África

Irán

El honor de Francia

La Razón
La RazónLa Razón

Una vez que Irán ha clavado a Carla Bruni la divisa de «puta» cabían dos opciones de contestación. La primera consistía en responder al picotazo verbal de los clérigos al modo de Golda Meier, tirando de alguna ocurrencia del nivel de lo que aquella robusta hembra solía: «No nos busquen las cosquillas, no vayan ustedes a hacerse daño». Esto es, emplear una de las frases blindadas que se caen de la boca de los personajes de Clint Eastwood y acaban confundidas en el suelo con un salivazo de desprecio. Tal suficiencia dialéctica, la que se espera de Occidente y sus valores democráticos, debía sustentarse sobre una alianza internacional firme pero la alianza internacional tiene, en estos momentos, la muy dudosa firmeza del humo. Se entiende la irritación por el calificativo pero hay otras inquietudes de mayor tonelaje y están sin respuesta. Pasan los años y, al ritmo que trabaja en su obsesión atómica, el gobierno de Ahmadineyad puede obligar a ponernos factor de protección solar 15 millones el día que pulse el botón de «su» bomba. Como por los motivos descritos no se ha podido emplear la primera opción, se ha optado por una tibia y sonrojante respuesta, apenas balas de fogueo, descargadas sin interés. Y lejos de defender la honorabilidad de la «primera dama» francesa, por aquí hemos establecido un debate sordo sobre si el currículum amoroso de la antojadiza Carla no es más que la hoja de servicios de una prostituta high class.