España

OPINIÓN: El «crack» del sistema-subvención

La Razón
La RazónLa Razón

Partamos de un hecho que ayude a centrar el debate: la actual crisis económica, sus consecuencias y aquellas más severas que todavía están por venir conducen a manifestar que el marco de cualquier discusión sobre políticas culturales ya no puede ser el de «subvenciones sí» o «subvenciones no», sino, el de que las subvenciones ya no resultan posibles. Pero maticemos este extremo: no se trata de que las arcas públicas ya no puedan financiar las acciones del tejido cultural español; lo que indica es que la cultura entendida como sistema de subvenciones resulta insostenible a resultas del «crack» definitivo que ha sufrido el modelo de administración pública. Las subvenciones han demostrado constituir un callejón sin salida para la cultura española, que amenaza con comprometer su futuro y posibilidades de desarrollo. En primer lugar, se han entendido siempre como un modo de intervenir en un primer estadio creativo o de producción, despreocupándose de los otros eslabones de la cadena de valor de un determinado producto cultural: la distribución y el consumo. Dicho de otra manera: aquello de lo que han adolecido las políticas culturales españolas es de una preocupación por el producto entendido como proyecto empresarial. Es éste un problema estructural, marcado en nuestro código genético, y que se ha traducido en una separación brusca, fatídica, entre cultura y economía.

A estas alturas, y dados los ejemplos que nos ofrecen otros modelos de gestión de solvencia contrastada, huelga decir que jamás podrá haber un desarrollo óptimo de la cultura en España si no es desde la asunción de que es necesario construir una estructura económico–industrial fuerte. Y el logro de este objetivo no pasa por hacer descansar el peso del sistema cultural sobre unos cimientos tan frágiles como las subvenciones. Entre otras razones, porque durante años ha sido la dinámica autocomplaciente generada la que ha propiciado un estado de indolencia legislativa, en virtud de la cual carecemos de una ley de mecenazgo ambiciosa y agresiva como para que el capital privado tome conciencia de las oportunidades de negocio en el ámbito de la cultura.

El sistema cultural en España es un sistema convaleciente desde el punto de vista de su madurez empresarial, se encuentra todavía en una fase amateur. En un país de tangibles como es éste, la cultura se ha clasificado tradicionalmente del lado de lo intangible, de aquello a lo que hay que ayudar pero no por la convicción de que se vaya a obtener de ella un rendimiento efectivo, sino porque es esa «atmósfera» que cualquier ciudadano tiene derecho a respirar. Este carácter «ambiental» más que material ha conllevado que cuando los recursos son escasos, la cultura haya visto radicalizada su recepción social como una unidad de gasto, y no de inversión. Para que esto no suceda, y con el fin de erradicar esa percepción de que la cultura es ese «otro desvalido», al cual hay que estar ofreciéndole unas muletas para que no se caiga, es menester que, desde todas las administraciones, sectores y colectivos, se apueste por su redefinición económico–empresarial y por la superación del «sistema–subvención», a todas luces un pesado lastre para una realidad cultural pujante y respetada.