España
Cloacas de euros
En verano se desboca el mal dinero. Tengo para mí que España es el paraíso de las cloacas del euro. Los millonarios que no hacen nada, que no pegan con un palo al agua, que bailan en los jardines de las inmundicias, y que por ello, son millonarios. Ahí va un investigador rumbo a su laboratorio a las ocho de la mañana. Le pagan dos mil euros mensuales por colaborar en un proyecto destinado a detener los estragos del cáncer de pulmón. Ahí va camino de su casa, de su cama y de su descanso un cansadísimo vago, un millonario de cloacas, que vuelve de acostarse con una cansadísisima indolente, una millonaria de cloacas con la que ha acordado el precio de su polvo, el valor de hacerlo público y la propina de convertirlo en un asunto de interés nacional. Es una comparación simple, pero no demagógica ni plana. Así es si así os parece, siguiendo la voz de Pirandello, y así aunque no os lo parezca, siguiendo la realidad más cruda, asquerosa y deprimente.
Los millonarios por no hacer nada se ríen de la sociedad necia que sigue sus andaduras con el interés que nace del páncreas y no del intelecto. Tenemos lo que merecemos. Es lógico. En una nación que exige un comprobante universitario a quien desea estudiar en una biblioteca y tiene ministros que no han terminado el bachillerato, no es posible encontrar el baremo de las exigencias. Y mientras el investigador avanza lenta pero inexorablemente hacia su fin grandioso y benéfico, el chulo de la sociedad narra con desvergüenza que se ha acostado con fulana de tal, y que ésta le ha dicho durante la intimidad plena que zutana de cual es lesbiana. Y en otra cadena, fulana de tal cobra cien mil euros por reconocer que, efectivamente, tuvo un desliz con el chulo de la sociedad, pero que nunca le dijo que su amiga zutana de cual era lesbiana, sino al revés. Que el chulo de la sociedad es muy flojito como hombre y que éste le confesó que estaba enamorado de Luis Manuel. Al día siguiente, en el mismo plató de la gran revelación, ante seis mangantes que se han ganado su trono por hacer lo mismo que el chulo de sociedad, fulana de tal, zutana de cual y Luis Manuel, éste confirma la sensacional noticia. «Sí, está enamorado de mí pero no se atreve a salir del armario». Y un público deleznable se pone de acuerdo para interrumpir al tal Luis Manuel con una cerrada ovación, mientras el presentador de la burla ruega silencio y serenidad a los allí presentes.
Querella va y querella viene. Una administración de Justicia acogotada y sin recursos, necesitada de cien juzgados más para cumplir medianamente con su labor, se topa con centenares de querellas de los vagos profesionales, de los imbéciles del catre público, de los chulos de todos, de las putas confesas – ojalá fueran como las pobres prostitutas de esquina, puticlús y curvas de los parques–, de tortilleras y maricones de talón cobrado, que han acudido a «sus abogados» –todos tienen «abogados» y no un abogado sólo–, para que quede restituida su honra. Y fuera del plató, los que se han llamado de todo con un lenguaje barriobajero y excremental, que han gritado como monos y cacatúas, se sonríen, comprueban sus talones, se abrazan y quedan para seguir insultándose unos días más tarde, eso sí, comprometiéndose a que «sus abogados» –unos mil abogados, más o menos–, retiren las demandas.
Y el negocio rinde. El público necio se cree lo que ve y lo que oye. La cadena de televisión aumenta sus beneficios. Los chulos y las fulanas –los estables y los eventuales–, forran sus bolsillos, y ahí va, el investigador camino de su laboratorio, hoy más contento que nunca, porque es día de paga y le esperan dos mil euros.
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