Yemen

«Okupas»

La Razón
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Ramón Mendoza vivía sus últimas semanas en la presidencia del Real Madrid. Me convidó a comer un arroz en «Casa Benigna». Y me ofreció la vicepresidencia para contrarrestar el poder creciente de los «okupas». Resigné el ofrecimiento porque, habiendo conocido el fútbol como candidato a la presidencia, precisamente frente a Ramón, tenía decidido seguir el consejo que don Santiago Bernabéu me dio de niño: «Para ser un buen aficionado al fútbol hay que tener un abono de primer anfiteatro. Cuanto más pequeñitos veas a los jugadores, mejor». Ramón Mendoza, que a pesar de ser mi rival contaba con toda mi simpatía, respeto y cariño, me confesó su preocupación. «Lorenzo Sanz no sería nadie sin la ayuda que siempre le he prestado. Y ahora que me presiente débil, va a dar un golpe de Estado en el club. De los que crees que son los mejores amigos siempre surge el traidor, el «okupa»». Y no se equivocó. En el mundo del poder hay más «okupas» que los que se tienen como tales ocupando pisos y locales en nombre de no se sabe qué. Son más peligrosos los «okupas» con corbata que los uniformados de antisistema, que es uniforme pensadísimo. Camiseta negra con la imagen en carmesí del señorito argentino Guevara –revolucionario desde que se arruinó–, pantalones vaqueros concienzudamente rajados o envejecidos y zapas que huelen mal incluso desde el televisor. Algunos añaden al atractivo desaliño indumentario un pañuelo palestino a pesar de que muchos de los que lo llevan confunden Palestina con Yemen. Pero no es cosa de perder el tiempo con lecciones que no agradecerán nunca.

Zapatero renegó del felipismo. Se creyó el fundador de un nuevo socialismo. Para ello, eligió el túnel del tiempo y retrocedió hasta los albores del siglo XX. La socialdemocracia de Felipe González se le antojaba excesivamente moderada. Pero salvó a un protagonista destacado de aquella época. Alfredo Pérez Rubalcaba, el más inteligente de todos. Pudo haber prescindido de él, pero no lo hizo. Y poco a poco, Rubalcaba fue creciendo en su ánimo. Llegó a creer que era su amigo, y lo elevó a la máxima altura de su Gobierno. Se apercibió de que don Alfredo era un «okupa» demasiado tarde. Ese gesto de desconcierto de Zapatero en los últimos meses le viene de ahí. Adviertan un detalle en su gesto. Cuando supo que Rubalcaba le estaba haciendo el juego por retambufa, a Zapatero se le abrió la boca. Antaño, en los momentos de distracción, Zapatero mantenía la boca cerrada con un dibujo de sonrisa. Ahora abre el buzón y no lo cierra ni con poleas.

Carmen Chacón no es «okupa». Todo lo contrario. Se ha retirado de la pugna sucesoria para que Rubalcaba no pulverice definitivamente a Zapatero. Ahí hay que reconocer grandeza y sentido de la gratitud en la ministra de Defensa, a la que Rubalcaba y los suyos llaman «la niña». Lo peor de Carmen Chacón es la influencia que pueda ejercer sobre ella su marido, Miguel Barroso, tan listo y peligroso como Rubalcaba, y que jamás olvida. El «okupa» cuenta con todo el apoyo de Prisa. Pero no tendrá el soporte de ese extraño grupo diseñado por Barroso en el que están unidos los trotskistas con Ferrari, los cejeros fundamentalistas de la izquierda Visa Platino, los tostones políticamente correctos y los médicos de familia con obsesión de batuta. Grupo enemigo para el «okupa», que será implacable con él cuando pierda –ya las tiene perdidas– las elecciones de octubre, que serán en octubre. La renuncia de Chacón no supone la victoria del «okupa» Rubalcaba. El odio sobrevuela al partido.