Europa

Santiago de Compostela

Santiago Apóstol patrono de España por Antonio Cañizares

La Razón
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Hoy mismo celebramos la fiesta de Santiago Apóstol, patrono de España. España es inseparable de lo que este apóstol nos trajo: la fe en Jesucristo. Ésta es la base que la sustenta y le otorga identidad. La Iglesia vive una hora de responsabilidad histórica: la fe que la anima ha de ser de tal vigor que ayude a España a reencontrar las bases en que apoyarse para un futuro nuevo. Reclama, pues, una fuerte vigorización de la Iglesia, que nos hace recordar la memoria de nuestro patrón, Santiago, el Mayor. Sólo se devolverá a la Iglesia toda su vitalidad y razón, toda su capacidad de servicio, de humanización y de futuro, si se ve sumergida en la experiencia de fe, en la experiencia teologal, en la experiencia de Dios, si volvemos a Dios, si se le devuelve a Dios el lugar vital y central que le corresponde en el corazón, en el pensamiento y en la vida del hombre. «Nuestra gran tarea ahora, dice el Papa, consiste ante todo en sacar nuevamente a luz la prioridad de Dios. Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece por más ilustradas que sean las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial. Por eso, hoy debemos colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta sobre Dios» (Benedicto XI, Luz del mundo, p. 78), la realidad de Dios. Captando, viendo en toda su hondura y compartiendo el dramatismo de nuestro tiempo y la situación en la que España se halla sumergida, la Iglesia, con renovado vigor, firme convicción y sin derrotismo alguno, ha de seguir sosteniendo en este momento histórico «la palabra de Dios como la palabra decisiva y dar al mismo tiempo al cristianismo aquella sencillez y profundidad sin la cual no puede actuar» (Benedicto XVI, Luz del mundo, p. 79). La Iglesia, atenta a tantas indigencias –todas–, carencias, pobrezas, quiebras humanas, heridas y sufrimientos de los hombres, no puede dejar de estar atenta a la carencia e indigencia fundamental, su herida más letal, que es la ausencia o el eclipse de Dios entre los hombres, y acudir a ellos ofreciendo la ayuda necesaria e inaplazable de Dios.

El Papa Benedicto XVI, como «peregrino de Dios» vino a España en el Año Jubilar Compostelano, y vino también para consagrar el templo de la Sagrada Familia, que nos evoca a Dios en el centro de la vida del hombre, inseparable de la familia. Fue un viaje intenso e inolvidable, en el que el Santo Padre era muy consciente de la grave situación que atravesamos; y, con ese amor tan grande que nos tiene, nos dejó un mensaje central, casi único y principalísimo; en ese mensaje encontramos la gran palabra y la inmensidad de una luz que necesitamos en estos tiempos de crisis y encrucijada, por tanto, de oscuridad y de incertidumbre. «Peregrino de Dios», en Santiago de Compostela, Benedicto XVI, solidario con la suerte de Europa, proclamaba en España: «Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela. ¿Cuáles son sus grandes necesidades, temores y esperanzas? ¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa, que ha recorrido en el último medio siglo hacia nuevas configuraciones y proyectos? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como esta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida. Sólo Él es el absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre. Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios, que envió al mundo su Hijo, a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna (cf. Jn 2,16)». El mensaje constante del pontificado de Benedicto XVI es una apelación a que volvamos a Dios. Es como si surgiese en nuestro mundo de hoy, un nuevo profeta Isaías ante el pueblo de Dios, del Israel de entonces, que clama: «¡Mirad a vuestro Dios!». También hoy, como entonces, ante la situación que vivimos en nuestro mundo, en nuestra España con todas sus dificultades y temores, necesitamos acoger esta apelación tan apremiante –lo que la Iglesia ofrece como servidora y solidaria nuestra en nuestros problemas nada fáciles–: «Mirad a vuestro Dios!». Necesitamos mirar a Dios, volver a poner a Dios en el centro de todo: «¿Cómo es posible –se preguntaba el Papa– que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana?, ¿cómo es posible remitirla a la penumbra?». «Para muchos, el ateísmo práctico es hoy la regla normal de la vida. Se piensa que tal vez haya algo o alguien que en tiempos remotísimos dio un impulso inicial al mundo, pero ese ser no nos incumbe en absoluto. Si esa postura se convierte en la actitud general en la vida, la libertad no tiene ya más parámetros, todo es posible y todo está permitido. Por supuesto, no se trata de un Dios que de alguna manera existe, sino de un Dios que nos comprende, que nos habla y que nos incumbe. Y que, después, será nuestro juez» (Benedicto XVI, en Luz del mundo). Los hombres no podemos vivir a oscuras; Dios, Luz del mundo, es necesario para el hombre. Sin Él el hombre perece y carece de futuro. Este es el gran problema de nuestro tiempo: el que está detrás de cuanto nos está aconteciendo y vivido como situación de crisis plurifacética y de quiebra moral y humana.

El evocar la memoria de Santiago Apóstol, por tanto, me lleva a reconocer que la tarea fundamental de la Iglesia en España, si quiere contribuir a la vida humana y a la humanización de la vida en este mundo, es la de hacer presente y, por así decirlo, casi tangible, la realidad de un Dios que vive, de un Dios que nos conoce y nos ama, un Dios que reconoce nuestra responsabilidad y de ella espera la respuesta de nuestro amor realizado y plasmado en la vida de cada día.

 

Antonio Cañizares
Cardenal