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Competitividad por Sabino MÉNDEZ
Ahora que, inevitablemente, se vuelve a poner sobre el tapete el bajo nivel de competitividad de nuestro país, recuerdo con frecuencia un escenario laboral que pude observar hace cinco años, poco antes de venirme a vivir a Madrid. Por aquel entonces, mi Barcelona natal ya se encaminaba hacia su actual panorama de simulación (propio del situacionismo de Guy Debord) donde es más importante «parecer que haces algo» que «ser» capaz de hacerlo. Yo iba diariamente a recoger a un familiar cercano a la salida de su trabajo. A pesar de que tenía la hora bien marcada por contrato, cada día lo veía salir más tarde. Resultó que la empresa pasaba aprietos y estaba mal visto ser el primero que se levantaba para marcharse a casa. La gente se quedaba frente al ordenador, jugando con internet, pero haciendo ver que trabajaba hasta muy tarde, para hacer méritos delante del jefe.
¿Se imaginan mayor desperdicio de productividad y calidad de vida? La fama que teníamos los catalanes de trabajadores se había convertido en una simple sociedad del espectáculo. Es el peso lamentable que a veces tienen los estereotipos, que empujan a la gente a hacer memeces para no desentonar. Yo, francamente, creo que lo único que se puede pedir es que el trabajo esté hecho a su hora y, además, bien hecho. El resto es fachendería, gesticulación externa y pérdida de tiempo y energía. Sigo esperando el día en que mis convecinos deseen examinar el tema de la automatización y la informatización desde la perspectiva de que su más grande beneficio no es el aumento de la productividad, sino la posibilidad que otorgan de no estar obligados a trabajar demasiado si uno no lo desea y podernos dedicar, con mesura, a cierta vagancia, austeridad o, simplemente, a la contemplación poética del mundo.
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