsamos la reforma del Prado y del Reina Sofía, la ampliación del Thyssen y también tuvimos dos candidaturas a los Oscar a las que brindamos un enorme apoyo. De hecho, se consiguió ganar uno de ellos». Pilar del Castillo sustituyó a Rajoy en el año 2000, en ese momento había sectores del mundo de la cultura, como el del cine, que mantenían un enfrentamiento abierto con el gobierno de Aznar. «No creo que en la calle exista una opinión negativa sobre el mundo de la cultura, porque no se desprecia a los museos, a los archivos, a los investigadores... Hay que trascender lo más superficial y hacer ver que desde Cultura se administra un inmenso patrimonio». Cree, por lo tanto, que el papel del Ministerio es fundamental para vertebrar la cultura en España, que tiene elementos muy sólidos». «Hemos tenido una relación vacilante y un poco premoderna con la cultura, como si no estuviese enraizada en la democracia y no tuviera nada que ver con la convivencia. Y se lo dije a Zapatero: España se merece un Ministerio de Cultura». Quien así habla es Carmen Calvo, ministra tras la vuelta de los socialistas a La Moncloa en 2004, que asegura haber llegado a esta responsabilidad para que el Ministerio de Cultura tuviera peso político. «Este país ha hecho algo nefasto: disociar la cultura de la educación. Es un gran error. Los niños deben dejar la escuela sabiendo química pero sin asistir a un concierto o a una exposición de arte. Y quien crea que es un Ministerio fácil, está equivocado: «Hay políticos que no resistirían ni dos asaltos». César Antonio Molina planteó que Cultura tuviera todas las atribuciones en la política cultural, en el interior y el exterior. «Es un Ministerio fundamental para España, aunque sea una suma de diversidades, es un eje clave en la cohesión del Estado», afirma. «Si por algo somos reconocidos en el mundo es por nuestra cultura y nuestra lengua y debemos ser capaces de mantener nuestra autoridad en el mundo y en América Latina a través de un Ministerio fuerte. ¿Quién nos representaría si desaparece el Ministerio?». Ángeles González-Sinde, recién llegada al cargo desde el mundo del cine, cree que «la revolución digital pone la cultura todavía más al alcance de los ciudadanos y en ese tránsito, el apoyo del Ministerio es crucial» y, además, considera que «el Estado central además es el garante de que la diversidad de cultura se respete». «Una de las misiones del Ministerio es facilitar al ciudadano el acceso a la cultura... y eso lo seguirá haciendo». Pasa a la página siguiente