Sevilla
«Los periódicos son erotismo senil pero ahora no vamos a hacernos farmacéuticos»
El mejor de nuestros cronistas parlamentarios, Medalla de Andalucía, entrega sus «Auténticas entrevistas falsas»: más de cuarenta muertos inmortales que nos recuerdan su lucidez intacta
SEVILLA- Aquí el amigo representa a un español que resiste ufano al encabronamiento ibérico y secular, ahora aumentado por la falta de parné. El ministro del ramo debería crear un museo individual y exponerlo. Creemos que Márquez Reviriego ha ganado con el humor y el humanismo, no a la pesada condición de ciudadano en esta patria de disputas por lindes, sino a la estrechez de la vida. Sabe de lo breve de la existencia, de la vulnerabilidad humana, y él se salva, por tasar su bonhomía e inteligencia, dándole la importancia merecida a los detalles, a los buenos ratos: el vaso de vino en la plaza del pueblo, mientras, en greguería ramoniana, las agujas del reloj cavan incesantes nuestras tumbas. Ilustres y perfumados muertos, doctos, irreverentes y vitales, copan su última entrega literaria, «Auténticas entrevistas falsas»(editorial Leer).
Llegado al mundo por Villanueva de los Castillejos, el cronista viaja por el mapa del tiempo en autobús de línea para preguntarle a Cervantes, a los Machado, a Dashiell Hammett, a Mark Twain, a Sartre o a Miró, del que Cela compró un cuadro falso a sabiendas y acabó rajándolo con un cuchillo. Todos, gozosos en la eternidad, se recrean con opiniones documentadas. Para que una mentira parezca verdad debe tener al menos un 90% de material acreditado, entonces se produce la aleación. Víctor pone en boca de sus interrogados opiniones de archivo, extraídas de lecturas y trabajos de desvelo. Después, las adereza con alguna morcilla deslumbrante que planta como el beso de Víctor Hugo en la mejilla de Alejandro Sawa, quien habría decidido no lavarse por sentirse condecorado. Así los difuntos largan fiestas. «Nunca –arroja luz a su método– incluyo algo que fuera impensable que hubieran podido pensar. A Cristiano Ronaldo no le haría hablar de su humildad franciscana. Se creyó en la época de Luis Felipe de Orleáns que la riqueza era símbolo de talento, lo mismo que dijo Solchaga, un signo de predisposición». A Manuel Machado le hace hablar con sus propios versos: «Yo poeta decadente, español del siglo veinte, que los toros he elogiado y cantado las golfas y el aguardiente…y la noche de Madrid, y los rincones impuros y los vicios más oscuros de estos bisnietos del Cid, de tanta canallería, harto estar un poco debo; ya estoy malo, y ya no bebo lo que dicen que bebía…». En este punto de periodismo y golfería, Márquez Reviriego desmiente el estereotipo: «No hay que ser golfo para ser buen periodista. Cuando en 1962 llegué al Odiel, el director del periódico decía que era el primero que no había llevado putas al despacho. Antes, en los periódicos había más literatura y todo era más hermoso; ahora, hay más información. Fui al periódico para pagar la esquela de mi padre y el que mandaba me dijo: ‘Si ingresas en la Escuela de Periodismo en septiembre, te garantizo que inmediatamente puedes venir aquí como colaborador'. Antes te reclamaban y ahora te ofrecen publicar sin cobrar, eso sí que es una golfería. Desde el principio trabajé como un negro, con dos secciones diarias, reportajes, crónicas, sucesos. Hasta el día de Nochebuena de aquel año me quedé de guardia en el periódico. ¡Y me tocó hacer una esquela, que se pagaba muy bien, porque las familias, ante ese momento, llegaban con las mil pesetas por delante!».
Sin atisbo de resquemor, el detector de los «culiparlantes» –los diputados que ociosos en la Transición se limitaban a apretar el botón de las votaciones y al cabo sólo hablaban sentando el culo en las Cortes– cree que «ahora el que todavía lee el periódico sabe más que el que está escribiéndolo. Eso no pasaba cuando quien publicaba era Ortega. Yo, por utilizar las palabras de Marsé, creo que hay demasiada ‘prosa cascabelera'. Mis hijos ya no compran el periódico. Lo del periódico es un vicio de viejos, erotismo senil. Pero no te vas a hacer farmacéutico a estos años, hay que aguantar». Recordando sus años de columnista, cuenta cómo un compañero del ABC ansoniano lo sorprendió leyendo el artículo que había escrito en el día: «Leerse a uno mismo es onanismo intelectual. Pero aquél que me lo dijo escribía mal y entonces le tuve que contestar que ‘si yo escribiera tan mal como tú, no me leería nunca'. Lo publicado es irremediable y ya no admite reformas».
El maestro ha resistido al móvil y al e-mail, reclama cartas y a tenor del resultado de sus entrevistados auténticamente falsos, tiene mejores métodos de comunicarse con los que son legado que con los vivos. «España es un país gobernado por los muertos, porque éstos nunca se van. Pero aquí no se le hace caso a nadie, ni a los vivos ni a los muertos. Cada grupo político español tiene a sus difuntos de nómina. Éste es nuestro país».
Antes de irse, el maestro recuerda una historia de Bertolt Brecht. Un barco de velas atraviesa el estrecho de Mesina bajo unatormenta terrible. Ante un hundimiento inminente un marinero le pregunta a un obispo, que viaja a bordo. «Lograremos salvarnos, estamos en manos de Dios» y el prelado, se cuestiona: «¿Tan mal estamos?». «Nosotros estamos en manos de quien ya sabemos, pero saldremos adelante», concluye.
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