Elecciones andaluzas

Guerra de poder

La Razón
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Si se hubieran hecho apuestas sobre cuál sería la situación del PSOE andaluz tras los dos años de gobierno de José Antonio Griñán, es posible que nadie lo hubiera acertado. Bajo su mandato se han cumplido todos los principios de Peter, empezando por el de las cosas que pueden ir mal y van mal y terminando por el de las que pueden empeorar e igualmente lo hacen. Lo último que le queda a este presidente que va camino de convertirse exactamente en lo que él quería, que todo el mundo lo llamara Pepe pero el Pepe que perdió por goleada la Junta de Andalucía, es ese que dice que la tostada se cae siempre por el lado de la mantequilla y, para saberlo, ya sólo hay que esperar al resultado de las elecciones municipales del próximo 22 de mayo.
No es fácil gestionar algo tan rematadamente mal como él lo ha hecho e incluso es posible que para ello se requiera una cierta dosis de talento y creatividad. A la vista de los acontecimientos, está demostrado que José Antonio Griñán los tiene. Como tampoco lo es coger un partido con mayoría absoluta en el parlamento y devolverlo, apenas dos años más tarde, en una situación tan precaria como la que definitivamente encarrila el PSOE de Andalucía. El mérito, sólo a él puede corresponderle al final puesto que, sin razón o con ella, nadie más va a estar dispuesto a acompañarle para cuando llegue el momento de exigir responsabilidades.
A la crisis abierta por las cuatro dimisiones producidas en estas últimas horas, hay que sumar las que sin duda se producirán en los próximos meses. Si los resultados en las municipales no son lo bastante malos, lo único que se puede esperar es la profunda escabechina que se avecina en las estructuras del partido en las provincias más díscolas, como Cádiz y Almería, que abiertamente se han posicionado del lado de los dimisionarios y se han enfrentado a la dirección regional. En el caso de que los resultados electorales sean incluso peores de lo previsto, el propio Griñán en persona será quien pague las consecuencias abriendo una etapa impredecible para el futuro de su partido.
A pesar de lo que se diga, la facilidad con la que un socialista es capaz de dimitir ha quedado de manifiesto tras estos sonoros portazos, empezando por Pizarro. Nadie lo había hecho todavía por el asunto de los expedientes de regulación de empleo, por lo que queda claro que sólo una guerra por el poder motiva suficientemente a los socialistas. Ésa es la que ha empezado y en la que matan.